47. El buen ladrón

            Ola de calor, día álgido de la ola de calor que está atizando en pleno mes de septiembre; cuarenta y un grados a la sombra; ni el aparato de aire acondicionado da abasto ante el bochorno infernal que se siente en todos los rincones de la ciudad. Son días tristes para Gabriel, etapas de abatimiento inexorable que le conducen a la melancolía y a la mirada perdida a la que se enfrenta todo el que le rodea, pero es inevitable, hoy es el aciago aniversario de un suceso terrible: hace casi treinta años, hubo una oleada de desapariciones de niñas preadolescentes en Torrejón y en otros pueblos de los alrededores. Una de ellas era Inés, Inesita, hermana de Gabriel. Desapareció tal día como hoy, en plena ola de calor. Nada se supo de ella, se volatilizó como el hielo en el desierto. Velasco junto con otro compañero, Villalobos, investigaron el caso. Lo resolvieron pero de las niñas nada se supo. Fue una época turbia, inquietante. La maldad se respiraba por doquier. Las calles estaban vacías, señal de la perversidad que imperaba en el ambiente. Lo intentamos, de verdad que lo intentamos, pero qué podíamos hacer unos adolescentes ante tamaño poder que se intuía siniestro. Inesita sería hoy veterinaria, la encantaban los animales y ahora la imagino con su bata blanca, sus gafas de culo de vaso, con dos niñas preciosas, ejerciendo de buena madre y de buena profesional. Estaría casada con Carlitos, el hermano pequeño de Sebastián, mi querido amigo. Parece que la estoy viendo, pero me pregunto, ¿por qué la nitidez de esa proyección de Inesita en nuestra mente? ¿Por qué es más un recuerdo en nuestra cabeza que una ensoñación? ¿Cómo puedo explicar con pelos y señales su supuesta vida en el presente si desapareció hace tanto tiempo? Desde que falta, llevamos viendo esa imagen constantemente, es más un recuerdo del futuro, una predicción del pasado.

            El día más caluroso del año estaba de guardia, tal día como el de entonces, de guardia de imputados. Me llamaron para asistir en la comisaría de Fuencarral a un detenido por robo en una vivienda, y algo más. A las once de la noche el termómetro del coche marcaba cuarenta grados, horrible, gracias al aire acondicionado. Llegué a mi destino cincuenta minutos después de que me llamaran. Tenía que desplazarme de Torrejón a la otra punta de Madrid, a un barrio de gente pudiente. Me estaban esperando. Un policía me condujo a una sala y me invitó a sentarme ante la mesa donde iban a redactar la declaración. Dardan Citoula, albano, especializado en robo de casas y chalets, daba igual que estuvieran los dueños dentro o no. Aprovechaba la noche, cuando dormían y sabía inhibir las señales de la alarma de los domicilios donde entraba a trabajar. Según el atestado, la noche anterior se introdujo en un chalet que ya había estudiado anteriormente, neutralizando la señal de la alarma antirrobo con un aparatito que llevaba siempre consigo. Supuestamente sabía la hora en la que iban a dormir los dueños, no tenían hijos, la situación de la vivienda era la idónea, y la cantidad a sustraer podría ser suculenta entre joyas y dinero en efectivo. Una vez dentro de la finca habiendo saltado la valla que la rodeaba, atravesó la zona de jardín y piscina, llegó a la puerta de entrada que abrió sin problema y se introdujo en la vivienda. Supuestamente se encontró con los dueños de la casa y les atacó sin contemplaciones. El marido explicó que él y su mujer se encontraban en la cama y oyeron ruidos en el salón. Se levantó y sorprendió al intruso frente a la caja fuerte que estaba disimulada tras un cuadro. Cuando el ladrón se vio acorralado, atacó al dueño y le estranguló con sus propias manos, quedando tendido en el suelo medio inconsciente. Posteriormente el atacante se dirigió al dormitorio donde se encontraba la mujer, y la golpeó en repetidas ocasiones produciéndole graves lesiones que le dejaron en estado de coma. El marido pudo levantarse y activar la alarma, situación que sorprendió al intruso y le hizo huir. Inmediatamente llegó la policía, que peinó la zona y encontraron a Dardan intentando escapar, con las manos ensangrentadas, siendo reconocido sin ningún género de dudas por el señor Bermejo, dueño atacado en la vivienda.

            No hacía falta traductor, entendía y hablaba perfectamente castellano, pero no soltó ni una palabra en la declaración, se mantenía erguido y desafiante ante el policía y ante mí, pero sin soltar prenda. Ni siquiera manifestó que se acogía a su derecho a no declarar, simplemente se mantuvo callado. Daba impresión ver a un tío de casi dos metros, imponente, con la expresión ruda y manifiestamente violenta, sentado ante mí, esposado, y mirándome amenazante. Sentí cierta inquietud, y mira que había visto gente rara, pero ese tipo me resultaba perturbador. El policía también se mantenía alerta, sabía por experiencia que estos albanokosovares eran gente violenta y no podían relajarse. Terminamos la declaración, que fue inexistente, y tocaba quedarme a solas con él para la entrevista personal. Salí con el policía y le pedí sin que se diera cuenta mi cliente que estuvieran pendientes. Me dijo que no me preocupara, que pasaríamos a una sala donde existe un espejo de esos que son transparentes del otro lado, y que estarían al tanto.

            Pasamos a dicha salita y nos sentamos en una mesa, frente a frente, Dardan estaba esposado, por supuesto, pero yo estaba acojonado.

            —Bien, Dardan. Soy el abogado de oficio que le han designado, y para poder defenderle en condiciones, necesito que me cuente exactamente lo que ocurrió.

            Se mantuvo impasivo, callado, con la misma mirada desafiante que se clavaba en mi retina. Tragué saliva y continué:

            —La policía me ha comentado que tiene varios antecedentes por robo en casas, así como pertenencia a grupo criminal y que ha estado en prisión por estos motivos.

            Repentinamente acercó su cara a la mía, amenazador, y me dijo:

            —Eso no le importa, abogado, es pasado y ahí debe quedar.

            Me asustó mucho, pero mucho, así que lo dejé estar porque interpreté que no quería que le defendiera, pero no tenía más remedio.

            —Lo dejamos aquí, Dardan. Si no me quiere contar nada, poco puedo ayudarle.

            Me levanté y me dispuse a salir de la sala, cuando el cliente se volvió y me dijo:

            —No, no puede ayudarme, abogado. A las personas como yo no nos creen. El dinero es poderoso y es el que imparte justicia.

            Escuché desánimo en sus palabras, presentí que algo quería decirme, pero no explicó nada más.

            Pasaría al día siguiente a disposición judicial. La situación estaba clara. Conjeturé que Dardan se vio sorprendido por los dueños de la vivienda y les atacó sin compasión, tenía las de ganar debido a su preparación militar, pero se vio sorprendido por la alarma que activó el señor Bermejo. Poco podía hacer por ese desalmado, aunque sus palabras me hicieron sospechar que no estaba todo el pescado vendido.

            Al día siguiente, me dejaron el atestado policial en el juzgado, iba a ser un día largo, ya que era muy extenso y el delito era muy grave. Según dicho atestado, que básicamente era la declaración del dueño de la vivienda, éste y su mujer escucharon unos ruidos en el salón. José Luis Bermejo ordenó a su mujer que no se moviera de la cama, se levantó y sorprendió a Dardan revolviendo en los cajones e intentado abrir la caja fuerte que se encontraba en un rincón, disimulado en un mueble bar. Estuvo observándole durante unos minutos hasta que se decidió: se abalanzó sobre él y le propinó unos cuantos golpes con el atizador de la chimenea, pero el asaltante, se volvió contra él y José Luis nada pudo hacer ante la fuerza y preparación del albanokosovar. Le dejó inconsciente en el suelo y lo siguiente que recuerda es acercarse a rastras al dormitorio y ver al ladrón golpear cruelmente a su esposa con la lámpara de la mesilla. Se levantó como pudo y activó la alarma, que hizo huir a Dardan. Llegó la policía, llamaron a una ambulancia y al rato le trajeron al sangriento ladrón para que le reconociera, cosa que hizo sin ningún género de dudas. Por otro lado, el atestado policial indicaba que no había huellas de Dardan por ningún sitio, siempre utilizaba guantes de silicona para no dejar huellas en los domicilios a los que entraba. La ambulancia se llevó a la mujer al hospital, donde fue ingresada inmediatamente en la UCI y allí seguía en estado de coma debido a los fuertes golpes que presentaba en la cabeza, sufriendo traumatismos craneoencefálicos, presentando también fracturas en los brazos y grandes hematomas y eritemas por todo el cuerpo. El informe médico era desolador, Paloma estaba viva de milagro, la paliza era importante, con violencia, con odio, esa fue la impresión que me dio. Un hombre con preparación militar y frío como Dardan habría dejado secos de un golpe a la pareja, sin tanto ensañamiento como se veía en la mujer. José Luis Bermejo presentaba una pequeña marca en el cuello debido al estrangulamiento que le dejó inconsciente, así como arañazos en los brazos debido al forcejeo. Dardan declinó ir al centro médico.

            Por otro lado, el informe policial explicaba que el dormitorio estaba revuelto, posiblemente por la pelea que hubo entre Dardan y Paloma, con signos de violencia, sangre en la cama y en la pared, así como varios objetos tirados por el suelo, entre ellos la lámpara de bronce con forma de candelabro que originariamente se encontraba en la mesilla de noche, deduciendo la policía que fue usado en la agresión, ya que presentaba una mancha de sangre.

            A la vista del atestado me pregunté por qué el señor Bermejo no activó la alarma antes de atacar a Dardan y se arriesgó a pelear con él, porque yo no sabía cómo era el señor Bermejo físicamente, pero Dardan era un gigantón que asustaba nada más verlo. Pero en fin, el miedo hace a veces actuar de maneras inimaginables.

            Bajé a calabozos y le expliqué todo con pelos y señales. Cuando le dije que la mujer estaba en cuidados intensivos, que estaba viva, su expresión cambió, dentro de la frialdad que le caracterizaba.

            —Algo me dice que lo que cuenta el señor Bermejo no es lo que pasó, Dardan. Un hombre con la preparación militar que usted tiene no habría actuado así, ¿me equivoco? —le comenté a través de la ventanilla de metacrilato que nos separaba y yo agradecía.

            Entonces, se acercó al cristal mirándome fijamente, cosa que me estremeció y me los puso en la garganta, y me dijo:

            —La mujer corre peligro, ayúdela.

            —Bien, pero necesito conocer la verdad.

            —Es su palabra contra la mía, ¿a quién van a creer?

            —No tengo más remedio que creerle a usted y algo no cuadra en la declaración del dueño de la casa, y si la mujer está en peligro, tiene la obligación de hablar.

            Dardan respiró consciente de que la vida de esa mujer dependía de que contara a ese abogado manco lo que ocurrió en aquella casa. La narración que escuché me puso los pelos de punta. No quería arriesgarme a intentar convencer a la policía de que Dardan era inocente, así que llamé en ese mismo instante a Velasco. Le expliqué lo que me contó mi cliente y los recelos que yo tenía, y se puso de inmediato manos a la obra. Envió a un agente a la UCI para impedir el acceso a la misma en la visita a la mujer, e hizo sus averiguaciones. Contactó con familiares y amigas de Paloma que corroboraron mis sospechas. El juez, después de la declaración de Dardan, no se fiaba y le mandó a prisión provisional por lo que pudiera pasar, pero estaría pendiente de la investigación policial.

            A los pocos días, Paloma salió del coma, y lo primero que vio fue el rostro afable de Velasco. Éste la tranquilizó, ya estaba fuera de peligro, nadie le haría daño. La mujer se abrazó a él llorando, el infierno seguía en su cabeza. Lo que le narró a mi amigo era una historia de terror continua que coincidía con la versión de Dardan.

            —No se preocupe, le tenemos todo el día vigilado sin que sospeche —le contestó el policía—. Ahora mismo ordeno su detención y usted podrá respirar tranquila, permanecerá un largo tiempo en la cárcel.

            Dardan no lo tuvo fácil en la vida. En su país lo perdió todo: familia, casa, bienes, y tuvo que huir de allí. La guerra de Bosnia les cambió a todos, y nada le retenía, así que cuando acabó la cruenta contienda, se vino a España con otros militares errantes, formando un grupo criminal dedicado a robar casas. Dardan no estaba contento con su nuevo trabajo, sus compañeros eran muy violentos y más de una vez se les fue de las manos, hasta que fueron atrapados y condenados por diversos crímenes. Cuando salió de la cárcel, un tipo contactó con él a través de internet y le propuso realizar ciertos trabajitos, Dardan aceptó con la condición de que fueran trabajos limpios, sin herir a nadie, y el tipo aceptó. Así que comenzaron la nueva andadura: el extraño le decía dónde y cuánto podía robar, con todo tipo de detalles, todo a través de internet, y Dardan ejecutaba el plan sin ningún tipo de problemas, ya que robaba en casas vacías o cuando los dueños estaban durmiendo, y al más mínimo problema, lo dejaba estar.

            Un día, el extraño de internet le facilitó un trabajo muy suculento: robar en casa de los Bermejo, una pareja sin hijos, de mediana edad, empresarios y con mucho dinero y joyas en su domicilio. Le procuró el sitio exacto de la caja fuerte donde lo guardaban. Tenía que ir a cierta hora de la noche, era importante según le aclaró, pero sin más explicaciones. Llegada aquella noche, Dardan entró en el domicilio sigilosamente, inhibiendo la señal de la alarma, y se dirigió directamente a la caja fuerte. Mientras estaba abriéndola, creyó escuchar gritos en el piso de arriba. Su instinto le hizo decidirse a subir, y a medida que se acercaba al dormitorio de la pareja, esos gritos se oían cada vez más, así como fuertes golpes y lamentos de una mujer que pedía que no la golpearan más. Dardan, sin vacilar, entró en el dormitorio y se encontró a la pareja en la cama, el señor Bermejo encima de su mujer, atada al cabecero, golpeándola con lo que parecía un candelabro, insultándola y gritándola que se muriera de una vez. Dardan se abalanzó sobre el hombre y le cogió del cuello con una llave que le hizo perder el conocimiento. Le sacó de la habitación y se dirigió a la mujer, que parecía inconsciente. Le hizo la respiración artificial sin éxito, y se dispuso a llamar a emergencias cuando saltó la alarma del domicilio. El señor Bermejo la había activado sin que Dardan se diera cuenta de que había vuelto en sí. Huyó, sabía que no le creerían y salió rápidamente de la casa. El resto de la historia ya la conocéis.

            El señor Bermejo fue condenado a diecisiete años como reo de asesinato en grado de tentativa, ya que, según el jurado popular, hubo alevosía y ensañamiento. Yo no participé en este juicio, ya que mi cliente era Dardan y simplemente fue a declarar como testigo.

            La investigación policial dirigida impecablemente por Velasco concluyó que el señor Bermejo contrató los «servicios» de una tercera persona que fue el que envió a Dardan al domicilio. Según el entorno de Paloma y ella misma, el señor Bermejo llevaba actuando de una manera extraña, puede que debido a problemas económicos por los que estaba pasando, así que decidió ponerse en contacto con alguien que le solucionara los problemas. El matrimonio tenía un seguro de vida por el cual, si uno fallecía el otro sería el beneficiario, así que Dardan sería el cabeza de turco al que le imputarían el delito de homicidio, y así el señor Bermejo se beneficiaría de una cuantiosa suma de dinero. Pero Dardan se adelantó y echó por tierra el plan ideado por el marido y ese tercero no identificado. Ni Dardan ni el señor Bermejo quisieron o no pudieron dar datos sobre ese supuesto intermediario, ya que el contacto lo hacían a través de internet y se cuidaba muy mucho de no ser descubierto. Dardan fue absuelto de los cargos que le imputaban, incluido el de robo con fuerza en casa habitada. Paloma le estaría siempre agradecida.

            Cuando todo terminó, Velasco me invitó al bar habitual a tomar unas cervezas y comentar lo ocurrido. Me dijo que quería aclararme algunos puntos de la investigación que no habían salido a la luz. Cuando llegué al establecimiento me extrañó ver a Gabriel en la barra. Di un abrazo a mi amigo y me comentó que Velasco le había llamado para quedar con él allí. Bueno, aguardaríamos a ver qué sorpresa nos daría el viejo policía.

            No esperamos ni dos minutos, cuando Velasco apareció, y tras los saludos pertinentes nos sentamos con unas cañas en una mesa pegada al gran ventanal.

            —Sé que estáis extrañados de que os haya citado a los dos, pero en esta investigación hay algo que no puedo quitarme de la cabeza. Lo estudié una y otra vez, y quizá me equivoque de persona, pero tengo que haceros partícipes a los dos de mi molesta intuición.

            Gabriel y yo estábamos expectantes, no sabíamos a lo que se refería. Tras poner al día sobre el procedimiento a Gabriel, Velasco continuó.

            — ¿Os acordáis de Ortega?

            Ese nombre me sobrecogió, el pasado regresó de repente, me trasladó a una época siniestra, oscura, borrosa. No pude articular palabra, mi boca se quedó paralizada y mi cerebro desbloqueó a aquella figura que mi mente escondió en algún lugar recóndito de mi cabeza, pero regresó.

            —El individuo con el que se puso en contacto el señor Bermejo y que contrató al albanokosovar es Ortega —siguió Velasco. —Puede que sea una coincidencia, pero algo me dice que es la misma persona.

            Todos conocíamos bien a Ortega. Caló tan profundo en nosotros que no podíamos olvidarlo, aunque apenas le vi un par de veces. En cambio, a Gabriel se le veía tranquilo, incluso sonriente, como si ese nombre que a mí me devolvía a los infiernos, a él le reconfortara, le aliviara, le quitara un peso de encima. No sé por qué, pero yo estaba convencido de que Gabriel sabía algo más. Conociéndole, sus razones tendría, pero era inquietante, solo su mirada serena calaba en mí como lluvia ácida y me producía náuseas. Velasco le observó de manera desafiante pero a la vez cómplice, invitándole a que se explicara. Entonces, Gabriel, adivinando sus intenciones, dijo:

            —Si el Ortega que conocemos ha intervenido en esta historia, entonces ha salvado la vida de Paloma, que no os quepa duda. No podría explicaros exactamente cómo lo ha hecho, pero está viva gracias a él, estoy seguro.

            Se quedó pensativo unos segundos, intentando buscar las palabras que explicaran de alguna forma el hecho de que Ortega significaba algo más en su vida.

            — ¿No reconoces a Paloma, Juanan? No ha cambiado tanto. Al final terminó con un gilipollas psicópata, pero sigue siendo la misma— me preguntó.

            Estuve cavilando unos segundos, tratando de recordar de qué conocía a esa mujer, hasta que caí.

            — ¿Paloma? ¿Paloma Rivas?— un escalofrío llegó hasta mi garganta y la cerró. Esto me superaba, su amor de adolescencia estaba vivo gracias a Ortega, otra vez.

            —Es hora de que hablemos.

 

 

El buen ladrón: Película producida por Fox Searchlight Pictures y Alliance Atlantis.

 

 

 



Deja una respuesta