30. AL LÍMITE DE LA VERDAD

                 No tuve más remedio que llevar el caso, mi hermana me insistió tanto que no pude decirle que no. Cómo ya os dije, Adela, mi hermana, era psicóloga, y tras una temporada de baja se incorporó a su trabajo, en el equipo psicosocial adscrito a un juzgado de Madrid, compaginándolo con la colaboración en una asociación que ayudaba a gente que no tenía recursos, donde asistía a personas que necesitaban ayuda psicológica. Siempre me enredaba y muchos asuntos eran casos perdidos, de los que no se podía rascar nada, y éste que me encasquetó, aparentemente parecía otro de éstos.

            Se trataba de un caso que tenía una labor de investigación bastante ardua, y yo, sinceramente, no tenía tiempo para ello. ¿Qué se pensaba Adela? ¿que yo era detective privado? Estuve a punto de negarme porque estaba hasta arriba de trabajo, pero al final me convenció no sé cómo, y accedí a estudiar el tema. Se trataba de una señora de mediana edad que aparentaba más años de los que tenía (en realidad tenía mi edad), muy apocada y tristona que llegó al despacho temerosa de entrar. Matilde le hizo pasar a la salita de espera y enseguida pasó a mi despacho. La invité a sentarse y a explicarme su caso.

            Carlota, que así se llamaba, explicó que Adela fue muy amable al querer ayudarla, pero que ella no quería venir a verme porque no había nada más, el caso estaba solucionado, pero mi hermana insistió tanto que se sintió obligada a acudir a mi presencia. Mi hermanita ya me puso un poco en antecedentes, tenía un sexto sentido para captar ciertas cosas que puede que se escaparan a los demás, era un poco como yo. Y era cierto, había algo en la explicación de la señora que hizo que saltara la alerta. Su marido, Paco, murió de un paro cardíaco cuando salió a correr, así lo confirmó el SUMMA que acudió a socorrerle pero sólo pudo certificar su muerte. Me explicó que su marido tenía una incapacidad permanente por una dolencia de corazón. Le recomendaron que hiciera deporte y se puso a correr, siempre con sus pastillas a mano por si acaso. Llevaba siempre el teléfono móvil y una cámara que le regaló ella para su cumpleaños porque le gustaba grabar sus carreras y entrenamientos. Ya llevaba un tiempo practicando este deporte y había mejorado mucho de su dolencia.

            – Estoy tan sola desde que me dejó… No pudimos tener hijos y eso le angustiaba tremendamente. Quería verme feliz porque siempre lo deseamos, pero no pudo ser, y nos resignamos. Nos volcamos el uno en el otro, y cuando le diagnosticaron el problema de corazón, lo afrontamos con valentía. A mí me daba miedo que se fuera a correr solo, pero vimos que le fue muy bien, hasta que ocurrió lo que ocurrió. Ese día, se puso sus zapatillas y sus mallas de deporte, y salió a correr por el campo, hacia el barrio del Castillo. Un señor que paseaba con su perro lo encontró tirado en el camino. Lo intentó ayudar pero no pudo; llamó al 112 y llegó la ambulancia, pero ya era demasiado tarde. No le debió dar tiempo a tomar la medicación, ni llamar por teléfono. El médico dijo que pudo ser fulminante, con esa dolencia era habitual que en cualquier momento el corazón fallara de repente sin dar tiempo a nada. En fin, cosas que pasan.

            La mujer se puso a llorar y pude consolarla en la medida de lo posible, vistas las circunstancias. Había sido muy reciente y la señora estaba invadida por la tristeza. Cuando se calmó un poco, le comenté:

            – Mi hermana me ha comentado que cuando le encontraron no tenía la cámara encima. ¿Sabe si se la llevó ese día?

            – No lo sé – me contestó -, siempre la llevaba. Le gustaba grabar la carrera y luego cuando llegaba a casa, volcaba la grabación al portátil y lo clasificaba por fechas, eventos…, así podía ver su evolución. Ese día, la verdad, no me acuerdo si la llevaba o no. La busqué en casa pero no la encontré. No sé, puede que la guardara en otro sitio, o la perdiera. Siempre se la colocaba en una cinta atada al pecho, pero ese día no recuerdo si la tenía al salir de casa.

            – ¿Habló usted con la persona que le encontró, con el señor que le asistió primeramente?

            – Sí, la verdad que fue muy amable, y se le veía muy compungido por no poder haber hecho nada por salvarlo. Hablamos por teléfono, me lo facilitaron los señores de la ambulancia. Me dijo que salía todas las mañanas a pasear con el perro, y ese día vio un bulto a lo lejos, en medio del camino. Al acercarse observó que era mi marido que estaba tirado en el suelo, sin moverse. Comprobó si estaba vivo, intentó reanimarle, pero no pudo hacer otra cosa que llamar a emergencias.

            – ¿Sabe si él vio la cámara?

            – Pues no, no lo sé. Tampoco se lo pregunté. Supongo que no, porque no la tenía encima. Sólo me dieron el teléfono, las llaves, la documentación…, pero la cámara  no.

            Sí es cierto que me resultaba extraño que la cámara no apareciera. Quizá la perdiera por el camino, o simplemente no la cogió y la mujer no supo dónde la guardaba. El parte de defunción que me facilitó la señora achacó la muerte a causas naturales. Le pedí el número de teléfono del señor que encontró a su marido para ver si podía sacar algo más en claro, pero no le di esperanzas.

            Nos despedimos y le prometí que la llamaría si hubiera algo nuevo. Yo estaba convencido de que no se podía hacer mucho más, y la señora lo sabía, vino un poco por el compromiso que contrajo con mi hermana. No obstante, llamaría al señor que lo encontró y quizá me pasaría por el lugar para ver si me venía la inspiración. A veces si acudes al lugar donde han ocurrido los hechos observas o intuyes algo que se escapa a los demás, suele ser mi modus operandi y en muchas ocasiones es efectivo. Velasco me decía que podría haber sido un buen investigador, pero mi discapacidad me lo impidió en su momento, y tiré por el camino de las leyes.

            Primero me quité el trabajo que tenía pendiente, expedientes que tenía que sacar adelante y a los tres días me dispuse a llamar a Martín, el señor que encontró a Paco.

            – Buenos días, ¿Martín? Sí, mire, soy Juan Antonio Medina, abogado de Carlota, la mujer de Paco, el señor que asistió usted cuando lo encontró en el camino.

            – Ah, sí. Pero el señor falleció de un ataque al corazón, ¿no? Todo está claro entonces, ¿verdad? – me contestó un poco sorprendido.

            – Sí, sí, no hay ningún problema. Sólo quiero hacerle unas preguntas para esclarecer algunas cuestiones. Verá, es que el seguro nos pide unos datos que son necesarios para cerrar el parte, y quiero aclarar unos puntos concretos – mentí.

            Martín lo comprendió y estuvo muy colaborador conmigo. No me aclaró mucho, la verdad, no me dijo nada nuevo, pero lo noté un poco tirante cuando le pregunté sobre la cámara. Me dijo que puede que la llevara, pero él no vio ninguna cámara ni nada parecido. Se limitó a intentar reanimarle sin éxito mientras llamaba a emergencias, que vinieron enseguida.

            Le pregunté si había más gente además de él, si se acercó alguna otra persona antes o después de él cuando vio a Paco.

            – Cuando yo me acerqué, en ese momento estaba solo. Cuando ya había llamado a emergencias se acercaron más personas que estaban deambulando alrededor – me contestó -. Es un descampado donde todos los que tenemos perros solemos pasear por allí con ellos. Los que se acercaron después, lógicamente no pudieron hacer nada. Simplemente se interesaron por él, porque ya era demasiado tarde, como me dijeron los de la ambulancia. Al final nos juntamos unas tres o cuatro personas, pero ni se acercaron al fallecido.

            – Muy bien, pues muchas gracias por su ayuda. Ha sido usted muy amable.

            Me despedí de él pero no me dijo nada nuevo. Esa tarde me acerqué al lugar del incidente para inspirarme. Estuve unos quince minutos escudriñando el lugar pero no vi nada. Simplemente observé que era un sitio muy concurrido a esa hora de la tarde por corredores ocasionales que tenían que sortear, no sin cuidado, las mierdas de perro que había por doquier. A unos cien metros había una zona de chalets y casas bajas de donde salían los paseadores de perros y ejercían de buenos amos. Unos recogían las cacas y otros no, había de todo.

            De repente me dio una corazonada. Cuando llegué al despacho llamé a la señora y le pregunté si tenía la caja en la que venía la cámara cuando la compraron, o la factura. Se ausentó un momento del teléfono para buscarlo y me dijo que sí, que la factura la guardó. Me dijo cuál era el modelo y lo apunté.

            – Perdone que la moleste, pero quiero hacerle una pregunta más. ¿A su esposo le gustaba el tema de enredar con el ordenador? ¿Sabe si tenía alguna aplicación informática relacionada con la cámara?

            – Pues no lo sé. A Paco le gustaba mucho todo el tema de la informática, pero no me diga, yo desconectaba de todo lo que me decía o me enseñaba en el portátil. Eran sus cosas y la verdad es que yo no me entrometía en ellas. No le puedo ayudar en eso, no sé ni encender el ordenador.

            – Muy bien, no se preocupe, pero quizá tenga que indagar en el portátil de su marido. Quiero hablar con un amigo que entiende de informática y la llamo, ¿le parece?

            La señora no me puso ningún problema y en eso quedamos. Llamé a mi amigo Facundo, que se dedicaba al mundo audiovisual trabajando para una agencia de publicidad, y sabía todo sobre estos temas. Le facilité la marca y modelo de la cámara y enseguida supo lo que yo quería saber.

            – Es una cámara bastante buena para los corredores. Lo que suelen hacer es bajarse una aplicación para conectarla directamente y automáticamente se baja lo grabado en la aplicación. El señor no sé cómo lo haría, pero lo normal es que lo hiciera así.

            – Gracias Facundo. Yo me pierdo en todo esto de la tecnología, me supera, pero intuía que algo de esto había. ¿Te importa que quede con la señora para que me traiga el portátil y le echamos un vistazo?

            Al día siguiente Facundo estaba escudriñando el portátil en mi despacho, mientras nos explicaba a la señora y a mí lo que estaba haciendo, sin entender ni papa de lo que nos decía. Al cabo de unos minutos accedió a la aplicación y buscó los últimos videos que bajó de la cámara, y efectivamente, ahí estaba la grabación de aquel día nefasto: se había llevado la cámara. La aplicación bajaba automáticamente la grabación a la aplicación sin necesidad de hacer nada más. Antes de reproducirla le expliqué a Carlota que pudiera ser la grabación de la muerte de su marido, que podía salir del despacho mientras Facundo y yo la estudiábamos.

            – Quiero ver que pasó. Fueron los últimos momentos de mi marido y tengo la necesidad de conocer lo ocurrido. Será como si estuviera allí con él, en los últimos momentos de su vida.

                Respiramos antes de comenzar la reproducción y Facundo le dio al play. Era una grabación de unos treinta y cinco minutos que no tenía desperdicio. Cuando terminó, Carlota se llevó las manos a la cara y empezó a llorar desconsoladamente, no podía creer que su marido hubiera muerto de esa forma tan cruel. Inmediatamente hicimos una copia de la grabación y fuimos con ella a comisaría. Allí me identifiqué como el letrado de Carlota y enseguida nos atendieron al comunicarles que se trataba de un delito grave y que traíamos pruebas. Tras visualizarlo dos agentes, hicieron las gestiones oportunas para averiguar el domicilio de Martín e inmediatamente le detuvieron. Hay que decir que en estos casos, lo más rápido es acudir a la policía para que la detención se demore lo menos posible, ya que si hubiera ido al juzgado a interponer la denuncia, hubiera tardado más en producirse dicha detención: primero tiene que recibir la denuncia el juzgado de guardia, éste ponerse en contacto con la policía y ésta actuar en consecuencia, es decir, más tiempo.

            Al final, a Martín le condenaron por un delito de homicidio por comisión por omisión o, también llamada omisión impropia, no sin lucharlo, ya que el letrado de la parte imputada alegó que simplemente era un delito de omisión del deber de socorro, pero el juez lo interpretó a nuestro favor. Lo recurrieron pero al final nos dieron la razón nuevamente. Son conceptos difíciles de asimilar que trataré de explicar una vez os muestre qué vimos en la reproducción del vídeo.

            Paco tenía colocada la cámara sujeta al pecho con una cinta que se ajustaba a su medida. Las imágenes que se veían eran la panorámica de lo que él mismo divisaba al frente. En los primeros minutos se notaba que estaba corriendo y la imagen se movía al ritmo de su cadencia. A los cinco minutos, se vislumbraba a unos treinta metros a una persona con un perro, y a medida que se iba acercando, se distinguía que era Martín. Se le oía a Paco quejarse de que el perro había defecado en medio del camino y el dueño no había recogido los excrementos. Cuando llegó a su altura, le recriminó dicha actitud sin parar de correr, pero se escuchó a Martín insultarle, a lo que Paco se paró y volvió hacia él, con la intención de que le explicara el por qué del insulto. Ésta es la conversación:

            – Paco: Perdone pero yo no le he insultado, así que quiero que se retracte.

            – Martín: No me sale de los huevos, gilipollas. No eres quién para decirme lo que tengo que hacer.

            – P.: Vamos a ver. Usted tiene la obligación de recoger las cacas de su perro. No tengo yo por qué pisarlas, se trata de educación.

            – M.: Estamos en el campo, y puedo hacer lo que yo quiera.

            – P.: Es un camino por el que pasa gente, incluso niños. Si quiere llamamos a la policía para ver quién tiene razón.

            – M.: ¡Me vas a tocar la polla, cabrón! ¡Si pisas la mierda, te jodes!

            – P.: ¡Es usted un energúmeno y un maleducado!

            En esto que Martín levanta el puño con la intención de agredir a Paco, o por lo menos con amenazarle.

            – M.: ¡A que te pego una ostia, gilipollas! ¡No tienes ni media ostia!

            – P.: ¡Mire, no quiero problemas! Llamamos a la policía y se acabó.

            En esto que Martín se abalanzó sobre Paco dándole empujones e impidiendo que éste cogiera el teléfono móvil. De repente, tras un forcejeo que duró unos segundos, se observa cómo Paco se echa la mano al pecho, tapando parcialmente la cámara y dice con voz ahogada:

            – P.: Espere, ayúdeme, me está dando un ataque al corazón.

            – M.: ¿Qué me estas contando, imbécil? Pues a ver si te mueres.

            – P.: Por favor, ayúdame…

            En esto que se ve cómo Paco cae al suelo, sobre su espalda, y la cámara enfoca claramente a Martín, y se le ve con actitud pasiva, con una sonrisa en la boca mirando a Paco cómo agonizaba.

            – M.: ¡Vaya, ahora no estás tan gallito!, ¿verdad?

            – P.: Por favor (con voz casi inaudible), dame las pastillas que tengo en la riñonera…

            – M.: De eso nada, monada. Voy a ver cómo muere un gilipollas.

            – P.: Por favor…

            Martín le miraba con curiosidad y con mirada diabólica, mientras el perro ladraba intuyendo lo que iba a pasar. Esta agonía duró veinte minutos. No solo no le ayudó, sino que le impedía coger sus pastillas que pudieron salvarle la vida, como explicaba luego el informe forense. En los últimos estertores de su vida, daba grima ver con qué indiferencia y falta de humanidad Martín le observaba cómo moría, con la curiosidad de un psicópata sin alma, regodeándose en su angustia, mirando de un lado a otro para cerciorarse de que no se acercaba nadie. Por fin, cuando Paco ya no respiraba, Martín se da cuenta entonces de que la víctima tiene la cámara encima, y se la quita de inmediato, guardándosela rápidamente en el bolsillo trasero del pantalón, al ver que se acercaba una pareja con un perro. Inmediatamente saca su teléfono del bolsillo y llama a emergencias en lo que se acercan esas personas. Le preguntan qué ha pasado explicándoles Martín la historia que me explicó a mí, sin darse cuenta de que la cámara, sigue grabando la conversación. Llegan más personas y la ambulancia a los pocos minutos, pero ya no pueden hacer nada. Cuando todo acaba, Martín se dirige a su casa y observa la cámara, dando al botón de apagado, sin saber que al hacerlo se transmite directamente esa grabación a la aplicación.

            ¿Por qué le condenaron por homicidio, y no por un delito de omisión del deber de socorro? Si simplemente Martín hubiera visto en el suelo a Paco, y hubiera pasado de largo sin ayudarle o sin pedir auxilio por las circunstancias que fueran, le hubieran condenado por éste último a una pena de multa por un delito de omisión de socorro. Pero, tal y como se vio en la grabación, no sólo no le ayudó ni pidió auxilio, sino que, a sabiendas de que se estaba muriendo, impidió que cogiera sus pastillas. Es decir, la comisión por omisión u omisión impropia, según la doctrina y jurisprudencia mayoritaria es “la falta de hacer algo necesario”, no la abstención simple. Martín se convirtió en garante de Paco, su vida estaba en sus manos y aprovechó la circunstancia en la que se encontraba la víctima para llevar a cabo su delito. Pensaba que nadie lo vería, y que era lógico que le creyeran, pero no advirtió que la tecnología en este caso le jugó una mala pasada.

            – ¿Ves cómo tenía yo razón, que había algo que no cuadraba? – me preguntó con sorna mi querida hermana.

            – Sí, no tengo por más que reconocer que también tú tienes una antena muy aguda y sabes ver más allá. Te felicito – le contesté.

            – No, tú tienes todo el mérito. Estaba convencida de que sabrías sacar petróleo de este caso.

            – Bueno, ya está bien de peloteo mutuo. Oye, ¿qué tal Carlota?

            – Bueno, poco a poco, ya sabes. El enterarse de la realidad ha sido un shock para ella, pero con el tiempo y ayuda lo superará. En ello estamos. Oye, por cierto, tengo otro posible caso para ti. Tengo una chica brasileña, Sandra, que tiene problemas, ya te contaré.

            – ¿Otra vez? ¿Te crees que soy una ONG? Bueno, ya hablaremos.

 

 

 

 

 

“Al límite de la verdad”: Película producida y distribuida por Paramount Pictures.

 

 



Deja una respuesta