5. PROMESAS DEL ESTE

Los niños son listos, muy listos, no se les puede infravalorar, ya que se quedan con todo, y si les prometes algo, te conviene cumplirlo, porque jamás olvidan, y si no lo haces, con el tiempo, el niño sufrirá las consecuencias de las promesas incumplidas. Esta no es una historia de abogados, sino más bien de personas.

Acababa de salir del juzgado, de un juicio farragoso y complicado, cuando, ya en la calle, se me acercó una señora ya mayor, casi anciana con un niño de unos siete años que llevaba algo entre las manos.

– Disculpe, ¿es usted abogado?

– Sí señora, ¿qué desea?

La mujer, muy tímida, se le notaba que tenía miedo a dirigirse a mí, como si pensara que yo fuera superior a ella, me dijo:

–  Verá, es que mi nieto querría contratar sus servicios. Estamos toda la mañana intentando que algún abogado de los que salen de aquí nos atienda pero no lo hemos conseguido todavía. Si fuera usted tan amable…

A mí me encantan los niños, y no podía decirle que no.

– Bien, pequeño, ¿qué es lo que traes aquí?

Extendió los brazos y me enseñó una cabeza de elefante.

– Es mi hucha, y tengo mucho dinero ahorrado, cuarenta y siete euros.

Sonreí y le pregunté:

– Bien, y ¿qué puedo hacer por ti?

– Quiero que mis padres vuelvan – contestó.

La abuela me miró de manera implorante y tuve que aceptar, tenía curiosidad de saber qué es lo que querían exactamente. Quedé con ellos en mi despacho para esa misma tarde.

Yo suponía que los padres le habían abandonado y se lo dejaron a su abuela, como tantas familias desestructuradas que existen, ya sea por falta de medios o por ser padres con problemas de drogas, o problemas de cualquier tipo.

Llegaron al despacho a la hora en punto. Les hice pasar, les invité a sentarse y observé que el niño traía su hucha.

– Muy bien, pues díganme, ¿en qué puedo ayudarles?

Nieto y abuela se miraron, y ésta azuzó con la mirada al pequeño para que comenzara.

– Quiero denunciar a mis papás porque me han dejado, y quiero que vuelvan conmigo.

Miré a la mujer, que estaba un poco compungida, y pregunté:

– ¿Qué es lo que ha pasado?

– Me prometieron que siempre estarían conmigo, y me mintieron – continuó el niño con congoja y lágrimas en los ojos.

Viendo que iba a empezar a llorar, intenté tranquilizarle:

– ¿Cómo te llamas?

– Nico.

– Nico, ¿has merendado?

– No – se limpió las lágrimas con la manga de la camiseta.

– Vamos a hacer una cosa. Te vas a ir con Matilde, mi secretaria, a la chocolatería de abajo, y vas a tomar un chocolate con churros mientras yo hablo con tu abuela. ¿Te gusta la idea?

El niño asintió y se bajaron a merendar.

– Veo que es un tema delicado para el niño – dije a la mujer cuando nos quedamos solos – . Explíqueme lo ocurrido.

– Verá – comenzó -. Hace unos tres meses mi hija y su marido me dejaron a Nico a mi cuidado una noche. Ellos tenían una cena con unos amigos a las afueras de la ciudad. De vez en cuando me lo dejan cuando ellos tienen algún compromiso, y el niño y yo estamos encantados, porque él está a sus anchas. Comemos pizza, vemos la tele hasta tarde, jugamos, en fin, lo que le gusta a un niño. Pero al día siguiente, a media mañana, vino la policía a mi casa y me dieron la mala noticia: sus padres habían tenido un accidente de tráfico y no habían sobrevivido. – La mujer descansó unos segundos, era doloroso para ella recordarlo -. ¿Cómo se lo iba a decir a Nico? Se me juntaba el dolor de haber perdido a mi hija y el dolor del pequeño. Se lo dije como pude, e imagínese la situación. El entierro fue al día siguiente y yo me quedé con él como tutora. Pero ahora me salta con que quiere denunciar a sus padres porque le engañaron, y de ahí no le sacas. Vio una película de abogados y desde entonces está con ese son. Me tiene la cabeza loca, y no sabía qué hacer, así que opté por buscar a un abogado para que le diga algo. Sé que no se puede hacer nada, pero quiero que se lo diga usted, a ver si se tranquiliza con este tema, y perdone las molestias. Sé que está muy ocupado para tener que atendernos por estas cosas, pero no sé qué hacer.

– El tema del seguro y la pensión de orfandad, ¿está todo correcto?. Le pregunté.

– Sí, creo que sí. El seguro se ocupó de todo.

– ¿Tienen ayuda psicológica? En estos casos es lo que procede, sobre todo para el niño.

– Sí, vamos al psicólogo una vez por semana, y, bueno, la recuperación es lenta, y Nico todavía no lo ha superado.

– Es normal. Dese cuenta que el duelo dura mucho, y no termina uno de recuperarse de algo así. Si le parece, vamos a hacer una cosa. ¿Les importaría venir durante un tiempo para que Nico hable con una persona, aquí en el despacho? Creo que sería una buena idea y le vendría bien al niño.

Me dijo que no había problema, todo lo posible para que el pequeño se recuperara lo antes posible.

– Bien, vengan pasado mañana a la misma hora, y me trae todos los papeles del seguro y de la pensión para comprobar que todo esté bien.

Subieron de tomar la merienda, y se le veía contento. Matilde tiene buena mano para los niños. Me dieron las gracias y nos despedimos. Entonces hice una llamada:

– Tengo algo para ti. Quiero que hables con una personita.

Ese día llegó mi hermana una hora antes, echándome la bronca, era una “charlas”, desde pequeña.

– Sabes que no me apetece esto. No estoy preparada todavía. Y si lo hago es por hacerte un favor.

– Tranquila, estoy convencido de que os puede venir bien a los dos. Llegarán en un momento, verás que el niño es un encanto.- Yo siempre la hacía creer que me hacía el favor ella a mí, y no al contrario.

– Bueno, está bien, lo haré, pero no me pidas más favores de este tipo. – Siempre claudicaba, nunca me podía decir que no.

Le puse en antecedentes, en esto que llegaron. Yo pasé con la abuela al despacho, y mi hermana y el niño a otro. Se pusieron frente a frente y Adela lo cogió de la mano.

– Hola Nico, yo soy Adela. ¿Cómo estás?

– Bien – el niño estaba todavía cortado.

– Me han dicho que te gusta mucho el chocolate con churros.

– Sí.

– Y sé que ibas de vez en cuando con tus papás a tomarlo.

El niño calló, asintiendo y bajando la cabeza, mirando su hucha.

– ¿Y esa hucha?

– Es para pagar al abogado.

– Es una hucha muy chula.

– Si, me la compraron mis padres. Estábamos ahorrando para irnos a ver al Conde Drácula.

– Ah, te gustan los vampiros.

– Sí, y mi papá me prometió que viajaríamos a Transilvania a verlo.

Y así siguió la conversación. Adela era una profesional, era psicóloga, trabajó en el equipo psicosocial adscrito al juzgado durante mucho tiempo, y sabía preguntar a los niños. Cuando terminaron, la abuela y el nieto se marcharon y Adela me comentó que podría ayudarle, y así siguieron sesión tras sesión.

– No te separas de la hucha, la tienes mucho cariño, ¿verdad?

– Sí, estoy esperando a ver cuánto es lo del abogado, pero me da pena romperla.

– ¿Y eso?

– Porque me recuerda a mis papás. Ya se me están olvidando sus caras – dijo con lágrimas en los ojos.- Y parece que cuando miro mi hucha, no se me olvidan tanto.

– Bien, eso está bien. ¿Y qué sientes cuando la miras?

– Siento mucha pena, me dan ganas de llorar, porque les echo de menos.

– Es normal echarles de menos. Pero, ¿por qué quieres ponerles una demanda?

– Porque me prometieron que siempre estarían conmigo, y me mintieron- dijo llorando. – Todas las noches espero que mi mamá venga a contarme un cuento y a darme un beso de buenas noches, y luego mi papá venía a taparme, pero ahora nunca vienen. – No pudo hablar más, rompió a llorar desconsoladamente.

Mi hermana se levantó y le abrazó con ternura, también con lágrimas en los ojos. Cuando se hubo calmado, le dijo:

– Te voy a contar una cosa, pero quiero que quede entre tú y yo, sólo lo sabrás tú, ¿de acuerdo? – el niño asintió, secándose las lágrimas -. Mira, yo tenía una hija, más o menos de tu edad. Os hubierais llevado bien, te hubiera gustado. Era una niña estupenda, muy alegre y muy buena. Pero un día, los médicos dijeron que tenía una enfermedad muy mala, pasó poco tiempo y me quedé sin ella. Yo le prometí que la cuidaría, que se iba a poner bien, y que estaríamos siempre juntas. Pero no pudo ser. Yo hice una promesa que no pude cumplir, y me siento muy mal por ello. Quizá lo hice para que ella se sintiera mejor, no lo sé, pero a veces las promesas no pueden realizarse, pero se hacen con la intención de cumplirlas. Yo estoy seguro que tus papás estaban convencidos de que lo que te prometieron lo iban a cumplir, y de alguna manera, lo están haciendo. Están en tus recuerdos y no debes olvidarlos nunca, igual que mi niña estará siempre en el mío.

Nico abrazó a Adela y lloraron los dos durante un rato. Cada uno sabía por lo que había pasado el otro. Eso les unió y fue el comienzo de una bonita amistad.

– Tengo una idea. Vamos a utilizar tu hucha para algo útil – dijo mi hermana recomponiéndose -. Conozco un rincón en un parque, ideal para lo que te voy a proponer. Podemos comprar tres árboles pequeñitos y plantarlos allí. Iremos todas las semanas a regarlos y ver cómo crecen. Dos representarán a tus papás y el otro a mi hija, y así se cuidarán unos a otros y estarán juntos allí donde estén. Y así no los olvidaremos nunca, ¿te parece bien?.

Cuando salieron del despacho, les vi contentos. A mi hermana no la veía sonreír así desde hacía mucho tiempo. Llevaba dos años sin trabajar, desde que murió mi sobrina. La idea de juntarlos fue buena. Dos personas que han pasado por situaciones amargas pueden ayudarse mutuamente. Se pueden poner más fácilmente en el lugar del otro, y de eso tenemos que aprender todos, a ser empáticos con los demás. Con todos los problemas que existen en el mundo, tenemos que empezar a serlo con los que tenemos al lado, familia, amigos, vecinos… Nos iría mejor.

 

 

“Promesas del este”: Película producida por Focus Features y Kudos

 



1 comentario

  • Pilar

    A pesar del tema del relato este es muy bonito. Estoy contigo vivimos en un mundo tan egoísta que ni tan siquiera miramos al que tenemos al lado y menos preocuparnos por sus problemas, que en un momento dado pudieran ser como los tuyos. La idea de plantar los árboles me parece genial.

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