32. CASO ABIERTO
- 12 junio, 2018
- Posted by: Anselmo Carrasco Merlo
- Categoría: Crónicas de un abogado de oficio

No tuvo ninguna posibilidad. La Guardia civil lo encontró en la cuneta del camino con un disparo de escopeta en el estómago. Julián G., padre de tres hijos y querido esposo fue hallado por el pequeño de sus hijos en ese deplorable estado. – Extracto de una noticia de El Caso de 3 de julio de 1973.
– Mi querido Velasco, cuando te “licencies” voy a echar de menos tus historias. Cuando te vayas al pueblo no sé qué voy a hacer sin ti.
Todavía le quedaban unos años para la jubilación, se la había ganado a pulso. Trabajó duro en el cuerpo de policía y era uno de los mejores investigadores. Tenía pensado irse a vivir a su pueblo natal y pasar allí tranquilamente el resto de su existencia. Por supuesto que iría a visitarlo, y él se acercaría asiduamente a Madrid, tenía muchos amigos aquí, así que no tendría más remedio que acudir de visita. Velasco era como mi segundo padre. Sebas, Gabriel, Eugenio, Facundo y servidor tenemos mucho que agradecerle, pero conmigo, quizá por mi lastimosa condición en aquella época, se encariñó especialmente, y me salvó de un abismo en el que estaba cayendo inexorablemente; ya os contaré.
– No creo que necesites mi ayuda, tú eres un gran investigador, ya lo sabes – me contestó -. Hubieras sido un gran policía, aunque para ser un picapleitos, tampoco lo haces mal.
Habíamos quedado esa mañana para desayunar, lo hacíamos muy de vez en cuando ya que nuestros poco permisivos oficios no nos daban mucha tregua, pero alguna vez buscábamos un hueco en nuestras apretadas agendas y hacíamos un poder. Había quedado conmigo porque había resuelto un asunto peliagudo y quería que yo rematara el final.
El suceso se remontaba a principios de los años 70. Una disputa entre dos vecinos de un pueblo por las tierras llegó a un fatal desenlace en el que uno de ellos perdió la vida por un quítame esas pajas, aunque la contienda ya venía de atrás. Terminó con el vecino asesino en la cárcel y dos familias destrozadas por el suceso. Pero un giro de los acontecimientos hizo que Velasco cogiera de nuevo las riendas del caso.
Detuvieron a Fermín C., vecino de Julián G. como autor de tan nefasto crimen, al advertir la Guardia Civil que el arma de su propiedad había sido recientemente disparada, despejando las dudas sobre su autoría. Dada su enemistad, tras una fuerte disputa, el autor del crimen se dirigió a su vecino con escopeta en mano descerrajando un disparo a bocajarro sobre su persona, con intención de provocar su muerte, produciéndose el fatal desenlace. – Extracto de la misma noticia.
Mi amigo recibió una llamada de un superior pidiéndole que revisara un caso ocurrido en 1973. Velasco se extrañó que un tema tan antiguo tuviera repercusión ahora.
– Son los protocolos modernos. Mira a ver si puedes hacer algo, pero es un tema muy antiguo y dudo que haya algo nuevo – le dijo el comisario.
Le facilitaron el expediente y lo revisó detenidamente. Se trataba de un asesinato a las afueras de un pueblo de la comunidad de Madrid. Dos vecinos de la localidad, Fermín y Julián tenían sus peleas por las tierras colindantes, hasta que Fermín cogió su escopeta y pegó un tiro a Julián, muriendo éste en el acto, marchándose el supuesto homicida del lugar. Descubrió el cadáver el hijo pequeño de la víctima, Jacinto, en el camino que llevaba a las tierras de su propiedad, marchándose corriendo a casa para avisar a su madre, la cual llamó a la Guardia Civil. Éstos comprobaron, por las declaraciones de la familia, que estaba enemistado con Fermín, por lo que sospecharon de éste. Fueron en su busca y lo interrogaron in situ, negando Fermín en todo momento que fuera él el autor del crimen. Declaró que ese día ni siquiera lo vio y que no había usado la escopeta, y que ésta la tenía guardada en una caseta bajo llave que se encontraba en sus tierras de labranza. Se acercaron a dicha caseta y comprobaron que la escopeta se encontraba allí y había sido recientemente disparada. Lo detuvieron y terminaron condenándole por asesinato. Se libró del garrote vil por los pelos, pero estuvo mucho tiempo en la cárcel.
El motivo por el cual Velasco tuvo que retomar de nuevo el caso fue por los remordimientos de un moribundo. Uno de los hijos de la víctima, ya a sus setenta años, en su lecho de muerte, entre delirios dijo a su hijo, que a su abuelo lo mató el diablo, no Fermín. Quería estar en paz con Dios y necesitaba que se supiera la verdad. Cuando murió, el hijo acudió a la policía y contó lo que su padre le había transmitido. Así le llegó el caso a mi amigo, preguntándose éste qué coño querían que hiciera con un suceso tan antiguo, sin pruebas y sin testigos, solo con la supuesta confesión de un hombre agonizante que deliraba y que tampoco aportaba mucho.
Observó en el expediente que el informe pericial de la escopeta decía que había sido disparada en ese momento y coincidía la herida de Julián con el calibre de los cartuchos de dicha escopeta. Si antes se hubieran hecho pruebas de ADN se hubieran contestado muchos interrogantes, pero no existían en aquella época.
El supuesto autor del crimen, Fermín C., ha sido trasladado hoy al juzgado donde comenzará el juicio por los hechos por los que ha sido acusado, entre grandes medidas de seguridad, debido a la gran multitud que le estaba increpando. Sus familiares no han querido dar ningún tipo de declaraciones y estaremos a la espera del veredicto del tribunal. – El Caso, 20 de julio de 1973.
Velasco poco podía hacer. Intentaría dar con el arma homicida e intentar entrevistarse con algún familiar superviviente de la época para ver si lograba vislumbrar alguna luz. Respecto a la escopeta, tuvo poca suerte. Una vez resuelto el caso se procedió a su destrucción y la prueba material se desvaneció, pero ya lo intuía. En algunas ocasiones este tipo de pruebas sí se mantenían en circunstancias muy concretas, pero en este caso no fue así.
A los pocos días llegó a comisaría un señor preguntando por él. Velasco había dado con el hijo único de Fermín y había accedido a charlar sobre los acontecimientos pasados. Le hizo pasar a su despacho y se presentaron. El hombre ya era entrado en años y en carnes, rondaba los setenta, o por lo menos lo aparentaba. Se llamaba Alfredo y tenía un aspecto afable.
– Nosotros sabíamos del trajín que se traían los dos con las tierras, pero mi padre en todo momento, hasta en su lecho de muerte dijo hasta la saciedad que era inocente. Nosotros le creíamos e intentamos mi madre y yo que se reabriera el caso para que la policía siguiera investigando, pero no nos hicieron caso. Mi madre la pobre, vivió un infierno, siempre tuvo claro que mi padre era inocente. Cuando él murió hace unos años, ella siguió su suerte inmediatamente. Salió de la cárcel ya viejo, sin poder haber disfrutado de su familia, y estoy seguro de que era inocente, nunca me mentiría. Estoy convencido de que el asesino todavía anda suelto, si es que no ha fallecido ya.
– ¿Qué recuerda de aquellos días? – le preguntó mi amigo.
– No mucho, yo no vi nada. Pero una de las cosas que mi padre repetía una y otra vez es que la puerta de la cabaña donde guardaba los aperos estaba forzada. Cuando llegó a la cabaña con los guardias, se dispuso a abrir el candado con la llave, pero éste había desaparecido. La Guardia Civil no se creyó la versión de mi padre, no le dieron importancia. Desde el principio le trataron como a un criminal.
– ¿Tenía usted relación con los hijos del fallecido antes de que le mataran?
– Sí, éramos conocidos del pueblo. Yo tenía cierta relación con el mediano, Francisco, pero al estar enemistados nuestros padres, terminamos por distanciarnos. Creo que ha muerto hace poco ¿no?, y de sus hermanos no sé nada. Ha pasado tanto tiempo que no comprendo por qué se reabre ahora el caso, ¿ha habido algo nuevo?
– El nieto de Julián ha acudido a la policía porque Francisco, en su lecho de muerte, entre delirios, ha confesado que Fermín no fue el asesino, así que en ese punto estamos. He quedado con él ahora, así que hablaremos y espero que me dé alguna luz. Yo le informaré convenientemente. – Le contestó Velasco.
Le dio las gracias y salió por la puerta. Alfredo observó a un hombre que estaba esperando en la sala de espera y supuso que era el hijo de Francisco porque su parecido era asombroso. Se quedaron mirando con sorpresa pero no intercambiaron palabra alguna. Alfredo pasó de largo y se perdió por la puerta del fondo. Salió de comisaría reviviendo todo el pasado, recordando cómo tuvieron que marcharse del pueblo porque les trataron a él y a su madre de asesinos; cómo empezaron de cero y salieron adelante en otra población donde nadie les conocía; las visitas a su padre a la cárcel y cómo se le caía el alma a los pies al verle de esa guisa; ver durante todos estos años a su madre llorando todos los días; cómo su novia le dejó porque no aguantaba más la situación y quedarse soltero porque no quería que ninguna chica le mirara como le miraba su novia, con miedo, con terror. Así que se quedó con su madre todo este tiempo, hipotecando su vida por culpa de su padre, pensando si de verdad no había sido él, siempre le quedaba la duda. Quería que se resolviera todo, aunque fuera ya tarde, necesitaba quitarse esa espina.
Fermín C. ha sido condenado a 30 años de cárcel por el horrendo asesinato de Julián G. Dicha sentencia afirma en los hechos probados que Fermín, sin ningún género de dudas, mató de un disparo de su escopeta a Julián, la cual ha sido hallada en la caseta de su propiedad. Se sabía de su enemistad por las tierras y ésta ha sido el móvil del crimen. Los familiares de Julián han recibido la noticia con agrado, y esperan descansar y seguir con sus vidas en la medida de lo posible. El abogado de Fermín C. recurrirá la sentencia pero sin visos de prosperar, según nos han informado nuestras fuentes. Así termina un asunto que traía de cabeza a la gente de este tranquilo pueblo de las afueras de la capital. – El Caso, 2 de noviembre de 1973.
Velasco, antes de hacer pasar al hijo de Francisco, revisó el expediente y efectivamente observó en el atestado que la Guardia Civil no hacía mención a que la puerta de la cabaña estuviera cerrada, al contrario, explica que se encontraba abierta sin signos de haber sido forzada. Se imaginó a Fermín con las llaves del candado y ver con sorpresa que no estaba, ya que entre sus cosas personales se encontraba su cartera, su documentación, un paquete de cigarrillos y unas llaves, de su casa y de un candado que no aparecía. La Guardia Civil no lo dio importancia porque el resto de las pruebas eran claras, pero Velasco no pasó por alto ese detalle.
Hizo pasar al nieto de Julián, hombre ya entrado en los cuarenta largos. Le agradeció su colaboración y le preguntó por lo que le confesó su padre antes de morir.
– Yo sabía más o menos toda la historia, aunque mi padre siempre ha sido reacio a contar detalles, quizá por el sufrimiento al recordar. Intuyo que él vio algo o a alguien, quizá al verdadero asesino de mi abuelo. En los últimos momentos de su vida, yo vi a un hombre comido por los remordimientos, o quizá deliraba. Mi padre me decía una y otra vez que necesitaba que se supiera la verdad, y que se lo dijera a la policía, pero nada concreto, solo que Fermín era inocente, que fue el diablo quien asesinó a su padre. Yo no supe a quién se refería, y así se lo transmití a ustedes.
– ¿Sus tíos viven? ¿Puede que supieran algo? – preguntó Velasco.
– Solo vive el pequeño, Jacinto. No sé si sabrá algo. Hace mucho que no tenemos mucha relación con él, la última vez que lo vi fue en el funeral de mi padre. Se volvió muy huraño y sigue en el pueblo. La verdad es que siempre han sido muy raros, yo no he acabado nunca de conocerles, ni a mis tíos ni a mi abuela, quizá por lo que ocurrió. Decía mi padre que a raíz de la muerte de mi abuelo, él se distanció de la familia porque no podía soportarla, así que se casó con mi madre y se fueron enseguida del pueblo para establecerse en Madrid. Quería huir de allí, decía que los recuerdos no le dejaban en paz, así que puso tierra de por medio.
– Bien, ¿podría hablar con su tío Jacinto?, dice que sigue en el pueblo ¿no?
– Sí, supongo. Si pregunta allí por él, todos le conocen, sigue viviendo en la casa familiar. Si quiere le facilito su teléfono. Sabe, es extraño, tengo la sensación de que algo ocurrió en la familia, independientemente de lo duro que debe ser perder a un padre en aquellas circunstancias. Lo intuyo por la forma de actuar de mi padre todos estos años, como si tuviera un secreto inconfesable que le estaba carcomiendo, ni mi madre podía sacarle nada en claro, siempre se iba por las ramas, así que dejamos de insistir.
Velasco le agradeció su colaboración y se despidieron. Algo sospechaba, así que ideó un plan antes de llamar a Jacinto. Le traería a su terreno. A los dos días llegó un señor ya mayor que preguntaba por mi amigo, era Jacinto. Se le veía demacrado y muy dejado, con ropas de postguerra, llegando a oler mal, con pelo y barba desaliñados, parecía un mendigo que entraba a pedir limosna. Le observó a través de la cristalera que separaba su despacho de la sala de espera, ya tenía todo preparado.
Le hizo pasar y la verdad es que daba un poco de asco darle la mano pero Velasco tuvo que tragar. Se sentaron enfrentados y hubo un largo silencio provocado por el agente para incomodar al pobre hombre.
– Jacinto, ya sabe por qué está aquí. Ya se lo dije por teléfono. Me gustaría que me contara lo que usted vio cuando asesinaron a su padre.
Jacinto no le aportó nada que no supiera ya Velasco. Éste le notó nervioso y yéndose por las ramas, contando una historia ya aprendida e interiorizada que el policía no se creyó. Entonces, sacó de debajo de la mesa un paquete bien apretadito y alargado y lo puso encima. Jacinto se sobresaltó adivinando lo que era, y moviéndose incómodo en la silla miró a Velasco.
– Sabe lo que es, ¿verdad? – dijo Velasco incisivamente. – Es el arma del crimen. El ADN perdura durante cientos de años, por lo que si ahora hacemos la prueba, podríamos sacar quién la tocó en aquella época. Sabemos usted y yo que Fermín era inocente, cargó con un crimen que no cometió. Me gustaría que me dijera la verdad. No tiene por qué preocuparse, el crimen ya ha prescrito, no se va a volver a juzgar a nadie, pero se lo debe a la familia de Fermín, ¿no cree?
Jacinto observó con la mirada perdida a Velasco. Parecía que se iba a desmayar, pero se repuso y comenzó:
– Esto lleva matándome durante todo este tiempo. Los remordimientos me están comiendo y la verdad es que le agradezco que lo haya descubierto porque así podré descansar. Si hace la prueba de ADN a esa escopeta no saldrá el mío, saldrá el de Eduardo, mi hermano mayor. Supongo que sabrá que murió hace ya tiempo. Verá, mi padre no era buena persona. Día sí y día también mi madre recibía una paliza por su parte, sólo porque disfrutaba haciéndolo. Nosotros de pequeños también recibimos lo nuestro, nos tenía acobardados incluso de mayores, hasta que no pudimos más. Todo fue cosa de mi madre, la que ideó todo. Sabíamos que tenía problemas de lindes con el vecino así que aprovechamos esa circunstancia, no vimos otra salida. Descubrimos que Fermín tenía una escopeta guardada en la cabaña donde tenía todos los aperos de labranza, así que un día en que mi padre se fue temprano a la era, nos acercamos a dicha cabaña.
En esto que sacó un objeto de su bolsillo y lo soltó sobre la mesa. Velasco lo cogió y observó que era un herrumbroso candado.
– Lo he guardado todos estos años y se estaba apoderando de mi alma, es mi amuleto maldito. Me obligaba a no olvidar lo que pasó y me hundía más y más en la mierda. A mí se me daba bien abrir puertas con ganzúas, era como un hobby tonto que tenía. Abrí el candado sin dificultad y mis hermanos entraron en la cabaña, cogieron la escopeta y se dirigieron donde estaba mi padre. Era muy temprano y no había nadie en el campo, solo él trabajando la tierra. Cuando llegamos, yo me mantuve a distancia. A los cinco minutos escuché el fatal disparo y supe que todo había terminado. Regresaron a dejar la escopeta en su sitio y yo me mantuve un tiempo agazapado donde estaba. A la hora prevista me acerqué a mi padre y le descubrí tirado al lado del camino, sin vida. Le toqué manchándome de sangre y regresé a casa, donde llamamos a la Guardia Civil, y lo que pasó después es lo que ya sabe.
Jacinto respiró aliviado, con lágrimas en los ojos. Velasco paró la grabadora que puso en marcha en el momento en que Jacinto comenzó su curioso relato y observó que estaba temblando, con la mirada de un pobre hombre que ha vivido como un ermitaño por los remordimientos que corroyeron y mortificaron su existencia.
Velasco me contó que obviamente la escopeta no era el arma de ese crimen. Cogió una de parecidas características de un registro donde tienen las armas de caza confiscadas y la utilizó para dar el golpe de efecto. El crimen ya había prescrito, por lo que nadie más fue imputado. El caso se dio por concluso cuando un juzgado declaró inocente a Fermín, aunque estuviera ya fallecido, al reabrir el caso con las nuevas pruebas y dio el crimen por prescrito.
Yo llevé el tema de responsabilidad patrimonial de la Administración, es decir, al estar Fermín en prisión tantos años siendo inocente, la Administración debe resarcirle económicamente, a él o a sus herederos en caso de fallecimiento. Sacamos una buena suma, cantidad que le vino muy bien a Alfredo, el hijo de Fermín, aunque toda satisfacción es poca cuando has vivido un infierno por esa causa, pero en fin, menos es nada.
Tras varios años de incertidumbre, por fin se ha resuelto el crimen ocurrido en 1973 por el cual condenaron a Fermín C. a 30 años de prisión por un delito de asesinato que no cometió. No han transcendido las circunstancias por las que han declarado la inocencia de Fermín, pero nuevas pruebas han dado un vuelco a los acontecimientos. Desgraciadamente el injusto condenado ha fallecido hace tiempo y es su hijo quien disfrutará de la cuantiosa indemnización por daños y perjuicios que la Administración le abonará. El Caso, noticia actual en el supuesto de que dicho periódico siguiera existiendo.
“Caso abierto”: Película producida por HBO.