23. ALMA GITANA

            Recuerdo en mi época adolescente de instituto a una chica a la que llamábamos “la gitana”, aunque en realidad casi no lo era. Su bisabuela por parte de madre era la única que le aportaba ese minúsculo tanto por ciento de raza calé. Llegamos a estar bastante unidos porque los chicos se metían con nosotros, conmigo por mi tullido brazo y con ella por su supuesta condición gitana. La verdad es que se defendía bastante bien y no dudaba en atizar a quien se propasaba con ella, cosa que le atrajo bastantes problemas, llegando a ser expulsada en incontables ocasiones. Ella me defendía de los abusones y me sentía muy a gusto en su compañía. Llegó a ser mi amor platónico. Lástima que tuvieron que cambiarla de centro debido a su supuesta agresividad, que yo no contemplaba, simplemente se protegía con uñas y dientes de los que sí debían ser expulsados. En fin, una injusticia como tantas otras. Después tuve que defenderme por mí mismo.

            – ¡Que no, abogado! ¡De verdad que yo no le he hecho nada al payo! ¡Se lo juro por mis muertos!

            – Vamos a ver, Antonio. Él dice que tuvo con usted una pelea, no me mienta.

            – ¡Que no, abogado, que no! ¡Yo solo tuve una bronca, pero sin hacerle nada! ¡Yo ya no estaba allí, abogado!

            – Vale, le daré un voto de confianza, pero no la traicione, como lo haga no podría ayudarle.

            – Me han tendido una trampa, abogado. No voy a pagar por algo que no he hecho. Ayúdeme.

            La verdad es que a Antonio se le veía sincero, pero los gitanos siempre me han parecido mentirosos y mangantes, prejuicios quizá, pero no podía remediarlo.

            Antonio era un chico grande, muy alto, de veinticuatro años, con buen porte y melena al viento. Me contó que su familia tenía una tienda de antigüedades en la Ribera de Curtidores, pero él se dedicaba a tocar el cajón con un grupo flamenco por locales de la ciudad. Le detuvieron por pegar una paliza al novio de su hermana. Éste relató en comisaría que se peleó con Antonio porque la familia de su pareja estaba en contra de la relación. Cuando acompañó a Lorena a su casa, bajó su hermano como un energúmeno y comenzó a increparle. Tuvieron un rifirrafe, y gracias a Lorena que se puso en medio, la cosa no llegó a más, pero cuando bajaba por la calle le asaltaron por detrás entre dos o tres, suponiendo que era Antonio con otros amigos y le pegaron una paliza, diciéndole que dejara en paz a la chica, que no volviera a verla. Alguien llamó a la policía, y ésta llegó enseguida, pero no lograron coger a los asaltantes. Llevaron a Isaac al centro médico donde le pusieron unos puntos de sutura en la cabeza y le curaron otras heridas que presentaba por todo el cuerpo, junto con hematomas que le dolían una barbaridad. Inmediatamente detuvieron a Antonio, y me asignaron su defensa por el turno de oficio.

            Cuando subí de los calabozos al juzgado, me estaba esperando toda la familia de Antonio: padres, tíos, hermanos… y me asaltaron a preguntas y peticiones que por el momento no podía conceder.

            – Tranquilos, esto tiene que seguir su curso. Lo más seguro es que le suelten cuando pasen las declaraciones, pero estaremos toda la mañana, así que relájense y esperen tranquilos. Yo les iré informando, pero tienen que esperar fuera.

            Entonces se acercó el padre de Antonio y me dijo:

            – Mire usted. Mi hijo es incapaz de hacer algo así. Ya sé que somos gitanos y que ustedes los payos nos tienen como unos delincuentes, pero mi mujer y yo hemos educado a nuestros hijos para que sean buenas personas. Somos gente trabajadora y pacífica, y es verdad que no nos gusta que nuestra Lorena esté con un payo, pero si Antonio dice que no ha sido, es que no ha sido, se lo aseguro.

            – Bien, no me deja más opción que creerle – le contesté -, pero no ayuda que estén todos aquí. Dese cuenta que entre todos ejercen presión, sobre todo a mí, y lo que quiero es defender a su hijo lo mejor posible, y estando tranquilo haré mejor mi trabajo.

            – Vale, no se preocupe. Les diré a todos que se vayan, pero, mi mujer y yo sí nos podemos quedar, ¿no?

            – Sí, no veo mayor problema. Yo les iré informando.

            Y así quedamos. Se fueron todos menos los padres de mi cliente que, entendía que estaban preocupados y no podía decirles que no. Les dejé esperando en la sala de espera y yo entré al juzgado a ver cómo iba de tiempo. En esto que se me acerca una chica de unos veinte años, muy morena y muy guapa, con el pelo largo, negro y rizado.

            – ¿Es usted el abogado de mi hermano, Antonio? – me preguntó.

            Yo le contesté afirmativamente, y ella continuó:

            – Soy Lorena, imagino que ya sabe quién soy. Mi novio ha subido a que le examine el médico forense y quiero aprovechar para hablar con usted.

            Yo no tuve ningún problema y accedí a su petición.

            – Verá, yo veo incapaz a mi hermano de hacer una cosa así. Puede que tuvieran una pequeña bronca, pero es porque me quiere mucho, y ya sabe cómo somos los gitanos. Mi familia no acepta a Isaac, mi novio, y yo lo estoy pasando muy mal, y encima ahora pasa esto, pero no creo que haya sido Antonio.

            Yo le pregunté qué pasó cuando tuvieron esa riña y ella les separó. Me contestó que su hermano subió a casa y ella acompañó unos metros a Isaac, se despidió de él y volvió al domicilio. Una vez allí, su hermano no se encontraba en la vivienda y pensó que había salido a que le diera el aire, pero no se imaginó en ningún momento que fuera tras su pareja. En esa riña solo hubo empujones y alguna amenaza, pero nada más.

            – La verdad es que yo no os veo gente pendenciera. He conocido a sus padres y les encuentro encantadores. Y a Antonio le veo sincero, un poco bruto pero noble, esa es mi impresión. –Le comenté.

            – Si, mis padres han trabajado mucho para darnos una buena vida. Yo estoy estudiando Bellas Artes gracias a su sacrificio, y mis hermanos y hermanas también tienen sus estudios. Yo soy la pequeña y de la que más pendiente están, sobre todo Antonio. Por eso quieren lo mejor para mí, y piensan que Isaac, al ser payo, no me conviene, pero es porque no le conocen. Él no quiere denunciar a mi hermano, ya me lo ha dicho, pero aquí en el juzgado van a continuar con el procedimiento, ya nos lo han explicado.

            – Sí, al haber lesiones, sobre todo por la brecha en la cabeza, va por delito – le expliqué -, y aunque Isaac no quiera continuar, el fiscal sí lo va a hacer, aunque luego se quede en nada, pero hasta que termine, no hay nada seguro.

            En esto que nos llamaron para comenzar con las declaraciones. Isaac venía en ese momento del forense, cuyo informe nos trasladaron a las partes, nada nuevo, corroborando el informe del centro médico. Pasamos al despacho del juez de instrucción, e Isaac se sentó y comenzó el relato. Explicó que al dejar a su novia en el portal de su casa, Antonio bajó como un energúmeno diciéndole que la dejara en paz, intentando cogerle de la pechera, a la vez que le gritaba. Tuvieron una fuerte discusión que terminó cuando Lorena se puso por medio y les separó. Ésta le acompañó unos metros calle abajo, donde se despidieron. A los dos minutos le asaltaron por la espalda tres individuos a los que no vio las caras y comenzaron a pegarle puñetazos y patadas una vez que le tiraron al suelo. El tiempo le pareció eterno, hasta que escuchó la sirena de la policía, y entonces uno de ellos le dijo que dejara a la chica o se arrepentiría. Le pareció la voz de Antonio, pero no podía asegurarlo ya que no se encontraba en condiciones de prestar atención. Cuando llegó la policía, los agresores ya habían huido, y le acercaron al centro médico más cercano. Posteriormente puso la denuncia y hasta ahora. No quería denunciarle ni quiso pedir una orden de alejamiento. Sólo quería que esto se acabara y le dejaran en paz con su novia ya que no estaba dispuesto a rendirse. La quería y no iba a cejar en su empeño de estar con ella.

            Estaba claro que no había pruebas contra Antonio, Isaac no vio quién le agredió. El chico salió del despacho del juez y al poco trajeron a mi cliente. Se sentó junto a mí y el juez comenzó tras leerle los derechos que le asistían:

            – Bien, Antonio, dígame si usted agredió al novio de su hermana o mandó a alguien a hacerlo.

            – No, señoría, yo no hice nada.

            – Pero usted tuvo una discusión antes con él, ¿no es cierto?

            – Sí, pero no llegamos a las manos. Mi hermana se puso en medio y cada uno se fue por su lado.

            – ¿Qué hizo después?

            – Nada, me fui a dar una vuelta a despejarme y fumarme un cigarro y ya no volví a verle.

            Después de varias preguntas, Antonio volvió a calabozos en espera de que terminaran las declaraciones.

            Entró Lorena a declarar, pero no pudo aportar nada más. El juez nos dijo que estaban esperando a la testigo que llamó a la policía. No declaró en comisaría porque estaba al cuidado de sus hijos pequeños y la emplazaron para ir al juzgado a declarar. Salimos a esperar en la sala donde estaban los padres de Lorena y Antonio, e Isaac en la otra punta. Lorena fue hacia sus padres y les abrazó. Yo me quedé al margen observando lo que ocurría. Lorena llamó a Isaac para que se acercara, y le presentó a sus padres. Éstos parece que entraron en razón y le saludaron afectuosamente. Supongo que fue el principio de la aceptación. Lorena era un encanto y era difícil decirle que no.

            En esto que llegó la testigo. Entramos al despacho y el juez le preguntó qué ocurrió la noche de autos.

            – Yo vivo en el bajo, todo ocurrió justo debajo de mi ventana. Escuché gritos y me asomé con cautela para que no me vieran. Vi cómo tres chicos estaban pegando a otro. Le tenían en el suelo dándole patadas y puñetazos, y entonces llamé a la policía. Me dijeron que una patrulla estaba cerca y que vendrían enseguida, y es verdad que no pasaron ni dos minutos y ya estaban allí. Los tres chicos huyeron y un policía se quedó con el chico agredido y otro fue corriendo tras los otros. Yo salí para ver si podía ayudar. El chico tenía sangre en la cabeza y estaba magullado. No encontraron a los agresores y se llevaron al chico al ambulatorio. Un policía me cogió los datos y me dijo que si podía ir a comisaría a declarar. Yo no podía, tenía a mis hijos pequeños durmiendo, y me dijeron que ya me llamarían, y hoy me han llamado para venir aquí.

            – ¿Vio las caras de los chicos que agredieron a Isaac?- preguntó el juez.

            – Sí.

            – ¿Cómo eran?

            – Tenían el pelo muy corto, casi rapado, con botas militares y cazadoras como de piloto. Daban miedo.

            – ¿Podría identificarles si ve sus caras?

            – A uno sí. Le vi perfectamente. Tenía una cara muy particular, muy reconocible.

            El juez dijo a la testigo que se acercara lo antes posible a la comisaría para hacer un reconocimiento visual. Le enseñarían fotos para ver si reconocía al agresor y posteriormente asistiría a una rueda de reconocimiento. Antonio quedó en libertad y el juicio rápido se transformó en diligencias previas, ya que quedaba todavía mucho por instruir. Salimos todos juntos, manteniendo de momento las distancias entre Antonio e Isaac. Fuera estaba esperando una pareja de mediana edad y se acercaron al novio de Lorena. La mujer le abrazó llorando y el hombre se mantuvo frío. Se despidió de su novia y marchó con ellos. Lorena me dijo que eran sus padres, y que no aprobaban tampoco la relación.

            – Somos gitanos… – me dijo con resignación -, y siempre nos verán así, no como personas normales.

            Se despidieron de mí y se marcharon. Les dije que les llamaría si había alguna novedad.

            Al cabo de dos semanas me llamaron del juzgado para asistir a la declaración del supuesto agresor de Isaac. Estaba en dependencias policiales y pasaría a disposición judicial al día siguiente. Una vez allí me personé ante el oficial que llevaba el caso y me comentó que la testigo había conocido sin ningún género de duda al supuesto agresor, tanto en fotos en dependencias policiales como en la rueda de reconocimiento que habían practicado unos minutos antes. Vi la ampliación del expediente y leí que tenía antecedentes por agresiones parecidas, robo con fuerza, etc. Salí de la sala y se me acercó una compañera que se presentó como la letrada del detenido. Me comentó que su cliente estaba dispuesto a declarar, ya que le rebajarían la pena por colaborar con la justicia. Me dijo que su cliente tenía algo que decir, así que esperamos a que le condujeran al despacho del juez para la declaración. Entramos y el detenido se sentó al lado de su letrada. Era un chico joven, con el pelo rapado al uno y apariencia ultra. Tenía pantalones vaqueros ajustados, botas militares sin cordones (se los habían quitado en comisaría) y cazadora bomber de color azul. El juez entonces le leyó los derechos y le conminó a que dijera lo que ocurrió.

            – Lo hicimos por dinero. Seguimos ese día al chico y esperamos el momento oportuno. Cuando dejó a su novia le cogimos por detrás para que no nos conociera y le pegamos una paliza. El tío que nos contrató nos dijo que le diéramos una lección pero sin hacerle demasiado daño, ya saben, no romperle nada ni dejarle medio muerto, sólo una pequeña lección para quitarle las ganas de volver a ver su chica. Le amenacé diciéndole que dejara a esa gitana porque si no, volveríamos y sería peor. En ese momento vimos a la policía y nos fuimos corriendo.

            – ¿Quiénes eran sus cómplices, los que le ayudaron? – le preguntó el juez.

            – Eso no se lo voy a decir, no voy a delatar a mis colegas.

            – Bueno, y ¿quién les contrató para agredir al chico, a Isaac?

            El detenido se colocó en la silla y se quedó unos segundos pensativos, sopesando lo que iba a contar.

            – Fue mi jefe. Yo trabajo en una fábrica, de fresador, y un día me llamó a su despacho y me dijo que sabía que yo hacía “trabajitos especiales”. Yo le contesté que ya no, que no quería volver a la cárcel, que estaba limpio y no me interesaba. Me amenazó con echarme a la puta calle si no accedía, y no tuve más remedio que aceptar.

            – ¿Y qué interés tenía su jefe en pegar una paliza a Isaac? Es decir, ¿qué relación tenía él con el chico? – le pregunté yo.

            – Pues era su padre, claro – nos quedamos blancos -. Me explicó que su hijo estaba saliendo con una gitana y que eso no podía ser. Quería que le diéramos una lección para que la dejara, que su hijo no podía estar con una maldita gitana. Que si era un vergüenza para su familia, que si una deshonra, y más cosas que no me acuerdo. Así que llamé a unos colegas y lo hicimos.

            Lo que pasó después fueron las consecuencias de esta declaración. A este detenido lo condenaron a unos meses de prisión, con la rebaja por colaborar con la justicia. No llegó a entrar porque los antecedentes estaban cancelados. A Antonio le absolvieron inmediatamente de todos los cargos y al padre de Isaac le condenaron a tres años de prisión por ser el inductor del delito de lesiones. Su mujer no le perdonó que fuera el instigador de la paliza a su hijo, y se divorció de él. Ella era la dueña del negocio, que heredó de su padre, y con el tiempo puso al mando a Isaac cuando acabó los estudios.

            Al poco tiempo, al llegar al despacho, Matilde me entregó un paquete que había llegado esa mañana. Era bastante grande. Lo abrí y era un cajón flamenco. Me eche a reír y recordé que en su día le dije a Antonio que me encantaría tocar como él, así que me regaló uno, y además personalizado. Era un La Peru de tapa negra, uno de los mejores cajones que hay en el mercado, los que utilizan los profesionales. En un lateral ponía: “Mis agradecimientos”  y firmado por él. Vería cómo podía tocar con mi brazo ortopédico, pero lo intentaría. Fue un bonito detalle.

            Muchas veces las apariencias engañan. Estamos llenos de prejuicios, yo incluido. Este caso me cambió la perspectiva que tenía de los gitanos. Todos somos personas y no hay que prejuzgar por ser de otra etnia o raza. Cierto que su cultura es distinta y tienen otra forma de ver la vida, pero eso, al contrario de distanciarnos, nos debe enriquecer. He ido muchas veces a ver a Antonio tocar con su grupo, y me encanta. La pareja siguió con su relación, con la bendición de la familia de Lorena. Isaac llegó a perdonar a su padre, pero la relación se enfrió con él. No llegó a aceptar a Lorena y decidió distanciarse.

            La gente a veces te sorprende.

 

 

 

 

 

“Alma gitana”: Película distribuida por Alta Films.

 

 

       

 

 

 

 

 

 

 

 

 

       

 

 



Deja una respuesta