40. JUEGO DE LÁGRIMAS

            El pasado se desdibuja. Nítidos momentos se difuminan a medida que pasa el tiempo. Es raro, no puedo describir lo que ocurre en mi mente. Es una paleta de pintor donde se mezclan los colores y se convierten en una masa informe. De repente despierto con la incierta agonía de las más terribles pesadillas que no puedo recordar, que no debo olvidar, es inexorable. Olvido gradualmente caras, lugares, vivencias, sé que son reales, pero las percibo como antiguas ensoñaciones fantásticas. A veces no distingo lo que fue realidad. En muchas ocasiones parece como si mi mente se esté reiniciando, como si cambiara unos recuerdos por otros. Resulta inquietante.

            Esa noche me llamaron de la guardia de “violencia imputados” para asistir a un hombre en comisaría. Me personé allí en cuanto pude y me hicieron pasar a una oficina vacía donde había varias mesas de trabajo. Sólo estaba el policía fondón de paisano que iba a realizar el atestado y me comentó que se trataba de un supuesto caso de violencia contra la mujer, pero con matices extraños que me hicieron gesticular a modo de sorpresa.

            – En cuanto vea a su cliente lo comprenderá – apuntó el agente sonriendo.

            Llevo tantos años en la profesión que es raro sorprenderme por algo, pero no me esperaba lo que iba a acontecer, aunque no me cogió desprevenido. Cuando apareció mi cliente custodiado por otro agente y se sentó a mi lado, no pude por menos que observarle de arriba abajo y catalogarlo como histriónico y grotesco. Apareció un hombre desgarbado de mediana edad y vestido con un ropaje, por definirlo de alguna manera, extraño y burdo: vestía una camiseta de tirantes amarilla muy, muy ajustada, que, aunque era delgado, dejaba ver el prominente abdomen con su correspondiente ombligo; portaba una ceñida minifalda rosa, que más parecía un cinturón, y haciendo más deforme si cabe sus michelines que sobresalían por encima de la misma; calzaba unos enormes zapatos de plataforma, de color negro, con un tacón muy alto que no se cómo se tenía en pie; a pesar de su calvicie, el poco pelo largo que le quedaba estaba teñido de color rojo fucsia, y su cara pintada como una puerta, difuminando su rostro por el corrimiento del maquillaje, sinónimo de haber pasado una mala noche. Al sentarse en la silla lo hizo de forma despatarrada apreciándose su ropa interior que no era otra que un tanga o braguita también rosa apretándole bien sus partes. Tuve que apartar la vista ante el bufonesco panorama ya que el hombre no se cortaba ni un pelo a la hora de enseñar sus vergüenzas. Observé que tenía varios arañazos por todo el cuerpo, así como hematomas y una ceja con varios puntos de sutura. El policía y yo nos miramos de reojo como diciendo “madre mía”, y comenzamos. Le leyeron sus derechos en mi presencia, supe que le atendieron en el centro médico debido a sus lesiones, aunque no explicó cómo se las hizo, y se acogió a su derecho a no declarar. Tampoco quiso hablar conmigo, así que con las mismas lo devolvieron a calabozos. Ya vería el informe al día siguiente en dependencias judiciales. Me despedí del agente y me marché a casa. Cuando se lo conté a Dalia me hizo prometer que  ayudara a Manuel en lo que pudiera, y que le tratara con el mayor respeto del mundo.

            – Parece mentira que me digas eso, ¿cuándo he tratado yo mal a alguien? Trato de ser lo más correcto posible con mis clientes, salvando siempre las distancias, ya lo sabes.

            – Sí, ya lo sé – me contestó comprensiva mi mujer. – Pero a veces no vemos más allá y nos quedamos en la apariencia. Estoy convencida de que esa persona no lo ha pasado bien en la vida, y tiene una historia terrible.

            Dalia no podía remediar el preocuparse por los demás. Es muy sentimental ante ciertas cosas y la quiero por ello. Muchas veces pone la sensibilidad que a mí me falta, y en ese sentido, me ayuda mucho a comprender ciertas facetas de la gente, me hace entender lo que hay detrás, y se equivoca poco.

            El policía me aseguró que llevarían a Manuel al juzgado a primera hora, así que madrugué a pesar de no haber dormido mucho y me presenté temprano. La oficial apuntó mis datos y me dejó el atestado. Éste explicaba que la patrulla de policía se personó en el domicilio de un matrimonio tras una llamada de un vecino que escuchó gritos y golpes en dicha vivienda. La puerta estaba entreabierta así que entraron encontrándose a Manuel frente a una mujer atada a una silla y gritando pidiendo ayuda, explicando posteriormente a los agentes que Manuel era su marido y la había agredido y atado tras una discusión. Manuel no abrió la boca en ningún momento y se lo llevaron tal y como estaba vestido. Ante la extrañeza de los agentes, la mujer les explicó que siempre iba vestido así, incluso en el trabajo. La mujer presentaba un parte médico explicando las lesiones que presentaba: arañazos y eritemas en las muñecas, y algún hematoma en los brazos, poco más. Manuel presentaba otro informe, que a mí me pareció más grave debido a la brecha de la ceja, aparte de eritemas, arañazos y hematomas varios por distintas partes del cuerpo. Me dispuse a bajar a calabozos para intentar hablar con mi cliente, pero antes de coger el ascensor me abordó una mujer cincuentona interesándose en el caso. Se presentó como la hermana de Manuel pero yo no pude decirle lo ocurrido sin el consentimiento de mi cliente, así que quedé en que hablaría con ella si Manuel me autorizaba a hacerlo, aunque lo veía difícil por la actitud pasiva que mostraba hacia mí.

            – Dígale que Cuqui está aquí y que he hablado con usted, y ya verá como se abre.

            Se lo agradecí y descendí a las profundidades del juzgado donde se encontraban los calabozos. Pregunté por Manuel y me hicieron pasar a una sala donde estaríamos separados por un cristal. Me senté frente al mismo y esperé a que lo trajeran a mi presencia. Cuando llegó observé que estaba peor si cabe que cuando lo vi por última vez. Se sentó frente a mí, con la misma actitud ya mostrada la noche anterior. Le comenté que hablé con su hermana y que lo único que yo quería era ayudarle, pero tenía que decirme lo que pasó el día anterior. Entonces me miró con cara de cordero degollado y se puso a llorar. Traté de calmarlo, y cuando lo hizo me contó lo ocurrido.

            – Perdóneme, pero comprenderá que la gente no me trate con respeto. La policía se burlaba de mí y cuando anoche le vi llegar, observé cómo me miraba, y comprendí que usted tampoco iba a hacer nada por mí.

            – Sí, tiene razón, y me disculpo por ello. Es cierto que me sorprendí al verle, la gente no está familiarizada con las costumbres de otras personas. Cada uno somos como somos y hay que respetar a los demás. Le reitero mis disculpas. Ahora, para que yo pueda ayudarle, debe contarme lo que sucedió ayer con su esposa, porque es su esposa, ¿verdad?

            – Sí, ya sé que es extraño. Los dos estábamos ingresados en un hospital y nos conocimos allí. Fue un flechazo, nos enamoramos y nos casamos, y, tenemos nuestros más y nuestros menos, pero nos queremos y somos felices en la medida de lo posible.

            Continuó explicándome que el día anterior Rosa sufrió una de sus crisis y comenzó a insultarle, “puta maricona” era la expresión más suave dicha por su boca. Comenzó a agredirle y tirarle objetos contundentes, un cenicero impactó contra su ceja, y Manuel no tuvo otra idea que atarla a una silla hasta que se calmara. En esto que llegó la policía y le detuvieron. No comprendí muy bien lo de la crisis de su mujer, y Manuel no quiso sacarme de dudas. Sólo me dijo que de vez en cuando se pone agresiva y se producen estos incidentes.

            – No quiero perjudicarla, sé que no puede remediarlo, pero cada vez ocurre con más frecuencia – comentó Manuel llorando -. Lo siento, abogado, no puedo decirle más. Hable con mi hermana y ella le explicará todo, yo siento demasiada vergüenza para contárselo.

            Y regresó a su celda.

            Subí para conversar con Cuqui, así quería que la llamaran. Al principio no me fijé mucho en ella, pero se la veía una mujer elegante, atractiva y de buena posición, con apariencia de diva “hollywoodiana” entrada en años, como luego me confirmó su relato.

            – Mi padre era un importante empresario y siempre hemos tenido una posición privilegiada con respecto a mucha gente. No es por presumir, pero quiero ponerle en antecedentes para que comprenda nuestra situación. Siempre hemos vivido en el barrio Salamanca y nuestra educación ha sido muy exclusiva. Mis padres tenían ideas un tanto chapadas a la antigua, de derechas, católicos, apostólicos y romanos. Se les vino el mundo encima cuando nació mi hermano Manuel, yo creo que a raíz de ello se les quitaron las ganas de tener más hijos. Desde pequeño le atraía el mundo femenino: le gustaba pintarse, vestirse con los vestidos de mi madre y los míos, en fin, apuntaba maneras. Mi padre no lo podía permitir, y le llevó a médicos, psicólogos, pero nada podían hacer, quien nace, nace. Sus compañeros de colegio se reían de él y le hacían la vida imposible, ¡figúrese, en un colegio católico!; también trataron de reconducirle allí, y tanta presión le hundió en una profunda melancolía que desembocó en un trastorno bipolar diagnosticado.

            Cuqui me facilitó todos los informes médicos de Manuel explicando esta enfermedad. Continuó aclarándome que, a pesar de todo, era buen estudiante y sacó la carrera de ingeniería química con matrícula de honor, convirtiéndose en un importante ejecutivo de una empresa petrolera, sin querer saber nada de la empresa familiar. Se independizó y le fue muy bien durante un tiempo. Pero comenzó a ir vestido de mujer a su puesto de trabajo.

            – ¡Figúrese, letrado, el primer día que se presentó allí de esa guisa! Decía que tenían que respetar su forma de ser y de vestir. Los jefes no dijeron nada, como era muy bueno en su trabajo decidieron dejarlo estar, pero imagino la mofa y bufa de sus compañeros. Me dijo en una ocasión que no querían estar a su lado, y prácticamente no le dirigían la palabra, los hombres, por que las mujeres estaban encantadas con él. Y así lo sobrelleva. Pero su enfermedad es muy inestable, y en ocasiones florece con fuerza aunque tome su medicación.

            Siguió contándome que sus padres murieron cuando Manuel estaba en la universidad, aunque no tenía mucha relación con ellos, sobre todo con su padre. Esto también le sumió en una profunda depresión, que mejoró cuando nacieron sus sobrinos, sólo tenía ojos para los dos mellizos y éstos también estaban encantados con su tío. En uno de sus últimos ingresos en la clínica psiquiátrica, conoció a Rosa, su mujer. Era esquizofrénica y estaba allí por un fuerte brote psicótico. Según él fue amor a primera vista. Comenzaron a salir hasta que se fueron a vivir juntos y posteriormente se casaron, aunque los padres de Rosa no aprobaban esa relación. Pensaban que eran una pareja ridícula y estrambótica. Cuqui y su familia les ayudaba en lo que podía pero a veces no se dejaban.

            En ese momento apareció Rosa con sus padres y una abogada muy “pro mujer” y poco conciliadora, según deduje tras una breve charla con ella. Rosa era una mujer grandona, fuerte y, a mi parecer, poco femenina. Me dirigí a la letrada contraria para ver por dónde iban los tiros, y me aseguró que su cliente declararía en contra de su marido porque no era la primera vez que pasaba, y que merecía un escarmiento y bla, bla, bla… A pesar de informarla de los problemas psicológicos que la pareja tenía, ella seguía en sus trece. Sabía que no podía contar con ella. Volví con Cuqui y le informé de la situación.

            – Sí, me llevo muy bien con ellos, – contestó a mi pregunta – aunque no aprueban la relación de mi hermano con su hija, son buena gente y muy accesible. Dese cuenta que también son unos señores mayores y no entienden muy bien todo esto de las nuevas categorías sexuales.

            Me quedé pensando en las posibilidades de defensa de mi cliente y vislumbré una luz que pudiera cambiar las tornas de la situación. Me arriesgaba pero decidí intentarlo.

            – ¿Manuel se siente hombre o mujer? – le pregunté a Cuqui.

            – No sabría decirle, letrado. Nunca me lo ha querido decir. Tampoco se crea que yo he tenido una relación con él como para que me cuente sus historias, en ese sentido no se ha abierto. No sé si simplemente le gusta vestir de mujer o se siente mujer de verdad. Lo que me extraña es que si se siente mujer, se haya casado con una, le gustarían los hombres, ¿no?

            Bajé de nuevo a hablar con mi cliente antes de que comenzaran las declaraciones. Le pedí por favor que declarara ante el juez lo ocurrido porque Rosa y su letrada no estaban dispuestas a ceder ni un ápice.

            – Rosa no me haría eso, seguro que está influenciada por sus padres y su abogada, letrado.

            Le comenté mi plan de actuación y estuvo conforme, pero debía declarar y contestar sinceramente a mis preguntas. Manuel accedió y nos pusimos en marcha.

            Ahora os cuento lo que aconteció, pero el plan fue como la seda, y al final, la letrada contraria me pidió que llegáramos a un acuerdo para que ninguno declarara en el juicio, porque sabía que tenía las de perder, y así quedamos porque mi cliente no quería ningún mal para su mujer.

            Bien, ¿cuáles fueron las circunstancias que hicieron que la situación se pusiera de nuestra parte? La razón fue lo que yo llamo la “teoría de la inversión”, una variante de la Ley de Murphy: Basta que creas que lo tienes todo atado, para que se te invierta el proceso, y eso es lo que le ocurrió a la compañera contraria. Rosa declaró que su marido tenía problemas psiquiátricos y de vez en cuando se ponía agresivo y la agredía sin motivo. Manuel comenzó a agredirla con puñetazos y patadas, y ella se defendió como pudo, hasta que le cogió por las muñecas y le ató a la silla, dejándole un buen rato hasta que llegó la policía. A mi pregunta de cómo se hizo Manuel la brecha en la ceja, Rosa manifestó que no tenía ni idea, que se lo haría en el forcejeo. Respondiendo también a mi pregunta de si ella presentaba también problemas psiquiátricos, ella, esperándoselo, me contestó que sí, pero que estaban controlados con la fuerte medicación que se toma, y en el momento de los hechos ella no tenía ninguna crisis.

            – ¿Usted se siente hombre o mujer?

            Esta pregunta la descolocó un poco y yo me arriesgaba a que no me aceptaran dicha pregunta. Carmen miró a su abogada y ésta miró al juez esperando a que desestimara dicha pregunta por impertinente, pero el juez la conminó a que respondiera. Creo que el magistrado intuía por dónde iban los tiros.

            – Pues no… lo sé. No puedo contestar a la pregunta porque no lo tengo muy claro. Siempre he tenido la duda, y sinceramente, no lo sé. – Contestó Rosa aturdida, sin saber muy bien qué decir.

            El juez, que ya había tenido algún caso parecido a éste y sabía lo que acontecía, le preguntó si ella se sometería a un examen médico forense para dilucidar cuál sería su condición sexual y salir de dudas cuando el juzgado lo solicitara, advirtiéndola que si no lo hacía voluntariamente, dependiendo de cómo discurriera el procedimiento, tendría la obligación de hacerlo mediante una orden judicial, así que Rosa accedió para hacerlo cuando el juez dispusiera. Salió totalmente descolocada, también la letrada, que me miró con cara de pocos amigos.

            Entró Manuel, esposado, con esa “extravagante” apariencia sorprendiendo a los presentes. El juez ordenó que le quitaran las esposas y le invitó a sentarse. Le leyeron los derechos que le asistían y comenzó su declaración. No manifestó nada nuevo que yo no supiera, simplemente dijo que cuando Rosa comenzó a agredirle y vio que sangraba de la ceja cuando le golpeó con el cenicero, no tuvo más remedio que atarla a una silla hasta que se calmara. A mis preguntas, contestó que Rosa llevaba un tiempo sin tomarse la medicación pautada para su trastorno, y la consecuencia es siempre un aumento paulatino de su agresividad, y que no era la primera vez.

            Después le hice la misma pregunta que a Rosa. Manuel resopló y dirigió su mirada al suelo.

            – Siempre me he sentido mujer, desde pequeñito. Nací en un cuerpo equivocado que odio. Nunca se lo he dicho a nadie, ni a mi hermana, aunque supongo que lo sospechará. Y sí, no tengo inconveniente en que me explore un médico forense.

            Terminadas las declaraciones, dieron la palabra al Ministerio Fiscal, que solicitó se transformara el Juicio Rápido en Diligencias Previas ya que solicitaba, entre otras cosas, el reconocimiento psiquiátrico por parte del médico forense, en este caso el psiquiatra forense, de Manuel y Rosa para determinar el rol sexual de cada uno. La compañera se opuso y yo me adherí a lo solicitado por la fiscal. Además yo solicite oficiar al centro psiquiátrico informes médicos sobre el diagnóstico psiquiátrico de Rosa. No se acordó la orden de alejamiento solicitada por la letrada de Rosa ya que el juez no vio peligro para la supuesta víctima y ésta se iba a vivir una temporada con sus padres. Y sí acordó el reconocimiento psiquiátrico forense de las partes.

            Cuando salimos de la sala, me dirigí a la compañera para ver si llegábamos a un acuerdo y, no sé por qué, pero seguía en sus trece. Me dijo que esta artimaña mía no iba a cambiar nada y que seguramente nos veríamos en el juicio. No me preocupó, porque yo sabía que si los informes psiquiátricos eran favorables para nosotros me llamaría para suplicarme un acuerdo.

            Cuando soltaron a Manuel, le dieron sus pertenencias y abrazó llorando a su hermana. Ésta le acogió en sus brazos con toda la ternura del mundo y le calmó como una madre. Respeté ese momento de cariño hasta que terminaron y me dieron las gracias por todo. Yo les dije que todavía no había acabado. Les expliqué todo lo que había acontecido e iba a acontecer y, dependiendo de los informes médicos, actuaríamos de una manera u otra.

            – Escúcheme, letrado – me dijo Manuel -. Rosa y yo nos queremos como hombre y mujer, pero en cuerpos equivocados, entiéndame. Estoy seguro de que los informes dirán eso, porque somos lo que somos, no hay mentiras. Estoy seguro de que para mi mujer va a ser una liberación, igual que para mí. Aunque era un secreto a voces, será un alivio para ambos, se lo aseguro.

            Nos despedimos y le advertí que le avisarían del juzgado para acudir al médico forense. Cuando tuviera los dictámenes médicos le llamaría para informarle al respecto. Quisieron quedar conmigo para abonarme los honorarios, ya que les advertí que a Manuel no le concederían la justicia gratuita debido al sustancioso salario que percibía. Les dije que ya hablaríamos cuando terminara el procedimiento, que no se preocuparan.

            Fijaos bien cómo las cosas viene rodadas cuando estás seguro de ti mismo y vaticinas los acontecimientos futuros simplemente por sentido común. A los veinte minutos de notificarme después de varios meses por parte del juzgado los informes forenses, sonó el teléfono, que atendió Matilde. Ya la había dado las instrucciones necesarias para dar largas a la letrada de Rosa si llamaba, que la pidiera los datos y que me pondría en contacto con ella. Quería hacerla sufrir un poco, ya que sabía que quería proponerme un acuerdo, y al final pactaríamos, pero lo alargaría un poco para ponerle nerviosa. Los informes eran categóricos y demoledores, como esperaba: ambos, Manuel y Rosa, tenían certificado y diagnosticado por parte del psiquiatra forense “disforia de género”, es decir, un trastorno en la identidad de género debido a la discordancia entre su identidad de género y su sexo físico, con los que no se identifican ni sienten propios. Así que Manuel es mujer y Rosa hombre. Todo cambia entonces, las tornas se invierten y la letrada contraria lo sabía, de ahí su impaciencia. Al cabo de unos meses me notificaron un auto mediante el cual terminaba la fase de instrucción y nos daban plazo para presentar los pertinentes escritos de acusación contra Rosa y Manuel. También nos notificaron el escrito de acusación contra ambos del Ministerio Fiscal, bastante favorable para nosotros. La letrada entonces me llamó insistentemente, ya era hora de hablar con ella.

            – ¿Qué debería decirte ahora, compañera? – le espeté condescendientemente, la tenía a mi merced. – Yo continuaría el procedimiento hasta el final, pero tenéis la suerte de que mi cliente no quiere ningún mal contra su pareja, y tengo entendido que han vuelto a vivir juntos. No se puede ser tan cerrada, y además hacer esos desprecios a un compañero, porque al fin y al cabo, somos colegas de profesión, y estos feos no me gustan.

            Me imaginaba a la compañera al otro lado del teléfono en silencio y sonrojada por lo que le estaba cayendo. Solo acertó a decir “lo siento”, pero con un tono falso que me supo a victoria. Al final quedamos en que no presentaríamos escrito de acusación en contra, pero estábamos obligados a presentar escrito de defensa contestando al escrito de acusación del fiscal. También quedamos en que, como no había testigos de la supuesta pelea, nuestros clientes se acogieran a su derecho a no declarar, y si todo iba bien, quedarían absueltos por falta de pruebas. Así lo hicimos y todo salió como esperábamos.

            Manuel y Cuqui vinieron al despacho. Yo les informé por teléfono que la sentencia les declaró absueltos a “ella y a su marido” de los hechos juzgados, pero insistieron en venir. Quisieron pagarme mis honorarios. Yo les dije que no hacía falta. Las mujeres víctimas de violencia de género, da igual la posición económica que tuvieran, les conceden siempre la justicia gratuita, siendo éste el caso finalmente. Cuando entraron por la puerta, me sorprendí al ver a Manuel con su vestido ajustado y escotado de color negro hasta los pies, con zapatos de tacón de aguja, con una peluca rubia que parecía pelo natural y maquillado como una diva. La verdad es que llamaba la atención y realmente parecía una mujer.

            – Letrado. Usted ha hecho por mí más de lo que está obligado. Y mi forma de agradecérselo es pagándole sus merecidos honorarios. Insisto en ello y no me voy a ir hasta que acceda a ello.

            No pude decirle que no, y supe que tenía cliente para mucho tiempo, así me lo hizo saber. Y yo encantado.

            Manuel y Rosa volvieron juntos, con mucho miedo ya que la esquizofrenia de Rosa iba a dar más de un susto, pero lo llevarían con resignación y paciencia. Se querían y yo esperaba que les fuera bien, hasta que me llamaron una fría noche de invierno de comisaría:

            – ¿Juan Antonio Medina? Buenas noches. Hemos detenido a Manuel Gutiérrez y nos ha informado de que usted es su letrado…

            La Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género establece que “La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión”.

            En este caso se cambiaron las tornas. Esta ley se hizo para defender a las mujeres frente a sus parejas agresoras. Manuel era la mujer, y así se demostró, y Rosa el hombre, por lo que ésta estaría en peor posición a la hora de ser juzgada. El mundo al revés.

 

 

 

“Juego de lágrimas”: Película producida por Miramax.



4 comentarios

  • MELIAN

    Te felicito estimado compañero! No sólo por el precioso relato de lo acontecido; sino por el valor que das a nuestra profesión, haciendo gala de la creatividad que la caracteriza. Gran profesional por tu sensibilidad con el asunto en cuestión. Pero no se puede ser un gran profesional, si no se desarrolla sobre la base de una gran persona. Te felicito por ser buena persona y gran profesional. Un abrazo.

    • Muchas gracias compañero, de eso se trata, de poner en valor nuestra profesión que tan mal valorada está, porque antes que abogados somos personas. Te reitero mi agradecimiento por tu sentido comentario que indica que tu también eres un persona sensible y me anima a seguir en este proyecto en el que tanta ilusión pongo.

  • OBARBADO

    Relato de ficción que puede verse superado por la realidad. Aquí un enlace para reflexionar: https://www.malostratosfalsos.com/

    • Totalmente de acuerdo. Las denuncias falsas contra los supuestos “maltratadores” no ayudan a las verdaderas mujeres que han sufrido maltrato. Además es tirarse piedras contra su propio tejado. La justicia debería implicarse más ante estas injusticias, porque aquí el maltratado es el hombre. Gracias por tu comentario.

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