35. DÍAS DE FERIA

      “El adoctrinamiento y el reclutamiento en el fanatismo, ya sea identitario o religioso, es la forma más brutal y dolorosa de educación para que un niño se convierta en un asesino.” – Maite Ruiz, directora y guionista de cine española.

            “Solo el conocimiento de la verdad hace libres a los hombres y a las distintas sectas parecen rivalizar en ignorancia. ¡Inútil es cambiar de yugo: lo esencial es dejar de ser buey!” – Jorge Ángel Livraga Rizzi, poeta, escritor, ensayista, filósofo y pedagogo argentino.

            “La buena ciencia, por definición, permite más de una opinión. Si no sólo queda la voluntad de un hombre, que es la base de las sectas.” – De la película “The Master”.

            Esa semana de junio fueron las fiestas populares de Torrejón. A mí me encanta ir: la feria, las casetas, los conciertos gratuitos, los fuegos artificiales, el gentío, los bocatas de panceta… No puedo remediar comerme tan sabrosa parte grasienta del cerdo. Colesterol a gogó, pero una vez al año… El ambiente es delicioso, un poco ruidoso, pero forma parte de la idiosincrasia de esta especial holganza. Todo se concentra en el recinto ferial, ya lleva unos cuantos años celebrándose allí y la verdad es que ha tenido muy buena acogida, desconcentrando el centro de la villa, que lo necesitaba, aunque entonces tenía su aquél; puede que sea por nostalgia de los viejos tiempos vividos.

            Una noche nos llevamos a mi sobrino de nueve años, el hijo del hermano de mi mujer, ya es el único sobrino que tenemos. Le apasiona montar conmigo en “El canguro” mientras Dalia se queda en tierra intentando sacar alguna foto con el móvil. Es un niño estupendo, se hace querer y la verdad es que se conforma con todo, aunque una vez que empieza a pedir no para, como todos los niños, pero se le encamina enseguida. Una vez terminamos de montar en las atracciones nos dirigimos a la caseta de un partido político que no voy a nombrar, del que no soy simpatizante (no lo soy de ninguno), pero allí están dando el callo una entrañable pareja ya jubilada, Julián y Ascen, compañeros de djembe, con la que comenzamos una grata amistad hace años y todavía mantenemos. Allí nos tomamos nuestros deliciosos bocadillos y cervecitas frescas pasando un rato agradable en su compañía. Nos despedimos, se hacía tarde para el enano, al día siguiente mis cuñados se iban de viaje vacacional y pasaron temprano a por el niño. Ya que estaba en pie, aunque era fiesta local, me acerqué al despacho porque en el resto de la comunidad no era festivo, y tenía notificaciones que debía examinar, pero no había nada importante. Mientras estaba allí recibí una llamada de Ascen que me inquietó bastante.

            Me toca obedecer al “portador”. Lo que nos ha ordenado viene de más arriba, tiene línea directa con el “Preceptor”, así que es una ordenanza y un precepto inexcusable. Esto es una prueba personal, si la franqueo puedo obtener puntos con mi mentor, así que debo superarla. El maestro me estará encaminando y observando. No entiendo muy bien la orden pero no hay nada que entender. Debemos realizarla sin ninguna excusa: obediencia ciega, el dogma está por encima de la razón, así nos lo manda nuestro maestro. Mis hermanos también están preparados para dar el salto cualitativo en nuestra comunidad. No podemos dormirnos en los laureles, la misión hay que efectuarla rápidamente y sin miramientos, esos esquiroles de mierda tienen que pagar.

            Ascen me abrazó llorando cuando acudí al hospital y más tarde me explicó que cuando estaban recogiendo y limpiando la caseta de la feria para marcharse, un buen rato después de irnos nosotros, un grupo de encapuchados entraron en tropel con palos, puños americanos y nunchacos repartiendo golpes a diestro y siniestro.

            – Quedábamos ya nada más que cinco, cinco viejos inútiles sin defensa que nos apalearon solo por ser de izquierdas – mi amiga no paraba de llorar mientras me lo contaba, con el susto todavía en el cuerpo. – Nos insultaron, nos vilipendiaron, nos pegaron y nos desearon la muerte, a eso vinieron, a matarnos, según les entendimos entre gritos. ¡Y mira Julián, postrado en la cama de un hospital!

            Ascen lloró como una magdalena. Sólo pude abrazarla y consolarla en la medida de lo que pude. Pasé a ver a Julián, que estaba hecho un poema: le vi la cabeza vendada, los ojos morados y una escayola en el brazo derecho.

            – Hola Juanan, seguro que Ascen te lo ha puesto negro – bromeó Julián -. Está muy nerviosa, y no le quito razón. Pero no hay de qué preocuparse. Los médicos me han dicho que no tardaré en curarme, que es todo más aparatoso que grave, así que en un par de días estoy en casa. Los demás, creo que ya tienen el alta, así que me alegro, que haya quedado en poco.

            Julián me estuvo explicando que cuando estaban limpiando la caseta minutos antes de cerrar, unos encapuchados vestidos de negro, con símbolos nazis, entraron violentamente agrediéndoles a puñetazo limpio. Portaban palos y otras armas que no supo reconocer. Él se puso en medio para proteger a su mujer y se llevó la peor parte. Entre todo este barullo gritaban vítores de extrema derecha como “viva Franco”, o “arriba España” y otras frases que no supo muy bien identificar. También les amenazaron con matarles, que habían acudido allí para eso.

            – Supongo que pertenecen a un grupo de ultraderecha, porque no paraban de decir que el alcalde (de derechas) iba a continuar en el cargo por mucho tiempo, que ya se encargarían ellos. – Me comentó Julián. – Pero ocurrió algo que no sé muy bien cómo definir: cuando estaba en el suelo y me estaban apaleando, uno de ellos se puso por medio para defenderme, y se llevó un batazo en el brazo. Los otros le recriminaron su actitud, pero él me miró y me preguntó si me encontraba bien. “No se preocupe, todo terminará pronto, no vamos a cumplir nuestras amenazas, se lo prometo”, me dijo.

            – Me has dicho que eran encapuchados, pero, ¿podrías reconocer algún rasgo que pudiera identificarlo? – le pregunté.

            – Sólo se le veían los ojos, pero eran oscuros, sin nada en particular, y su voz era neutra, tampoco sabría reconocerla…, no sé, no podría identificarle, ni a él ni a ninguno, lo siento.

            Cuando salí de la habitación, me encontré con el secretario general del partido, Apolinar Royo, al que pertenecían mis amigos, se presentó y me brindó toda su posible ayuda. Me comentó que sospechaba de un grupo de ultraderecha que estaba a la sombra del partido que estaba gobernando en el Ayuntamiento, ya que tuvieron sus más y sus menos con algunos miembros del susodicho grupo político. Añadió que sufrieron amenazas y no dudaba en que las cumplieron.

            – Quisieron asustarnos, pero no han podido – continuó -. Nosotros nos mantendremos firmes en nuestra lucha por los derechos y no nos van a amedrentar. Somos un partido de la oposición fuerte y nos tienen miedo. Quieren que nos achantemos y bajemos las orejas ante ellos, pero no…

            – Bien, bien – le corté. Veía que me estaba echando un discurso político y eso sí que no lo aguanto – ¿me está diciendo que cree que el alcalde y sus compañeros tienen algo que ver?

            – Por supuesto. Estoy convencido de que ellos enviaron a esos cafres a nuestra caseta para asustarnos, no es la primera vez. Hace dos años ocurrió algo parecido, pero la policía les cogió, aunque no pudieron relacionar a ese grupo ultra con el gobierno del Ayuntamiento, pero todo se andará.

            Le di las gracias y me fui. No quería escuchar la verborrea política que estaba otra vez a punto de comenzar. No sé cómo Julián y Ascen, que son una personas maravillosas, aguantan a tipos como éste, yo por lo menos no. Veo a todos los políticos iguales, me da igual la ideología: hablando mucho y diciendo poco.

            Sergio estaba dolorido. Recibió un golpe de uno de sus compañeros en el brazo y tuvieron que escayolárselo, tenía el cúbito fracturado. No tenía muy claro a qué fueron allí, sólo tenían que asustarles y dejarles claras sus intenciones, pero la violencia con la que entraron sus compañeros agrediendo a los cinco viejos que se encontraban en la caseta le superó. Y ver a ese pobre hombre tirado en el suelo siendo apaleado hizo que surgiera en él el coraje que tenía escondido e interpusiera su débil antebrazo entre el pétreo bate y el asustado anciano. El joven quería cambiar el mundo, pero no así. Se replanteó el seguir en la organización, pero tenía tantas presiones… Sus superiores le recriminaron su actitud y le obligaron a pagar por su incompetencia y desobediencia. El chico no entendía que sus compañeros de hermandad le trataran así, cuando él lo había dado todo por ellos.

                        Los agredidos aquella noche pusieron las respectivas denuncias en comisaría. No pudieron identificar a los agresores, pero todos coincidían en los agravios fascistas que salían de sus bocas: “rojos de mierda”, “viva Franco”, y otras “perlas” del mismo estilo. Julián no lo tenía muy claro, no quería perjudicar al chico que le salvó de ser apaleado, pero era su deber denunciar los hechos; lo hizo queriendo incidir en que ese muchacho le salvó de los otros y no quería ningún mal para él. Vio en él la mirada de un crio atemorizado, perdido, que intuía que fue obligado a hacer lo que hizo. No quería incidir más en sus heridas todavía no curadas, quería ayudarlo.

            – Julián, no me jodas. Es tan culpable como los demás – le reñí –. Con la compasión no vamos a ningún lado.

            – No Juanan, había algo en él. Lo vi en sus ojos. Tú no lo viste como yo – contestó -. Tenía la expresión de un chico asustado, y además él no agredió a nadie. Sé que no quería estar allí. En los demás vi odio, pero en él no, vi miedo y angustia. Observé en él a mi hijo, esa mirada imploraba ayuda, te lo juro, en su rostro vi a mi hijo, y no quiero ningún mal para él. Lo he hablado con Ascen y está de acuerdo conmigo.

            Julián se abrazó a Ascen y comenzaron a llorar. Ya hace tiempo que su hijo murió. Una dosis de heroína adulterada le provocó una sobredosis y murió en el baño de su casa. Cuando llegó su padre, fue demasiado tarde. Cuando falleció, tenían sentimientos encontrados, por un lado pena por perder a un hijo, y por otro alivio, les dio muy mala vida. Pero en el último momento de su vida, cuando su padre le cogió en sus brazos, el chico le miró y le imploró perdón, sabía que iba a morir y quiso despedirse de la mejor manera posible, consciente de los malos ratos que hizo pasar a sus padres. Y esa mirada es la que vio en el chico que le salvó de las agresiones.

            Por los datos que había, la policía sospechaba que se trataba de un grupo de ultraderecha. El alcalde tuvo que declarar y negó su implicación en los hechos. Cierto es que tuvieron un rifirrafe con el grupo de la oposición, y en concreto con los miembros de ese partido de izquierdas. Hubo insultos, amenazas, pero ahí se quedó. No parecía que pudiera estar implicado en los hechos, más bien le querían implicar, esa era mi sensación, ya que nunca se le había relacionada con grupos radicales de ultraderecha. La policía también le descartó de momento. Habría que ir por otra vía.

            Según me dijo Julián, el golpe que se llevó el chico tuvo que romperle algún hueso, ya que oyó un crujido en el momento del impacto. Esto no lo especificó en la denuncia, ya que no quería perjudicar al joven, pero yo tenía un conocido en el hospital, así que le pregunté si la noche o al día siguiente de los hechos hubo alguna persona que acudió con alguna fractura o lesión en el brazo. Me dio el nombre de dos personas con las mismas características, pero no yo no podía desvelarlo porque mi contacto se la jugaba al darme esos datos. Yo tampoco quería                                      perjudicarle, así que me reservé la fuente, vería cómo utilizaría la información.

            Mi gente me ha abandonado. Como hable me matan. No sé cómo podían llamarse mis camaradas, mis amigos, mis hermanos… Creo que he hecho lo correcto, no podía dejar que apalearan a ese hombre, no. Esa ya no es mi casa ni mi familia. Está claro que si te sales del redil van contra ti, ya me lo han advertido. Mi madre se va a disgustar al saber que estaba metido en esa mierda fanática, pero no tengo más remedio que decírselo. Debo redimirme y lo primero es confesar todas nuestras fechorías, aunque me amenacen, pero es mi deber. ¡Madre mía, la que me espera!

            Mientras Sergio tenía estas duras cavilaciones durante ese improvisado paseo matutino por el parque, su madre abrió la puerta al escuchar el timbre. La señora nos hizo pasar amablemente. Julián y ella se conocían muy bien, eran compañeros de partido hasta que la mujer lo dejó al morir su marido. Preguntamos por su hijo y nos informó de que estaba en revisión por el brazo roto. Nos explicó que se lo rompió haciendo el ganso con sus amigos en la feria, que bebieron un poco de más y se cayó bailando alocadamente en las peñas. Nos dijo que no tardaría en llegar, y Julián conversó con ella amigablemente, rememorando tiempos pasados, mientras esperábamos al chico. Mi amigo conocía a Sergio de cuando era pequeño; ahora con sus veinte años ya no lo reconocería. En esto que oímos abrir la puerta y apareció Sergio, con el brazo escayolado. Al vernos, sobre todo a Julián, se quedó paralizado, se puso a temblar y al cabo de unos segundos se sentó en una silla, con la cara blanca. Julián y yo nos miramos y supimos que dimos con él al observar su reacción. Su madre se levantó a asistirlo pero el muchacho la apartó suavemente con la mano y le dijo:

            – Mamá, siéntate. Tengo que contarte una cosa.

            Tuvimos una larga, larga charla.

            Un testigo protegido es aquel que participa en una investigación (su testimonio es una prueba incriminatoria) pero cuya identidad permanece oculta. En España existe la Ley Orgánica 19/1994 que regula esta figura legal. A estas personas se las protege, por un lado, para garantizar la integridad física y la vida tanto del testigo como de su familia en caso de que peligre por colaborar con la ley por inculpar a un delincuente. Por el otro, para impedir que no testifique por miedo a las consecuencias. Es decir, se protege, tanto al testigo, como al proceso judicial.

            Llegué a un acuerdo con la fiscalía que llevaba el caso. La proposición era que a Sergio le incluyeran en el programa de testigos protegidos. El juez que instruía el caso así lo decretó porque vio indicios de peligrosidad hacia él por declarar contra compañeros suyos pertenecientes a organización criminal. Yo tenía la esperanza de que este grupo se desmantelara tras la imputación de los miembros de dicho grupo, sobre todo a su jefe, pero no podía asegurar a Sergio que estuviera cien por cien protegido una vez que terminara el procedimiento, pero él quería arriesgarse y continuar.

            Gracias a su declaración, detuvieron a Apolinar Royo como imputado (ahora investigado)  como jefe de banda criminal. Tras la caída del “supremo camarada”, como así le llamaban, cayó toda esta organización de ultraizquierda: detuvieron a todos sus activistas y a otros miembros del partido involucrados. Julián y Ascen se sorprendieron. Desconocían de la existencia de esta “secta” criminal  comandada por el secretario general de su partido. Hubo penas de prisión, Apolinar fue condenado a la pena máxima en este caso y se tiraría una temporadita a la sombra, igual que algunos de sus subalternos, con la consiguiente inhabilitación para ejercer cargo público. Sergio, al haber colaborado con la justicia, le impusieron la pena mínima y no entró en prisión. Hablé con Velasco para ver si pudiera hacer algo por el chico por si hubiera represalias, si pudieran vigilarle durante un tiempo hasta que las aguas volvieran a su cauce; no hubo problema, yo no lo dudé, siempre podía contar con mi querido amigo.

            Sergio confesó que pertenecía a un grupo ultra radical de izquierdas, vinculado, más que con el partido, con el secretario general, Apolinar, del que era fundador y cabecilla. La noche de autos, su misión consistía en dar un “susto” a cierta hora a las personas que quedaban en la caseta de la feria, sabiendo que quedaban personas de cierta edad que no podían defenderse. Se enfundaron ropa negra, pasamontañas y se pusieron botas militares e insignias de ideología nazi para hacer creer que pertenecían a un grupo de ultraderecha. La consigna era entrar a saco repartiendo golpes a diestro y siniestro, pero con cierta mesura para no lesionar gravemente a sus compañeros de partido, y gritando expresiones fachas. La intención de Apolinar era implicar al alcalde de la ciudad en estos hechos, para sacar beneficio de dicha situación en el ayuntamiento. Mis amigos y sus compañeros fueron las víctimas de una maniobra política delictiva y sin escrúpulos de una persona sin reparos y sin ningún tipo de respeto hacia la vida e integridad de las personas, de alguien que vendería a su madre por sacar provecho político. Sergio tampoco tenía muy claro que lo que hacía estaba bien, y al ver que en la caseta se encontraba Julián, le reconoció enseguida y quiso defenderlo de sus compañeros. El resto ya lo conocéis.

            Cualquier ideología, ya sea política, religiosa, o social, llevada al extremo, puede convertirse en un arma muy poderosa para la gente sin escrúpulos que pretenden manejar a las personas a su antojo. Estas organizaciones, hermandades, sectas al fin y al cabo, son un caldo de cultivo para los lavados de cerebro. Para mí, los dirigentes de estas organizaciones son psicópatas que no dudan en esclavizar a sus adeptos para manipularlos a su conveniencia. Hay sectas de derechas y de izquierdas, funcionan exactamente igual, y los niños y jóvenes son las víctimas perfectas debido a su fácil manipulación mental. En mi opinión, habría que controlar más a estas organizaciones y defender y prevenir de ellas a los más vulnerables, es un capítulo pendiente que yo considero importante y no está suficientemente regulado. Siempre incido en la educación de los niños, para mí es esencial educarles en la libertad y en el escepticismo ante cualquier “verdad absoluta”, educarles hacia la empatía y la tolerancia, sin ideologías.

 

 

 

“Días de feria”: Película producida por Estela Films.

           

 



2 comentarios

  • Irene

    Enhorabuena por esta crónica. Me gusta mucho el tema de las organizaciones ultras. Me parecen muy peligrosas, pero me resulta muy difícil acabar con ellas, porque siempre habrá gente vulnerable.

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