58. La duda
- 24 febrero, 2022
- Posted by: Anselmo Carrasco Merlo
- Categoría: Crónicas de un abogado de oficio

«Algunos no pueden dejar de lado sus ansiedades y obsesiones, quedan perdidos y desconectados de la vida y este es el resultado.» Graham Norton.
«Las ideas fijas nos roen el alma con la tenacidad de las enfermedades incurables. Una vez que penetran en ella, la devoran, no le permiten ya pensar en nada ni tomar gusto por ninguna cosa.» Guy de Maupassant.
«El adversario que llegó a ser una obsesión para ti, ya es una parte de tu propio ser» Lucian Blaga.
Mi niñez es la evocación de un baño en una tina de zinc bajo la sombra de una higuera. Es mi primer recuerdo, un recuerdo feliz, nostálgico, alegre. Cada vez que traigo a la memoria ese verano de calor en el patio de mi abuela y mi madre refrescándome en ese barreño junto con mis hermanos casi recién nacidos, no puedo evitar ese sentimiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor y me acongoja sentir esa frustración de que podríamos haber hecho algo en el pasado para cambiar situaciones que ahora nos corrompen y atraviesan nuestro costado cual lanza de Longinos. Esas rememoraciones me alivian y me perturban a la vez. No todos tenemos recuerdos agradables de nuestra infancia, no hay más que preguntar a Facundo, si volvería a vivir su niñez, su infierno particular. Por supuesto que diría que no. Jamás cambiaría su vida actual por nada en el mundo, el pasado es pasado y ahí debe quedar. Su padre alcohólico se dedicaba a darle palizas día tras día, desde que tenía uso de razón, y la desidia de su madre, seguramente por miedo, incrementó su horror hasta límites insospechados. Afortunadamente para él su infortunio cambió con la muerte prematura de su primogénito, muerte extraña; no más palizas, no más injurias, no más miedos. Pero la huella imborrable que le quedó la tiene tatuada sin posibilidad de eliminarla, los traumas infantiles se quedan para siempre, y ninguna terapia logra curarlos. Se aprende a vivir con ellos, en silencio, en soledad.
Velasco no me cuenta todos los horrores que ha estado obligado a ver a lo largo de su dilatada carrera policial. Uno de los casos que sí me ha contado y que me resultó sumamente inquietante es el de la pequeña solitaria, así la llamaba. Un domingo por la mañana le enviaron a un hospital de Madrid a raíz de una llamada que recibieron en comisaría por parte de uno de los sanitarios del mismo. Cuando llegó, le recibió un médico de la UCI y le puso al día sobre un suceso que ocurrió esa noche. Una niña de unos cinco años ingresó inconsciente en urgencias debido a las lesiones que sufrió por un accidente de coche. Éste chocó frontalmente contra un camión, falleciendo la madre. Iban solas y sola estaba en cuidados intensivos. No sabían quién era esa niña, su madre no tenía documentación. Velasco no entendía muy bien por qué le habían llamado, en principio se trataba de un accidente que estaba investigando la Guardia Civil, sus causas y la identificación de esas dos personas. En principio.
El doctor le apartó a un lado para estar a solas.
—Verá— continuó —, le he llamado porque hemos descubierto en la niña unas lesiones un tanto atípicas, que no tienen nada que ver con el accidente.
El médico hizo una pausa, subiéndose las gafas que le resbalaban por la nariz y continuó:
—Estamos seguros de que ha sufrido abusos sexuales. Hemos encontrado desgarros en sus genitales, así como una serie de pequeñas lesiones, como eritemas y arañazos recientes, que evidencian esos abusos sin ningún género de dudas. Además está drogada. Le han inyectado una mezcla de varias sustancias, tiene la marca en la ingle.
Velasco se quedó pensativo, asimilando lo que el doctor le estaba contando. Aunque ya tenía mucha experiencia y había visto de todo, nunca es plato de buen gusto investigar un caso de abusos a una niña.
—¿Cómo está?— preguntó.
—Las siguientes veinticuatro horas son cruciales. Tiene varios traumatismos craneoencefálicos, roturas de varios huesos y el bazo destrozado, hemos tenido que extirpárselo. Lo único positivo es que no ha debido enterarse del accidente en su estado. Estable dentro de la gravedad, pero ya le digo, mañana veremos cómo evoluciona.
—¿Tiene restos?
—Sí, tiene restos de semen que hemos guardado a la espera de lo que usted nos diga.
—Sí, ahora mismo llamo al equipo de la policía científica y se lo llevarán para analizar. El camionero que conducía, ¿sabe algo de él?
—Sí, está en planta. No tiene nada grave, pero estará esta noche ingresado en observación.
—Bien, muchas gracias doctor. Subiré a verle, y, si la niña despierta, hágamelo saber.
Velasco se dirigió a la habitación donde se hallaba el camionero y allí encontró a un hombre postrado en la cama, acompañado de su esposa. El hombre era entrado en años y en kilos. Se presentó ante él y, una vez hubo salido su mujer, le pidió que contase lo sucedido.
—Todo pasó muy rápido, inspector. Yo me dirigía a la campa donde dejamos los camiones de la empresa, por la carretera de Vicálvaro. De repente, se me cruzó un coche que venía de frente. Di un volantazo pero no pude esquivarlo. Después de unos segundos, bajé del camión como pude y me dirigí al coche. Vi que estaba aplastado en la parte del piloto. Me asomé y vi a una mujer con la cara destrozada y el cuerpo atrapado entre los hierros, parecía estar muerta, el airbag le no sirvió de nada. En la parte de atrás observé a una niña pequeña, tampoco se movía, así que llamé inmediatamente a la Guardia Civil. Vinieron enseguida, acompañados de bomberos y ambulancias, muchas ambulancias. Ya no vi nada más, los guardias me apartaron a un lado y me preguntaron por lo ocurrido. Me trajeron al hospital y aquí estoy.
—Bien, ¿observó si la niña estaba en su silla infantil?
—No me di cuenta. Estaba tumbada en el asiento posterior y estaba muy oscuro. No sé si salió disparada de la silla, si iba en ella o si había silla, con los nervios no me fijé, lo siento.
—Bueno, no se preocupe. ¿Algo más?
—Hay una cosa que me tiene intranquilo, inspector—. El camionero se acomodó en la cama y llamó la atención de Velasco —No se lo he contado a los guardias porque no le di importancia al principio, pero, hablándolo con mi mujer creemos que es importante. Fueron unas décimas de segundo pero, justo cuando iba a chocar contra mí observé que la mujer estaba llorando, la vi perfectamente porque los faros del camión la alumbraron directamente a la cara y vi que su rostro estaba lleno de lágrimas, con el rímel corrido. Después del impacto su cara estaba desfigurada, así que ya no pude cerciorarme bien. Sé que algo le ocurría, nunca se me olvidará ese rostro desesperado.
Velasco se despidió, pensativo. El siguiente paso sería hablar con los guardias civiles y hacerse con una copia del atestado, así que hizo una llamada y se acercó a la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, allí le estaban esperando el subteniente al cargo de la misma y los dos guardias que estuvieron la noche anterior en el suceso.
—Sé que les toca descansar después de una noche tan agitada—les dijo a los guardias que acudieron al accidente—, por eso les agradezco su presencia aquí.
Le facilitaron el atestado del suceso. Parecía un accidente sin la mayor trascendencia que la muerte de la mujer y las lesiones de la niña, pero sin nada extraño. Por lo visto la mujer perdió el control del vehículo y se empotró contra el camión que venía de frente. Estaban a la espera de la autopsia. Pero había varios puntos intrigantes: no encontraron documentación alguna de la víctima y no había silla infantil en el coche, por lo que la niña, según inspección ocular de los agentes, iba suelta y sin abrochar el cinturón de seguridad, al igual que la mujer. ¿Qué madre lleva en el coche a su hija pequeña en esas condiciones? Estaba seguro de que huía de alguien, seguramente del agresor de la niña, y junto con las declaraciones del camionero, le hacían convencerse de que así era. El atestado también explicaba que el coche pertenecía a Dña. María José Rodríguez y su esposo Javier Urbizu.
—¿Han hablado con los dueños del coche?— preguntó.
—Sí. Llamamos a la señora y se sorprendió cuando le contamos lo sucedido. Estaba trabajando en un hospital y llamaría a su marido. Nos dijo que vendrían esta tarde a poner la denuncia del robo, ya sabe, por el tema del seguro más que nada, y como nosotros llevamos el caso, lo mejor es que la pongan aquí para que no se repitan expedientes.
Los guardias se miraron unos a otros, indecisos, hasta que el subteniente le preguntó a mi amigo por qué un inspector de la policía nacional estaba interesado en el caso, ya que parecía claro que era un accidente de tráfico como tantos otros.
—El médico que ha atendido a la niña me ha facilitado una información muy sospechosa. Por el momento no les puedo decir nada hasta que confirme lo que parece ser un delito. Pero no se preocupen, serán informados cuando sepa algo más. Por cierto, me gustaría venir esta tarde para hablar con los dueños del coche, a ver si me pueden esclarecer algunas dudas. Les agradecería que les retengan hasta que yo hable con ellos— contestó Velasco con la tranquilidad que le caracterizaba.
Quedaron en ello y le dieron una copia del atestado.
—Ah, por cierto. El coche lo tienen aquí, ¿verdad?. Necesito un peritaje del mismo, para ver si se descubren huellas, ADN, o cualquier otra cosa que nos ayude para esclarecer el caso. Y si han encontrado el teléfono de la mujer, necesito las últimas llamadas que ha realizado y recibido.
—No se preocupe, inspector—respondió el subteniente—, los peritos están desde esta mañana en ello. En cuanto lo tengamos se lo facilitamos, no creo que tardemos mucho. Supongo que esta misma tarde, cuando llegue, podremos decirle algo.
Se despidieron hasta la tarde y Velasco se dirigió a su comisaría. Entró en su despacho y estudió el expediente con detenimiento. El accidente ocurrió sobre las 24.00 horas. Ocurrió en una recta con buena visibilidad, no llovía y la calzada estaba en óptimas condiciones. Hubo testigos que vieron cómo el Toyota Auris cambiaba de carril justo cuando pasaba el camión en dirección contraria. El camión trató de esquivarlo pero no pudo evitar el choque frontal. Velasco trataba de imaginar a una mujer con su hija de cinco años forzando la cerradura de uno de los coches menos robados en España, eso explicaba que el coche no tuviera silla infantil, pero no le salían las cuentas. ¿De quién huía esa mujer?¿Sabía de los abusos que estaba sufriendo su hija?¿Por qué invadió el carril contrario en una recta sin ninguna dificultad?
Cuando terminó de comer, muy tarde, en el restaurante habitual, le llamaron de la Agrupación de tráfico. Ya habían llegado los dueños del coche. Se presentó allí en quince minutos. El subteniente le estaba esperando y le hizo pasar a su despacho. Le comentó que ya conocían la identidad de la mujer. Habían descubierto sus huellas en el volante y sabían quién era porque estaba fichada desde hacía algunos años por una alcoholemia. Se llamaba Mónica Galera, 34 años, española y antecedentes penales cancelados. La niña se llamaba Noemí Ibáñez. Tenían una dirección donde estaban empadronadas, muy lejos de donde se encontraba el supuesto coche robado. Allí encontrarían a su pareja, algo le decía que estaba implicado en el asunto. También le facilitó el listado de las llamadas del teléfono de Mónica.
Salió al pasillo y vio a una pareja que supuso eran los dueños del coche. Pidió al matrimonio que pasara a una sala. Se sentaron frente a Velasco, separándoles una mesa plomiza como la habitación donde se encontraban. Solo habían venido para poner la denuncia del robo de su coche y resulta que se encontraban frente a un inspector de la Policía Nacional. Velasco les tranquilizó:
—No se preocupen. Les voy a hacer unas preguntas rutinarias para intentar esclarecer el robo.— Se calmaron un poco viendo el talante de Velasco, y este continuó —Usted se enteró de la sustracción del coche cuando llamó la Guardia Civil, ¿verdad? —preguntó dirigiéndose a la mujer.
—Sí, así es. Soy enfermera y me llamaron estando en el hospital, ayer me tocó turno doble. Me informaron del accidente y me asusté porque pensé que era mi marido, así que le llamé y me tranquilizó saber que estaba en casa. Se asomó a la ventana y descubrió que no estaba donde lo dejó aparcado.
—¿Así que el coche no lo utiliza usted para ir a trabajar?
—No, yo utilizo otro más viejo que tenemos. El Auris lo utiliza mi marido.
—Seguramente habrán forzado la cerradura. Hay verdaderos maestros en abrir coches— comentó Velasco de forma amigable. —Porque las llaves del coche no se las habrán sustraído en algún sitio sin ustedes darse cuenta, ¿no?
—No, no. — Contestó el marido — Aquí tengo mi juego de llaves y el otro creo que está en casa, aunque no lo he comprobado.
—Debo decirles que el coche está para el arrastre, pero no se preocupen, les daremos un informe sobre el robo y el accidente para que den parte a su seguro— Velasco hizo una pausa y continuó —También les comunico que las personas que le sustrajeron el coche han fallecido en el accidente.
A Javier le cambió la cara. El rictus nervioso que mantenía durante la conversación se relajó pero el inspector observó en su cara decepción y tristeza.
—Parece que ahora coge aire, estaba usted muy tenso —le comentó Velasco mirándole de soslayo con una sonrisa.
—Sí, no. No es nada, es que al no conocer a esas personas no sé si tomarían represalias contra nosotros al poner la denuncia del robo.
—Bueno, pues ya no tienen que preocuparse por eso. Por cierto Javier, me falta apuntar su teléfono para completar el informe, el de su mujer ya lo tenemos. Por mí eso es todo. Pueden irse a descansar y les llamaremos cuando tengamos el atestado del accidente.
Después de entrevistarse con los dueños del coche, llamó a su compañero para que hiciera unas gestiones y unas llamadas y también estaba a la espera del informe pericial del coche. Lo siguiente sería hablar con el padre de la niña.
Cuando llegó a comisaría, su compañero le comentó que habían detenido a Miguel Ibáñez en su domicilio, la pareja de Mónica y padre de la niña. Por lo visto, estaban separados desde no hacía mucho tiempo.
—Es un pieza, ya lo verás. Está bajo los efectos de estupefacientes— le advirtió.
A Velasco no le preocupaba, había tratado con mucha gentuza a lo largo de su carrera, así que uno más, igual daba. Miguel tenía antecedentes por tráfico de drogas, robo con fuerza y un largo historial delictivo que le convertía en un tipo peligroso. Se sospechaba que continuaba en el negocio, pero ahora estaba limpio, aparentemente. Su pareja le abandonó por estos motivos, pero le dejaba ver a la niña de forma asidua y se quedaba con su padre alguna noche de sábado. Le haría esperar, quería tener primero el informe pericial del coche para ver si había algo más.
No tardó mucho en llamarle el subteniente de la Guardia Civil para comentarle que ya tenían el informe pericial del coche, que se lo mandaba por fax, así como las llamadas de teléfono —Velasco era más de fax que de correo electrónico— y tardó dos minutos en recibirlo junto con otra serie de documentación que le dejó perplejo. Corroboró lo que ya sospechaba y algo más. También en ese momento le llegó la autorización del juzgado que había solicitado, así que llamó a los agentes que estaban vigilando el domicilio para que estuvieran atentos.
Entonces entró donde se encontraba el detenido, en una sala de interrogatorios que tenían al efecto. Era un tipo rudo, delgado, lleno de tatuajes, con aros por pendientes y pelo largo, con las pupilas muy dilatadas producto de su adicción a las drogas.
—¿Por qué me han detenido? Ahora soy una persona honrada.
—Eso no me lo creo— le contestó Velasco —. Pero no estás aquí por tus mierdas de siempre. Es algo más grave.
Velasco le informó del accidente de su ex pareja. Le contó que Mónica había fallecido y su hija estaba grave en el hospital. Se reservó lo que le comentó el médico de urgencias. Miguel se quedó inmóvil, sin decir nada. El odio que reflejaba su rostro hizo estremecer incluso a mi amigo. Algo en su actitud le hizo sospechar que algo malo iba a ocurrir.
—¿No tienes nada que decirme? —preguntó Velasco.
—¡Quiero ver a mi hija!
—Primero quiero que me digas si tu mujer estaba saliendo con alguien.
—Y, ¿eso qué importa? ¡Quiero ver a mi hija! —gritó con lágrimas en los ojos. Se derrumbó. Comenzó a llorar desesperado.
—Dejaré que se te pase, pero es importante que me digas si tu mujer tenía alguna relación con otro hombre —inquirió Velasco.
Miguel se repuso y contestó:
—Nunca ha sido mi mujer. Ya no nos queríamos, agente. Mi vida es mejor sin ella. Ahora tengo a Estela. Y no sé si Mónica sale con alguien, no me lo ha dicho. Supongo que sí.
Velasco quedó pensativo. Miguel continuó.
—Mi niña cada vez estaba más callada conmigo. Supongo que la madre la está poniendo en mi contra. Mi abogado y mi novia creen que la niña tiene «alineación de padre» o algo así.
—Alienación parental— corrigió Velasco.
—Eso, como se diga.
—Así que usted quiere regularizar la situación con su hija.
—Sí, mi abogado me está asesorando con la niña porque cada vez la veo más distante y más borde conmigo.
—¿Cuándo fue la última vez que vio a su hija?
—Anoche. Hacía mucho que no me la traía. Cuando estábamos durmiendo, Mónica vino como una energúmena. Nos despertó y se la llevó sin ninguna explicación, solo insultándome y echándome en cara qué le había hecho a la niña. Cada vez me pone más pretextos a la hora de traerla y llevarla.
El inspector calló unos segundos, recolocando las ideas en la cabeza.
—¿Y qué se supone que le había hecho usted a la niña?
—No lo sé, no me lo dijo. Se fue despotricando y yo tampoco estaba en condiciones de escucharla.
—¿Por qué?¿Habías tomado algo?
Miguel se alteró un poco ante la pregunta. Reconoció que había recaído otra vez con la heroína, pero su hija no lo sabía, tenía mucho cuidado de estar bien ante ella. No quería perderla. Se chutó un pico antes de que se fuera Estela, a ella no le importaba. Es más, comprendía que lo necesitaba y entendía que debía relajarse con ello.
—¿Noemí estaba más nerviosa de lo habitual? ¿Tenía pesadillas por las noches u observaste algo en ella fuera de lo común?
Miguel Ángel entornó los ojos, mirando fijamente a Velasco.
—¿Por qué?¿Qué ocurre con la niña?
—Si quiere a su hija le pido por favor que haga memoria y conteste. De momento no puedo decirle nada hasta que la investigación dé sus frutos.
Miguel buscó en lo más recóndito de la memoria y contestó:
—El caso es que, las pocas noches que se queda en mi casa, últimamente tiene un sueño más profundo. Por la mañana le cuesta despertarse y dice que sueña con una avispa que le pica en la pierna. Se lo comenté a su madre, pero me contestó de muy mala gana y me echó a mí la culpa de sus pesadillas, así que no volví a sacar el tema por miedo a que no la trajera más. A raíz de entonces las visitas se fueron distanciando.
—¿Anoche estuvo su novia con ustedes?
—Sí, supongo que durmió conmigo, pero no estaba cuando vino Mónica. No sé, estoy confuso. Supongo que se marcharía al poco de…
—Meterte el pico— respondió Velasco por él.
—Dejémoslo en dormirme.
—¿A qué hora calculas que se marchó Estela?
—No lo sé, supongo que sobre las once, la niña y yo ya estábamos dormidos.
—¿Anoche te acostaste con la niña en la cama?
—No lo recuerdo, déjeme en paz.
En ese momento llamaron al teléfono de Velasco. Era la llamada esperada de sus compañeros. Cuando colgó se dirigió a Miguel pidiéndole la descripción de su nueva novia.
Velasco apuntó todo con pelos y señales.
—Bien, pues nada más, Miguel. Ahora permanecerá aquí un rato hasta que haga unas averiguaciones. En cuanto corrobore las dudas que tenemos le soltaremos. No creo que lleve mucho tiempo, pero quiero que lo comprenda.
Miguel aceptó el trato, no tenía más remedio, pero esperaba que le soltaran pronto para poder acercarse al hospital para ver a su hija. Estaba impaciente por ello, quizá demasiado.
Velasco tardó diez minutos en llegar al lugar previsto. Ya había anochecido, el domingo había pasado en un chasquido de dedos. Sus compañeros le pusieron al día sobre lo que había ocurrido en ese momento:
— Su mujer marchó a trabajar sobre las 20.30 y a los quince minutos el marido salió a tirar la basura y mire lo que encontramos rebuscando en ella.
Le enseñaron el bolso de Mónica. Dentro tenía su documentación, una bolsita con maquillaje, algo de dinero y otras pertenencias personales. También encontraron una bolsa transparente con un juguete especial dentro. Velasco asoció todo lo ocurrido inmediatamente con Javier, pero había cosas que no le cuadraban todavía. Aún así le detuvieron. Éste salió custodiado por los agentes y le introdujeron en el coche policial. Sabía más de lo que parecía. Había muchas cuestiones sin resolver.
Una vez en comisaría, y frente a Velasco en aquel sempiterno cuartucho, Javier se mantuvo con la cabeza gacha, con la calva reluciente apuntando a la cara de mi amigo.
—Javier, hay cosas que me gustaría saber— comenzó Velasco. —Antes de que venga el abogado, si me lo permite, quisiera hacerle unas preguntas para aclarar algunas cosas, solo si usted está dispuesto a ello. O si lo prefiere esperamos a su abogado, como quiera.
Javier se mantuvo callado y accedió por fin. Estuvo muy atento a todo lo que Velasco le explicó, con pelos y señales, incluso los abusos de la niña. Ante este relato, la perplejidad se trasladó a su mirada y comprendió que él era sospechoso y por esa razón le habían detenido.
—No creerán que he sido yo.
Velasco le invitó a que diera su versión de los hechos. Javier resopló y comenzó su relato. Contó que tenía una aventura con Mónica. La conoció en un curso de autoayuda hace unos meses y tenían encuentros esporádicos. Su mujer trabajaba muchas horas como enfermera en el hospital, por lo que tenían su casa libre la mayor parte del tiempo. Otras veces quedaban en casa de Mónica, cuando la niña se quedaba con su padre. Javier era consultor y su trabajo le permitía tener bastantes horas libres. Dijo que no conocía mucho a Noemí, la hija de Mónica, habían paseado alguna vez los tres por el parque y poco más.
Siguió contando que la noche anterior su mujer tenía turno doble, entró a las tres de la tarde en el hospital hasta las siete de la mañana, igual que hoy. Tiene estos turnos un fin de semana al mes, situación que Javier aprovechaba para quedar con Mónica, y así fue ese fin de semana. La niña se quedó con su padre y Mónica acudió por la tarde a su casa para dar rienda suelta a sus deseos carnales. Sobre las once de la noche, estando en la cama, abrazados, Mónica recibió una llamada. Cuando colgó se sobresaltó y le comentó entre gritos de angustia algo relacionado con la niña, pero no lo entendió muy bien, y que tenía que irse corriendo, y que le hiciera el favor de prestarle el coche, a lo que accedió. Le dio las llaves y se marchó vistiéndose por el camino. Se llevó el móvil que tenía encima de la mesilla pero se dejó el bolso. Javier suponía que volvería a por él y le explicaría lo que ocurría. Pero pasó el tiempo, la llamó varias veces, sin recibir contestación. Hasta que recibió la llamada de su mujer sobre la una de la madrugada explicándole lo ocurrido con el coche. Javier no supo qué hacer, amaba a su mujer y no quería que se enterara de su desliz con Mónica.
—Porque solo era una aventura, inspector. Si pierdo a mi mujer a mí me da algo.
—Claro, claro. La quiere tanto que por eso la engaña con otra mujer mientras ella se parte el lomo en el hospital.
La contestación de Velasco le afectó al punto de echarse a llorar, sabiendo que tenía razón.
—No quisiera que se enterara— dijo Javier entre sollozos
—Pues me parece que va a ser inevitable— le contestó Velasco, acercándole un pañuelo de papel—. Continúe, por favor.
Javier, reponiéndose, continuó:
—Poco más que contar. Cambié las sábanas y limpié un poco para que María José no se diera cuenta de mi aventura, y cuando llegó por la mañana me percaté de que el bolso de Mónica estaba en el sillón. Lo escondí y aproveché cuando volvió al hospital para tirarlo a la basura. Nada más que contar. Solo que yo no tengo nada que ver con lo que le ha ocurrido a la niña, y siento mucho todo esto.
Velasco se le quedó mirando, inexpresivo, a la espera de que se recompusiera y comentarle lo que iba a acontecer a continuación: la reseña, la toma de muestras de saliva, etc. Pero en ese momento entró en la sala un compañero y le entregó una documentación. Era el informe de ADN que estaba esperando, tardó menos de veinticuatro horas. Ya tenía al culpable.
Mi amigo es muy intuitivo, supongo que la intuición se trabaja y los años que lleva en el cuerpo de policía es un punto a favor para su desarrollo. Velasco sospechaba quién era el culpable y sabía con seguridad quién no lo era. Javier hizo lo que hizo por miedo a que su matrimonio terminara; una actuación fea pero perdonable por sus circunstancias personales. El teléfono de Mónica tenía llamadas entrantes de Javier compatibles con lo que declaró éste en comisaría, pero también tenía mensajes de Miguel, muchos, la mayoría preguntando qué es lo que ocurría y por qué se llevó a la niña. Lo último que había en el teléfono era la marcación de los seis primeros números que coincidían con el número de teléfono de la comisaría de su distrito, pero no terminó de realizarla. Velasco suponía que esa acción fue lo que provocó que Mónica se despistara y chocara contra el camión. Hubo otra llamada entrante, que coincidía con la hora que Javier había establecido como la que hizo salir de su casa a Mónica. El número pertenecía a un número oculto que suponía era la clave del caso, así que ordenó oficiar a la empresa telefónica para que le facilitaran el número de teléfono. Miguel era un drogadicto, pero no mentía, y Velasco le veía incapaz de hacer daño a su hija.
¿Quién era el culpable entonces? Javier tenía coartada. Miguel no, pero Velasco supo que no era él, aunque el informe de ADN le inculpara.
—Muy perspicaz, inspector. ¿Por qué cree que fui yo?
—Por casualidad— contestó Velasco. —Primero, porque usted no esperaba que Mónica cogiera su coche y tuviera el accidente, por lo tanto usted tampoco me esperaba en las dependencias de la Guardia Civil cuando fueron a poner la denuncia del robo. Usted pensaba en un principio que les habían robado el coche de verdad. Segundo, porque la conocí cuando vino a poner la denuncia del robo de su coche, y vi su cara, y en cuanto Miguel me dio la descripción de su novia, supe inmediatamente que era usted, sobre todo por su tatuaje del cuello, una velutina, ¿verdad?. Esas avispas son muy puñeteras, como usted. Tercero, porque mi compañero llamó al hospital donde usted trabaja y habló con la enfermera jefe, una mujer muy amable que nos facilitó toda la información que le pedimos. ¡Qué mala suerte!, según su cuadrante no le tocaba trabajar esa noche, y además, pidió salir un poco antes por asuntos personales. Hay más, pero ya ve, existe todo un cúmulo de circunstancias accidentales que nos llevaron a usted. Me imagino los motivos enfermizos que le movieron a querer destrozar la vida de una familia.
—A lo mejor se lo merecía.
—¿La niña también?
—No sé nada de la niña, se está equivocando. Yo solo quiero recuperar a mi marido.
—¿Seguro que no sabe nada? Pienso que sabe más de lo que parece. Es más, estoy convencido de que fue usted la causante de todo esto.
—Aquí hemos terminado. No tiene pruebas. Quiero un abogado, no pienso seguir hablando más con usted— cortó tajante María José.
Velasco calló unos segundos y continuó.
—Bien, pues aquí terminamos. Llamaremos a un abogado de oficio para que la asista en la declaración. Pero antes quiero enseñarle una cosa.
Velasco sacó una bolsa con un objeto dentro y lo lanzó sobre la mesa. María José cambió la cara. Mi amigo continuó.
—¿Lo recuerda? Lo encontramos por casualidad en el contenedor de debajo de su domicilio mientras rebuscábamos en busca del bolso de Mónica. Lo hemos llevado a analizar y hemos encontrado varias cosas: restos de semen, ADN de la niña, huellas… Y estoy convencido de que esas huellas coinciden con las suyas cuando le hagamos la reseña. ¿A que no lo esperaba?
María José cambió de cara. Retó a Velasco con la mirada, con odio, con nervios, con resignación. Estaba loca pero no era tonta, tampoco lista, lo justo. Sabía que su coartada se había desmoronado como un castillo de naipes y sabía también que su única salida, al reencontrarse con su juguete sexual sobre la mesa, era confesar la verdad. Aunque había tenido mucho cuidado usando guantes de látex, cabía la posibilidad de que pudieran haber encontrado alguna huella suya, pero ante la evidencia inapelable que Velasco le mostró, la mujer sabía que si confesaba el crimen podría ser beneficioso a la hora de que le rebajaran la estancia en prisión, pero esperaría al abogado para que le asesorara. Y así fue. Ante las pruebas irrefutables que existían, esa era su única salida, pero no le sirvió de mucho. La juez no vio en ella arrepentimiento a pesar de su confesión, no era creíble y no tuvo intención de redimirse. En un momento dado, en el juicio, y para desesperación del abogado defensor, María José manifestó que volvería a hacerlo si con ello recuperaba a su marido y daba una lección a Mónica, y que procuraría no ser descubierta, que lo haría de otra forma. Fue condenada a quince años por violación a una menor y una multa por calumnia, al imputar el delito a su amante, Miguel.
La sentencia era muy clara en sus hechos probados, sin ningún género de duda María José actuó por celos y no estimaron la eximente de trastorno mental transitorio ni la atenuante de obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato, obcecación u otro estado pasional de entidad semejante. Tampoco estimaron la de haber procedido la encausada a confesar la infracción a las autoridades antes de iniciarse el procedimiento judicial, debido a, como ya he dicho antes, que no mostró arrepentimiento.
Lo que ocurrió fue fruto de la obcecación, los celos, el odio. María José descubrió la infidelidad de su marido con Mónica. Un día salió antes del hospital por unas horas que la debían, compró la cena para darle una sorpresa a su marido y, cuando llegó a casa, les sorprendió en la cama. No les dijo nada, se limitó a observarles unos minutos y se marchó. Esto provocó en su mente la obsesión de la venganza y protección de su propiedad. Urdió un plan que ni Ed Gein en sus peores momentos de locura. Siguió los pasos de Mónica durante bastantes días y supo que estaba separada, que no se llevaba bien con su ex pareja, y sobre todo, que tenía una hija pequeña, convirtiéndose en el objetivo claro de su venganza. Se hizo la encontradiza con Miguel en un supermercado que él frecuentaba (tópico fácil), y supo en cuanto lo conoció que era fácilmente manipulable en manos de una mujer como ella. Y así fue. Empezó a salir con él y le contó todo lo referente a su vida: el tiempo que estaba con su hija, las desavenencias que tenía con su ex pareja, que fue adicto a sustancias ilegales… María José utilizó toda esta información de una manera magistral. El sexo predominaba en esta nueva relación y era una herramienta muy buena de manipulación por parte de la mujer despechada. Y, por qué no, ella también lo disfrutó como parte de la venganza hacia su marido. También le animó a caer en las antiguas adicciones, no fue difícil, así todo saldría a pedir de boca. Pasaron los meses, todo iba según lo planeado. Miguel estaba cada vez más tonto, más enganchado, más pillado, a las drogas, al sexo. Las pocas veces que la niña estaba con Miguel los fines de semana era porque Mónica estaba con Javier. María José lo sabía y cada vez que miraba a la niña, no podía remediar el odiarla cada vez más, en ella veía a su madre follando con su marido y eso la llevaban los demonios. Una vez en que la pequeña se quedó, vio la oportunidad. Ese día le tocaba trabajar en el hospital de tarde, pero dijo a su marido que le tocaba turno doble. Pidió a su jefa salir un poco antes por motivos personales y la dejaron sin ningún problema, le debían horas. Cuando llegó a la casa de Miguel, allí estaba Noemí. Se llevaba muy bien con la niña, le dio la falsa confianza que dan los psicópatas a sus víctimas. Tuvieron una velada agradable: pidieron una pizza del Domino´s y vieron una peli. La niña se durmió en su regazo, así que María José la cogió y se la llevó a la cama, bajo la atenta mirada atontada de Miguel, que disfrutaba de la relación tan grata que tenían entre las dos. Una vez acostada la niña, invitó a su novio a meterse un pico, ella misma se lo preparaba. «Sé que lo estás deseando. A mí no me importa, incluso es mejor para nuestra relación sexual, lo haces mejor y a mí me gusta», le decía siempre para camelarle. Una vez introducido el caballo en su cuerpo, tuvieron un frenesí bestial y Miguel caía extenuado, en un sueño profundo. María José sabía darle ya la dosis justa para que durara lo suficiente en la relación sexual y que cayera dormido enseguida tras terminar, había experimentado bastante con las cantidades idóneas mezcladas con otras sustancias, entre ellas escopolamina y viagra. Una vez dormido, cogió el semen expelido en sus pechos y lo guardó en un bote. Se dirigió a la habitación de la niña colocándose unos guantes de látex, se sentó en su cama y le bajó los pantalones del pijama junto con la braguitas. La bebida que tomó anteriormente hizo efecto de inmediato, no se despertaría, pero, aún así, le inyectó otra sustancia preparada especialmente para ella a través de la ingle, nadie lo notaría y aseguraba que no se despertaría a continuación. Esperó unos minutos, y entonces sacó de su bolso un dildo que untó con el bote de semen de Miguel, abrió las piernas de la niña y se lo introdujo hasta el fondo. Noemí ni se enteró. Después, guardó el juguete en una bolsa, desnudó a la niña y se la llevó a la cama de su padre, y les dejó allí, dormidos profundamente, desnudos. María José salió del piso y, una vez en la calle llamó a Mónica con su móvil, a través del número secreto. Le contó que era una amiga y que acudiera urgente a por su hija, que algo estaba ocurriendo con ella. Mónica salió corriendo y cuando llegó, se encontró a Miguel y a su hija desnudos en la cama, dormidos. Cogió a su hija gritando, la vistió como pudo y se marchó. Miguel estaba en un estado de confusión tal que volvió a quedarse dormido. El resto es lo que conocéis.
—Vaya historia, Velasco— comenté a mi amigo mientras dejaba la jarra de cerveza en la mesa. —Pero el juguetito sexual no tenía huellas, ¿verdad?
—No—rio Velasco.— Pero ya sabes que nuestro trabajo es crear dudas en los sospechosos e intentar que se desmoronen. Aunque todo lo tenía muy bien calculado y no era tonta, tampoco es una delincuente y no tiene tablas en un interrogatorio frente a un policía veterano. De todas formas, respecto a la llamada que hizo a Mónica, el error que tuvo era hacerlo desde su teléfono móvil; aunque lo hizo marcando primero #31#, que es el prefijo para llamar como teléfono oculto, las investigaciones nos llevaron al número de María José y supimos que era ella la que efectuó la llamada. Una cosa nos llevó a otra y así la descubrimos.
—Esta gente lo pasa mal en la cárcel —comenté mientras dejaba la jarra de cerveza en la mesa—. Date cuenta que las presas tienen hijos y a los violadores o violadoras se las hacen pasar putas.
—Sí, pero tienen módulos especiales para este tipo de delincuentes, para evitar precisamente eso —contestó Velasco.
Mi amigo tenía la mirada perdida. Fue un caso duro. Desgraciadamente la niña no pudo soportar las lesiones y la cosa se complicó. Su padre juró quitarse de todas las adicciones para tener la cabeza en su sitio y así poder vengarse de María José cuando saliera de la cárcel, y lo cumpliría. Ya había perdido a su hija, a su mujer y la cordura, así que, ¿qué más le daba?. Era la crónica de un desenlace de desesperación y muerte. Él sí era un delincuente habitual y sabía cómo hacerlo.
Yo también necesitaba recuperar a Dalia. Tenía que desprenderme de todas las mierdas de mi cabeza, de la coca, del alcohol. Debía comenzar de nuevo, pero, ¿cómo se comienza del paso cero cuando ya has dado cuarenta?. Retroceder es imposible, avanzar de otra manera, probable. Mi hermana me derivó a un colega suyo especialista en adicciones, pero no sería suficiente, para quitarme de un vicio primero debería reiniciar mi cerebro. Quién sabe, quizá alguna técnica para borrar los traumas al estilo «Olvídate de mí», imaginándome como Jim Carrey tumbado en la nieve con Dalia en la escena. Pero esa es otra película.
La duda: Película producida y distribuida por Miramax Films.