34. ADIÓS PEQUEÑA, ADIÓS

             Aquella niña desapareció sin dejar rastro. Nada más se supo de la pequeña Laila, la niña negra de pelo corto de la que la mayoría se burlaba en el colegio por su parecido con Steve Urkel, con sus grandes gafas de pasta y trajes multicolores típicos de su país. Le pedí a Velasco que llevara este tema cuando ya estaba en el departamento de menores. Era una institución en su trabajo, así que “podía” escoger en la medida de lo posible los casos que tuviera por conveniente, aunque le caían siempre los más complicados, y éste era un favor personal. Los padres de la niña eran clientes míos, les llevé un procedimiento de extranjería y me estaban muy agradecidos.

            Sus padres eran reacios a dejarla ir sola al instituto. Todavía no había cumplido los doce años y ese año empezaba la nueva etapa académica. Había iniciado ya las clases de 1º de la E.S.O. y estaba muy orgullosa, se sentía mayor a pesar de no haber todavía desarrollado su pequeño cuerpo, aparentaba ser menor de lo que era. Su padre se encargaba de acompañarla todos los días antes de entrar a trabajar. Tenían que coger un autobús que les dejaba a unos doscientos metros de la puerta del instituto. Al principio Sharmake, su padre, la dejaba en la misma puerta. Al cabo de los días la dejaba en la esquina, para que los chicos no la vieran cómo era acompañada, y poco a poco la fue dejando más espacio hasta que simplemente la acompañaba hasta la parada del autobús, aunque, sin ella saberlo, su padre la seguía a escondidas hasta el centro educativo hasta que la veía entrar sin problemas. Una vez dentro, Laila era objeto de burlas por parte de sus compañeros. Al principio lo pasaba mal, pero entabló amistad con dos chicas de cuarto que la defendían de todos los energúmenos que la insultaban y agredían, y así comenzó una nueva etapa en la que fue feliz. Nadie se metía con ella, e incluso hizo buenos amigos en poco tiempo.

            Ante la insistencia de la niña en querer ir sola, (decía que ya estaba preparada), sus padres accedieron no sin miedo. Esa mañana su madre le preparó el almuerzo para media mañana, su sándwich de jamón york y su brick de batido de chocolate, le dio dinero para el autobús y le hizo ponerse un colgante típico de su país para darle suerte, lo que parecía un elefante trenzado. Se despidió de ella con un beso. Su padre también la abrazó y la besó. Cuando llegó a la calle, miró hacia la ventana y vio por última vez a sus padres, asomados, saludándola con la mano. Cruzó la calle donde estaba la parada del autobús, y cuando éste vino, montó en él y se marchó.

            La niña llegó al instituto y dio las clases, así lo atestiguaron los profesores y los alumnos que estuvieron con ella. Ainhoa y Clara, las amigas mayores de Laila, confirmaron a Velasco que estuvieron con ella en el recreo y un rato cuando acabaron las clases. Se despidieron de ella a la salida. Laila fue por un lado y ellas por otro.

            – ¡Ojalá no la haya pasado nada! – lloraba Clara. – Teníamos que haberla acompañado hasta la parada. Nos dijo que era el primer día que venía sola al “insti”, y estaba tan contenta, ¡pobrecilla!

            Velasco se entrevistó con otras amiguitas de Laila y confirmaron su asistencia. Le comentaron que era blanco de todas las burlas, pero que desde que Ainhoa y Clara aparecieron en su vida, nadie volvió a meterse con ella. Su tutor le comentó lo mismo:

            – Es una niña muy aplicada. Nunca ha dado problemas, al contrario, era a ella a la que venían los problemas. Al principio se metían con ella, era, como decirlo, un tanto exótica, y por eso algunos alumnos se burlaban de su color y aspecto, pero todo cambió cuando conoció a esas chicas. La verdad es que están muy unidas, no entiendo quién o qué ha causado su desaparición. No me consta que alguien de aquí pudiera hacerle daño. No sé, son cosas que no me explico.

            Velasco se despidió y salió pensativo del centro. Se dirigió por el camino que supuestamente realizó la niña de vuelta a casa. Llegó hasta la parada de autobús que debió coger la niña el día anterior, pero no vio nada inusual. La cuestión estaba en saber si Laila llegó a coger el transporte o no, y observó que justo enfrente había un banco. Entró en él y preguntó por el director de la sucursal. Éste salió y le explicó que había cámaras en el interior que enfocaban a la calle, y justo se veía la marquesina donde se cogía el autobús. Quedaron en que le facilitaría a mi amigo las grabaciones de ese momento, pero tardaría un par de días. También le informó que ese día la parada de autobús estaba sin servicio debido a unas reformas en la calzada, por lo que la gente debía acercarse a la parada más cercana que estaba a unas manzanas más abajo, por lo que la niña, supuestamente tuvo que caminar hasta dicha parada.

            – Yo estaba pendiente de que mi niña llegara en el autobús, la parada está justo debajo de mi casa – explicaba la madre. – Al comprobar que no llegaba a la hora a la que supuestamente debía llegar, me puse nerviosa y llamé a mi marido al trabajo. Fuimos al colegio, pero nadie sabía nada. Simplemente ha desaparecido.

            – ¿No sospechan de alguien que la tuviera especial manía o que se pudiera encaprichar de ella? Cualquier pista, aunque sea mínima, podría ayudarnos de alguna manera. – Preguntó Velasco a Ebba, la madre de Laila.

            – No, sé que en el instituto lo pasaba mal con los compañeros, se reían de ella, la insultaban e incluso, alguna vez la llegaron a pegar, pero ahora estaba muy bien. Me dijo que su tutor la ayudaba mucho y la defendía de las agresiones, y esas amigas mayores que se echó también la protegían, quizá ellos sepan algo más, pero por favor, encuéntrenla, quiero que me la traigan. ¡Mi pobre niña, vinimos aquí para darle una vida mejor y mire lo que nos ha pasado! – lloró Ebba.

            La pareja llegó en patera a España, con Ebba embarazada. Tuvieron que pagar a las mafias para obtener un “pasaje” en esa barcaza que estuvo a punto de hundirse en alta mar. Pasaron muchas penurias hasta que llegaron a las costas de Cádiz, pero una vez aquí, pudieron ganarse la vida gracias también a la ayuda de Cruz Roja que hicieron una labor humanitaria grandiosa, y siguen haciéndola. Llegaron a Madrid y aquí se instalaron. Yo les ayudé a arreglar todos los papeles de residencia, me llegó el caso a través de mi amigo Gabriel, que ya os dije que colaboraba con una ONG de aquí de Torrejón, Confianza Solidaria. Sharmake encontró trabajo en una obra y allí sigue, sin lujos, ganando lo suficiente para darle una vida decente a su familia.

            Velasco se despidió del matrimonio somalí, no sin antes consolarles en lo que pudo. Sabía que estas desapariciones, estadísticamente no auguraban buenas noticias, pero intuía que llegaría hasta el fondo del asunto. Al día siguiente recibió una llamada de la directora del instituto, pidiéndole que se acercara allí con una patrulla porque tenían noticias nuevas. Cuando llegó al despacho de la directora, se encontró a ésta acompañada de dos profesores que custodiaban a un chico cabizbajo sentado en una silla frente a la mesa de la principal. Gustavo, que así se llamaba el joven, era un alumno de 2º de bachillerato, repetidor, dieciocho años recién cumplidos, “gótico”, “friki” y “raro”, así le definían sus compañeros. Un chaval solitario que prefería mantenerse al margen del mundo.

            – ¡Les juro que yo no tengo nada que ver! ¡Pero si casi ni la conocía! – se lamentaba Gustavo. Parecía convincente, pero Velasco era perro viejo y no se fiaba ni de su sombra.

            Entonces la directora sacó un objeto metido en una bolsa de plástico que entregó al inspector. Era el colgante con forma de elefante que llevaba Laila del cuello. Velasco lo examinó y observó que tenía restos de lo que parecía sangre seca. Se lo enseñó al chico y le preguntó qué tenía que decir al respecto.

            – ¡Alguien me está “haciendo la cama”, quieren que me coma yo el marrón! ¡Nunca he visto eso en mi vida! ¡Me lo han metido en la mochila sin que yo me entere! ¡Lo juro! – gritaba Gustavo llorando.

            – Ainhoa, una de las amigas de Clara, me ha dicho que vio cómo Gustavo guardaba este colgante en su mochila esta mañana, a escondidas. – Explicó la directora a Velasco. Éste  quiso hablar de nuevo con Ainhoa para aclarar algún detalle.

            – Sí – comenzó la joven -. Vi a Gustavo esta mañana en actitud sospechosa, mirando de un lado a otro, como evitando que alguien le viera. Se dirigió a la escalera de emergencia, donde casi nunca hay nadie y le seguí sin que advirtiera mi presencia, y vi cómo sacaba el colgante de su mochila. Lo miró durante unos segundos y lo volvió a guardar. Entonces fui corriendo a decírselo a la directora.

            – Llamé a otros profesores para que me acompañaran y pedimos a Gustavo que nos enseñara la mochila – continuó la directora -. Accedió sin ningún problema y vimos que efectivamente el colgante se encontraba dentro, e inmediatamente le llamamos a usted.

            Velasco le preguntó por la actitud del chico en el momento en que le sorprendieron. La directora y los profesores explicaron que no se alteró, y se sorprendió, o lo parecía cuando descubrió que el colgante estaba en su mochila, pero las pruebas eran claras. El policía preguntó a Ainhoa por su amiga Clara, si ella vio algo, ya que suponía que estarían juntas en ese momento. Ainhoa respondió que Clara estaba enferma y ese día no acudió a clase.

            Se llevaron a Gustavo a comisaría y pasó al día siguiente a disposición judicial. Al no haber más pruebas, el juez decretó la libertad provisional con el apercibimiento de ir a firmar en el juzgado cada semana, y no salir del país. Gustavo siempre declaró su inocencia, pero estaría estrechamente vigilado. Velasco se hacía varias preguntas: ¿Por qué Gustavo guardó ese colgante en su mochila con el consiguiente riesgo de que le pillaran? Sólo un psicópata haría eso, y tenía claro que el chico no lo era, mi amigo sabía si estaba ante una psicopatía. ¿Qué le llevó a Ainhoa a seguir al chico? Es mucha casualidad que le sorprendiera en ese momento. El chico es un solitario que pasa desapercibido y nadie repara en él, y así lo prefiere. Nunca ha tenido problemas y puede ocurrir, pero resultaba extraño. El colgante lo enviaron a laboratorio para la prueba de ADN, junto con la muestra de Gustavo. Velasco no veía en el chico el maníaco capaz de hacer algo malo a Laila.

            Al día siguiente le llamó el director de la sucursal del banco y le comunicó que tenía preparada la grabación del fatídico día. Se acercó una patrulla a por ella y la estudiaron con determinación Velasco y su equipo. Se trataba de un CD que reprodujeron nada más arribado y comenzaron la atenta observación del mismo. Se trataba de una reproducción en blanco y negro y sin sonido donde se veía perfectamente la entrada de la sucursal y la parada de autobús que se encontraba a unos dos metros de la misma. Se observaba a unos empleados trabajando en la calzada, cortando dos carriles de los tres existentes en la carretera, y por consiguiente, impidiendo al autobús efectuar la parada. Se observaba perfectamente a otro operario informando a los usuarios del autobús que debían ir a la siguiente parada. A las 14.13 vieron perfectamente a Laila llegando al lugar, preguntando a dicho operario y contestando éste indicando a su vez con la mano calle abajo. La niña se dirigió supuestamente hacia allí. Dejaron pasar más tiempo la grabación por si había algo más.

            – Vuelve hacia atrás, cinco segundos antes. – Velasco vislumbró algo que le sacó de dudas. – Ahí está. Auméntalo si puedes, ya lo tenemos.

            Entre las dos paradas existía un pequeño edificio abandonado, casi derruido, apuntalado y con andamios para una futura reconstrucción, como descubrió Velasco al realizar el camino que supuestamente hizo la niña. Allí entró con la policía científica y esperaba estar equivocado, pero no fue así. En el segundo piso descubrieron en un viejo arcón abandonado el cuerpo de la pequeña, maniatada de pies y manos, con signos de violencia. Más tarde, el informe forense de la autopsia reveló que Laila había sido brutalmente torturada. El cadáver presentaba quemaduras de cigarrillo por todo el cuerpo, varios cortes producidos por lo que parecía una cuchilla de afeitar y hematomas varios. Finalmente murió estrangulada con la soga que se encontraba en dicho arcón. Yo no sé cómo Velasco podía aguantar con tanta entereza estos macabros y espeluznantes descubrimientos. Como él me dice, después de tantos años, al final el corazón se te hace callo, pero nunca terminas de acostumbrarte del todo.

            Fueron al instituto y detuvieron a Clara y Ainhoa como supuestas autoras del asesinato de la pequeña Laila. Clara se derrumbó y cantó todo, quedándose su madre y abogado atónitos ante tan dura declaración. Contó ante Velasco y luego ante la juez de menores que aquel día siguieron a Laila, a sabiendas de que ese día iba sola, como así observó Velasco en la grabación del banco. Aprovechando que la parada estaba en obras y sabiendo que pasaría por el edificio abandonado, convencieron a la pequeña que las acompañaran para jugar en dicho lugar. Una vez dentro, la maniataron y “jugaron” con ella, grabándolo todo con el teléfono móvil. Una vez acabaron con su agonía, la introdujeron en el viejo arcón. Ainhoa cogió su colgante y en un descuido de Gustavo, lo introdujo en su mochila. La prueba de ADN concluyó que Gustavo era inocente e inculpaba a Ainhoa, a la que posteriormente se le tomó muestras de saliva para corroborar que los restos de ADN eran suyos. Velasco sabía que algo más ocultaban, así que confiscaron el teléfono y los agentes especializados en delitos informáticos descubrieron que la grabación había sido borrada pero enviada a otro teléfono antes de hacerlo. Llegaron inmediatamente al domicilio del tutor de Laila con una orden judicial, pero éste no se encontraba allí. Accedieron a su ordenador y allí hallaron material inquietante: poseía gran cantidad de archivos de contenido pedófilo y las llamadas “snuff movies”, entre las que se encontraba la grabación de Laila, que compartía con otros usuarios de la red. No pudieron encontrar al tutor pero hubo varias detenciones de miembros de esa red pedófila. Se cree que huyó al extranjero en cuanto supo que las chicas fueron detenidas. Éstas contaron que el profesor las pagaba una buena suma de dinero por este tipo de grabaciones, sí, había más pero no tan graves. A raíz de estos sucesos, algunos menores del centro comenzaron a denunciar abusos sexuales por parte de este maestro y la complicidad de Clara y Ainhoa, pero nada más se supo de este señor. Las chicas estarían una buena temporada, primero en un centro de menores y después en prisión, cuando cumplieran la mayoría de edad.

            Acudimos al funeral de Laila Gabriel, Velasco y yo. Sharmake y Ebba estaban destrozados. Ya no tenía sentido seguir en España, vinieron por ella. Volverían a Somalia a pagar por sus pecados. Se sentían culpables por haberla dejado sola. No les dije nada, comprendía su dolor y respetaba su decisión. Nos despedimos y nunca volví a verles.

            – ¡Otra historia para no dormir, Gabriel! Tú pretendes que no duerma por las noches.

            Gabriel era mi mejor amigo, pero me contaba unas historias que parecían de ciencia ficción. A veces estaba como ido. Me contó esta terrible historia de Laila en la creencia de que ocurrió en realidad.

            – Mira Gabriel. A ti te pasa algo por la cabeza y no sé que es. Me preocupas. Si hubiera pasado eso yo me acordaría, no soy tan tonto. Esta misma mañana los padres vinieron al despacho a firmar un nuevo contrato de alquiler, y me dijeron que Laila está muy contenta en el instituto. – Le dije asombrado.

            De un tiempo a esta parte se ha vuelto muy raro, incluso su mujer me lo ha comentado. Cuando terminó de contarme esta historia, estaba esperando a ver si yo recordaba algo al respecto, y al comprobar que no, respiró aliviado.

            – Juanan – me contestó -, todavía no estoy en disposición de contarte lo que ocurre. No te preocupes, no estoy loco. Te puedo asegurar que la historia es real, bueno, “fue”. Necesito hacer una serie de comprobaciones para asegurarme de que mi proyecto funciona. Cuando ocurra lo que tiene que ocurrir, te lo contaré todo con pelos y señales, pero por el momento no puedo revelarte nada. Confía en mí, sabes que no te mentiría, dame tiempo.

            Gabriel se despidió de mí, se levantó del banco donde estábamos sentados y se marchó por donde había venido. Me dejó con más dudas de las que tenía, pero debía confiar en él. Lo que me reveló con el tiempo me lo guardo para mí… de momento.

            Tengo que decir que esta historia es real, ocurrió en no sé qué país, no sé en qué momento. Yo la he hecho mía y espero que la disfrutéis.

 

 

 

“Adiós pequeña, adiós”: Película producida por Buena Vista.

                

                



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