17. AZUL OSCURO CASI NEGRO

            – Pero, ¿cómo que no es usted?

            – No, créame, yo no he hecho nada.

            – Se ve perfectamente en las fotos que es usted, no me mienta, no puedo defenderla si no me dice la verdad.

            – Le juro que yo no he hecho nada.

            Me llamaron de la guardia después de comer para asistir en comisaría a una joven a la que habían imputado por maltrato a un niño. Cuando llegué allí y me presenté, al momento vino un agente que me condujo a un despacho que tenían en calabozos para atender a los detenidos. La verdad es que me ayudó bastante, se mostró muy colaborador y no tenía por qué. Me comentó que era un caso delicado, con pruebas aportadas por los padres del niño, y que le podía decir a mi cliente que no declarara. Era la época en la que no dejaban ver el expediente en comisaría ni te dejaban hablar antes con el cliente, por lo que le agradecí el detalle.

            – Se trata de un supuesto delito de maltrato a un menor de ocho meses – me explicó -. Un tema sangrante. La detenida es la cuidadora del niño y, supuestamente le maltrata de una forma muy cruel, por lo que hemos podido ver. Los padres del pequeño sospechaban de las supuestas agresiones porque el niño tenía moratones y lloraba constantemente. La chica les explicaba que no sabía cómo se los hacía, así que les propusimos poner cámaras en su domicilio para observar qué sucedía, y un día, vimos perfectamente cómo la chica maltrataba al crío. Ya lo visualizará usted cuando le den copia del expediente en el juzgado.

            Trajeron a la chica al pequeño habitáculo en el que nos encontrábamos y observé que era joven, con el pelo largo y negro azabache, muy guapa. Su tez era oscura, parecía azulada, deduje que era extranjera y me lo confirmó su acento, me dijo después que era colombiana, que se llamaba Milena y que vivía con su madre y sus dos hermanas aquí en Madrid. Le comenté que declarara en el juzgado al día siguiente, no en comisaría. Después de terminar con el policía me quedé para entrevistarme con ella a solas. Me dijo que ella no había hecho nada, quería mucho a ese niño y era incapaz de hacerle daño. No podía explicar qué ocurría. Me despedí de Milena advirtiéndola que dormiría esa noche en calabozos hasta que pasara a disposición judicial al día siguiente.

            En el juzgado me facilitaron copia del expediente, bastante abultado. Me hice a un lado y le eché un vistazo. Observé que había un CD, donde ponía “video”, suponiendo que era de las cámaras que colocó la policía en el domicilio, ya lo vería detenidamente en el despacho. Según leí, la policía no tenía dudas de que Milena era la autora del delito tras la visualización de las imágenes. También había un parte médico del bebé, según el cual tenía una diversidad de lesiones compatibles con lo que se veía en las mismas. También tenía el expediente una serie de fotos en blanco y negro, copias extraídas del mismo video donde se reconoce perfectamente a Milena, supuestamente maltratando al niño, en actitudes poco convencionales. Yo también lo vi claro, fue ella, así que no quería que me contara milongas. Trataríamos de conformar con el objetivo de reducirle la pena y no ir a prisión, le podían echar hasta tres años. Entonces bajé a calabozos para entrevistarme con ella. Le comenté lo que vi en el expediente y le rogué que no me mintiera, no podría ayudarle si no decía la verdad.

            – ¡No puedo decirle otra cosa! – Me contestó compungida – ¡Ya sé lo que ha visto, pero no es lo que parece! ¡Bueno, sí es lo que parece, pero..! ¡¡¡No se lo puedo explicar de otra forma, no sé cómo hacerlo!!! – y se echó a llorar desconsoladamente – ¡De verdad que siento lo que ha pasado, pero no puedo decirle nada más!.

            Traté de tranquilizarla y explicarle lo que iba a acontecer. Le aconsejé que en estas circunstancias se acogiera a su derecho a no declarar hasta que las cosas se aclararan. Yo tenía la esperanza de desenmarañar el asunto. Milena parecía sincera, sabía que me ocultaba algo pero no intuía qué podía ser. Esperaría a estudiar detenidamente el expediente en mi despacho y a visionar el video tranquilamente para ver si se me despejaba alguna duda.

            Pasamos la declaración de Milena, que se acogió a su derecho a no declarar, después la declaración de los padres del niño, que explicaron cómo les entraron las sospechas a raíz de unos moratones que descubrieron en su hijo:

            – No entendemos cómo ha podido pasar. Se la veía tan cariñosa con nuestro hijo, pero de repente era como si se volviera loca. Según vimos en los videos, había días que se la veía tan afectuosa con el pequeño, que nos costaba creer lo que veíamos en otros días, parecía una persona distinta: violenta, desapegada y como si fuera la historia del doctor Jeckyll y mister Hyde, como una torturadora que disfrutaba haciendo perrerías a nuestro niño. – Dijo la madre comenzando a llorar al rememorar lo ocurrido.

            Cuando terminaron las declaraciones, pasamos la vista de la orden de alejamiento, la cual concedió la juez a la vista de las circunstancias: no podía acercarse al niño, a su domicilio ni a sus padres en un radio de 500 metros mientras se sustanciara el procedimiento. Era lógico, en estos casos solían conceder dicha medida cautelar.

            Pusieron a Milena en libertad con cargos, imponiéndole la obligación de acudir al juzgado cada quince días a firmar, una medida para tenerla controlada. En el caso de que no acudiera, la podrían en busca y captura y probablemente ingresaría en prisión de forma provisional, por lo que le convenía cumplirlo.

            Salimos juntos, y la joven colombiana no paraba de sollozar. Yo la veía sincera, pero yo sabía que había algo que no me quería contar. No la presioné y comencé a charlar con ella de cosas banales para que se distendiera y se abriera conmigo, para ganarme su confianza.

            – Me gusta su tono de piel, es muy poco corriente y muy bonito. Creo que hay una modelo senegalesa que se ha hecho famosa gracias ese tono parecido al suyo.

            – Gracias, sí, es poco corriente. Tengo un problema en la piel y es que mi melanina es un poco especial, pero casi nadie me lo nota. – Me miró extrañada porque los hombres nos fijamos poco en esas cosas. Mi mujer es muy perceptiva en cuanto a los colores, gracias a ella distingo tonos como el camel, el rosa palo, el coral…, pero todavía me pierdo un poco. Las mujeres, y es algo biológico, distinguen una paleta más amplia de colores, y la verdad, es que me enseñó muy bien a discernirlos. Era cierto que el tono azulado de su piel era casi imperceptible, pero lo vislumbré muy bien.

            – De mi familia, sólo una bisabuela mía y yo tenemos esta característica en la piel. Ni mis hermanas, ni mi madre, ni mis tías lo tienen, solo yo, qué le vamos a hacer.

            – No se preocupe, lo veo curioso y atractivo a la vez – le contesté honestamente. Nos despedimos y quedé en que la llamaría cuando estudiara el expediente para explicarle cómo yo lo veía y las posibilidades del caso, porque el tema iría para largo.

            Tenía mucho trabajo atrasado, y me tenía que preparar un juicio importante para la semana siguiente, así que no pude ponerme de lleno con el expediente de Milena ni ver el video. Había que estudiarlo detenidamente y para eso necesitaba tiempo, aunque por las fotos se veía perfectamente que era ella. Aunque yo intuía que me decía la verdad, he llevado tantos casos, y me han mentido tanto que vislumbro si alguien es sincero o no. Quizá era un caso de trastorno de la personalidad, o mentía muy bien, no sé.

            Cuando ya me despejé de trabajo me puse una tarde a estudiar el expediente. No vi nada nuevo en él, así que cogí el CD, lo metí en el ordenador y me dispuse a verlo. Eran muchas horas de video, se grabaron dos semanas. Se veía muy nítido, en color. La verdad es que no escatimaron en medios y los equipos eran muy buenos, de alta resolución. Pusieron tres cámaras en distintas habitaciones: en el salón, en la cocina y en el cuarto del bebé. El primer día que grabaron, todo era normal. Se veía a Milena cuidando del niño de una manera muy profesional, muy cariñosa y muy cuidadosa. Se notaba que tenía mano con los niños. Le preparaba la papilla, le daba de comer, le cambiaba el pañal, en fin, todo como se esperaba de una cuidadora, y además, hablándole al niño de una manera muy especial, muy alegre y amorosa. Cuando lloraba, le cogía con todo el cuidado del mundo y le arrullaba como si fuera su madre. Al niño se le notaba que estaba a gusto con ella.

            Y así de lunes a jueves. Cuando llegó el viernes, yo no podía creer lo que veía. Fue como si estuviera poseída. En cuanto se fueron los padres, Milena cambió. Sentó al niño en la poltrona y empezó a insultarle, llamándole llorón de mierda, qué rollo cuidar a este enano cabezón… Mientras el niño se iba quedando dormido en la silla, de vez en cuando Milena le daba un tortazo en la cabeza mientras le gritaba que no se durmiera, y claro, el niño comenzaba a llorar y entonces le volvía a pegar con más fuerza. Hubo una ocasión en que se preparó un café ardiendo en una taza humeante, colocándola encima de la cabeza del niño mientras removía el azúcar, con el consiguiente grito de dolor del niño. “¡No aguantas nada, cabezón!” le gritó mientras ella reía. Cuando llegó el momento de darle de comer, como no paraba de llorar, le zarandeó de tal manera que parecía que le iba a descoyuntar la cabeza, le puso boca abajo con la cara contra la almohada para que callara, hasta el punto de casi ahogarlo, mientras le pegaba en las nalgas. Yo no podía ver más. No pude seguir viendo aquellas sádicas imágenes y lo paré. Llegué a odiar a Milena por lo que había visto. Merecía que la metieran en la cárcel por ello. No entendía cómo podía cambiar de un día a otro una persona, tan cariñosa, tan amorosa, a ser una psicópata.

            Fui a ver a Matilde, necesitaba contárselo y desahogarme con alguien. Eran imágenes horribles. Siempre te lo imaginas, pero verlo era algo que me superaba. Cómo alguien podía tratar así a una persona indefensa, con toda impunidad. No podía creerlo.

            – ¿Quieres que eche un vistazo al video? – me preguntó Matilde.

            – Si tienes estómago para verlo, te lo agradezco – Le contesté.

            Fuimos a mi despacho y le puse el video a partir de la semana siguiente. Yo me fui a hacer unas compras para despejarme y la dejé allí estudiando la película de terror. No podía quitarme las imágenes de la cabeza. Cuando volví, Matilde me estaba esperando, con la cara compungida, pero esperanzada.

            – Creo que hay algo que has pasado por alto – indicó. – Quiero que te fijes en esto.

            Eligió dos tramos de video, uno del jueves y otro del viernes.

            – Efectivamente – continuó – , el viernes cambia la cosa, es como si le dieran a un interruptor en el cerebro, pero mira.

            Me puso el trozo del jueves, donde Milena era normal, cariñosa y educada, y después me puso el del viernes, donde se transformó.

            No vi nada en especial. Matilde me repetía los tramos una y otra vez.

            – Pero, ¿no lo ves?, está clarísimo.- Me replicó.

            Seguía sin ver nada, hasta que me percaté de repente. Ya lo vi claro. Miré a Matilde con complicidad y la llené de besos. A veces, lo tienes delante de las narices y no lo ves, y necesitas la perspectiva de otra persona para que te abra los ojos. Esa misma tarde llamé a Milena y quedé con ella para el día siguiente.

            Cuando llegó la hice pasar a mi despacho. Parecía nerviosa y se sentó esperando a que comenzara a explicarle:

            – Milena, Milena… Sé que es usted inocente, lo he visto en el video, mire.

            Le puse las imágenes del viernes y las vio horrorizada.

            – Si no dice la verdad se juega la prisión, – continué – o que le expulsen del país, ya que si le condenan a más de un año el juez puede sustituir la prisión por la expulsión, y en este caso, no podría regresar a España mínimo en cinco años. Así que usted verá, o me cuenta lo que yo ya sé, o le espera lo que le he dicho.

            La joven rompió a llorar. Le acerqué un pañuelo de papel, y cuando se hubo tranquilizado un poco, comenzó a explayarse.

            – Los jueves, viernes y sábados por la noche trabajo en un bar de copas en el centro, y salgo a altas horas de la madrugada. Llegaba a mi casa el viernes por la mañana, dormía un par de horas y me iba a cuidar al bebé. Así lo hice una temporada, pero ya no podía más, estaba muy cansada y no podía permitir que le afectara al bebé, porque había días que me quedaba dormida de pie. Así que le propuse a Otilia, mi hermana que me ayudase. Somos gemelas, igualitas, así que acordamos que los viernes se haría pasar por mí a cambio de un dinero. Pero no me esperaba que fuera así de malvada, no puedo creérmelo.

            – Ya ha visto lo que ha hecho. ¿Merece la pena que la oculte y que pague usted por ella? Ha visto que es una maltratadora y esto no puede quedar así.

            – Es verdad, no sabía que hubiera llegado a tanto.

            – Entonces tenemos que hacer algo. No podemos permitir que otros niños sufran este tipo de violencia. Imagínese que entra a trabajar en otro sitio para cuidar niños y ocurre lo mismo, o peor.

            Milena comenzó otra vez a llorar y asintió comprendiendo la situación, siendo consciente de que su hermana iba a ser condenada por un delito, que vistas las imágenes, no tenía duda de que merecía.

            Hice un escrito al juzgado explicando la situación, pidiendo que Milena declarara otra vez y pidiendo la comparecencia de Otilia para declarar en calidad de imputada (ahora investigada). Con el tiempo, hubo sentencia condenatoria para la hermana y la expulsaron del país.

            Matilde descubrió, y así me hizo ver, que el tono azulado de la piel de Milena no lo tenía el viernes, por lo que dedujo que era otra persona. Sólo Milena tenía ese color en la familia, junto con su abuela, aunque muy tenue, pero que no pasó desapercibido para una mujer como Matilde.

            No sé qué haría sin ella.

 

 

 

 

 

“AzulOscuroCasiNegro”: Película producida por Tesela PC

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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