10. SOSPECHOSO (I)

                        El verso no lo es todo,

                        también está la prosa,

                        incapaz de suplirlo,

                        Campamentos de verano

                        en la eternidad,

                        sin saber dónde las ninfas y musas

                        desovan al viento sus pétalos de amapola,

                        para deleite de los gusanos

                        en las bacinas ensangrentadas,

                        en las cabezas guillotinadas.

 

               – No comprendo estos versos, Manu.

            No hacía más que enseñármelos, queriéndome decir algo, pero yo no le entendía. Contaba cosas sin sentido, pero me juraba y perjuraba que él no había matado a ese chico. Manu era un señor poeta que repartía estos versos escritos en unas octavillas por la calle a cambio de unas monedas. Era un mendigo, y me enteré que en su época fue profesor de historia, pero la fatalidad llegó a su vida. Su mujer murió y empezó su decadencia. Intentaba olvidar bebiendo, se le fue la cabeza y terminó en la calle, repudiado por su familia. La vida da muchas vueltas, y estas personas son presa fácil para las desgracias.

               Le atendí en comisaría una fría noche de enero. Un paseante solitario, un señor mayor que caminaba por el parque vio a Manu junto al cuerpo de la víctima. Cuando se alejó, este señor se acercó y observó que Ernesto estaba tendido en el suelo en un charco de sangre a la altura de la cabeza, debido a un fuerte golpe. Sin tocarlo, llamó a emergencias e inmediatamente se presentaron la policía y una ambulancia. El testigo facilitó las características de Manu y en seguida le cogieron. Le detuvieron y sospecharon que Ernesto fue agredido con un objeto contundente en la cabeza con el propósito de robarle después. La víctima salió a correr, como lo hacía todos los días, a la misma hora, por la mañana temprano, al mismo parque de siempre. Cuando llevaba unos quince minutos corriendo, alguien le salió al paso y le sacudió en la cabeza con todas sus fuerzas, por la espalda, sin ver por dónde le venía. Le llevaron a la U.C.I. y allí seguía inconsciente, pero estable. Manu me dijo que él no fue, que se lo encontró así y se acercó para ver si podía hacer algo por el muchacho. Pensó que había muerto, cogió su cartera y huyó, pero me aseguró que él no había sido. En un principio pensé que mentía, ya que era un demente, pero poco a poco fui dudando.

            Al día siguiente pasó a disposición judicial. Declaró mi cliente, negando los hechos que le imputaban y el testigo, corroborando lo que vio. El Ministerio Fiscal interesó la prisión provisional y pasamos la comparecencia del art. 505 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que es una vista para valorar si se dan los requisitos necesarios para que el acusado entre en prisión de una manera provisional. La Fiscal interesó esta medida porque, según él se daban dichos requisitos, tal como que el delito del que se le acusaba a Manu estaba sancionado con una pena superior a dos años (homicidio en grado de tentativa), que había motivo suficiente para creer responsable criminalmente a mi cliente, ya que tenía la cartera de la víctima y fue visto por un testigo junto a ella, y para asegurar su presencia en el proceso, ya que era un indigente y podía desaparecer. Yo me opuse sabiendo que no iba a servir de nada, y efectivamente, el juez ordenó su ingreso en prisión, en el módulo de psiquiatría.

            Manu me hizo dudar sobre su autoría, y quise investigar por mi cuenta. Quería ayudarle en la medida de lo posible. Velasco, mi amigo policía, me despertó en su día el gusanillo de la investigación y me gustaba indagar hasta llegar al fondo de la cuestión, sobre todo en los casos que para mí no estaban claros.

               Me acerqué al hospital donde estaba ingresado Ernesto. Seguía inconsciente en la U.C.I. Observé a un matrimonio que intuí que eran los padres del joven y me acerqué a ellos. Me presenté y accedieron amablemente a colaborar con mi “investigación”. Les pregunté si conocían a alguien que pudiera tener algo en contra de su hijo, capaz de hacer lo que hizo. Me contestaron que no, que ellos supieran, que su hijo era un buen chico. Que estudiaba filología hispánica en Alcalá de Henares, y suponían que tenía sus compañeros allí y poco más. También que estaba en un grupo de jóvenes de la parroquia de su barrio, que era donde tenía sus mejores amigos, que habían venido poco antes a verle pero no pudieron pasar. En la U.C.I. hay ciertas horas de visita estipuladas y no pueden entrar todos, solo los más allegados. Que siempre se iba a correr por las mañanas temprano, antes de ir a la Universidad, que suponían que sus amigos lo sabían. Les di las gracias, les deseé lo mejor para su hijo y me marché. Por la tarde me dirigí a la parroquia para entrevistarme con el párroco, concertando antes la entrevista por teléfono, accediendo éste muy amablemente.

            Cuando llegué, me recibió un sacerdote que no cumplía ya los sesenta, y me hizo pasar al despacho parroquial, muy austero, donde me ofreció una silla. Nos sentamos y me ofreció su tiempo y su ayuda. Le pregunté por Ernesto, si pudiera haber alguien en su entorno que tuviera tal animadversión hacia él como para intentar matarlo.

                 – ¿Pero no han cogido ya al culpable? Yo creía que era ese vagabundo que habían metido en prisión.

                 – Perdone, pero no le he dicho que yo soy el abogado de ese vagabundo, y, dentro de su locura, me ha asegurado que él no fue quien agredió a Ernesto, y quiero comprobar algunas cosas.

            – Ah, bien. No me gustaría que acusaran a un inocente. Todo lo que sea por esclarecer el asunto. Ernesto es un buen chico – continuó muy pausadamente – , ya supone usted que el ambiente aquí es muy amable y me costaría creer que alguien de nuestra comunidad hiciera algún mal a otro. En ese sentido no puedo ayudarle.

               – Sus padres me han comentado que sus mejores amigos los tiene aquí. – Agregué.

               – Si. Carlos quizá sea su mejor amigo. Entre los dos organizan todos los eventos de la parroquia. Son muy buenos chicos y están muy involucrados. Está por aquí, si quiere se lo presento y habla usted con él.

              Accedí, y fue a buscarlo. A los dos minutos entró un chaval alto, bien parecido, nos dimos la mano y se quedó mirándola extrañado. Mi brazo ortopédico siempre asusta a la gente, pero qué le vamos a hacer. Cuando se dio cuenta, se avergonzó y me pidió perdón.

            – No te preocupes, estoy acostumbrado, no eres el primero. Sé que te gusta, y te lo dejaría, pero es que me hace falta para saludar. – Dije bromeando para cortar el hielo. El chico sonrió y se sentó a mi lado.

            – Me ha dicho el párroco que es usted el abogado de la persona que ha agredido a Ernesto.

            – Sí, – contesté – pero tengo mis dudas y me gustaría aclararlas, y el sacerdote me ha dicho que tú eres su mejor amigo y por tanto, supongo que el que mejor le conoce.

         El chico asintió. Me comentó que eran amigos desde pequeños, desde la catequesis de la Primera Comunión, y que siempre han estado juntos. Que eran como hermanos y compañeros en la fe.

            Le pregunté lo mismo que a todos, que si conocía a alguien que pudiera causarle algún mal, o si le tuviera una especial inquina como para cometer ese atentado tan grave a su persona.

            – El caso es que, de un par de meses a esta parte, no venía tanto por aquí. Supongo que los estudios se lo han impedido. Yo también estudio, pero eso no me ha impedido realizar mis obligaciones con mi parroquia, es nuestro deber y nuestro orgullo. – Contestó el chaval, pero sentí en él como un resquemor al decirlo, como reprochando a Ernesto el no aparecer por allí. – Pero bueno, siempre seremos amigos, eso lo tendremos perpetuamente, y ruego a Dios que se recupere pronto.

              – Supongo que sabes que se iba a correr todos los días – le comenté- ¿sabes si salía alguien con él o si iba solo?

            – De vez en cuando salía yo con él, pero lo dejé, me aburría correr, pero él era muy constante. No dejaba de salir ni un día, y que yo sepa, salía solo. Era muy deportista. Decía que para llegar a Dios tienes que estar despejado de cuerpo y mente, y el deporte le ayudaba.

              Les di las gracias a Carlos y al párroco. Salí como había entrado, sin nada claro. Me faltaba ir a la Universidad a ver si me podía entrevistar con algún compañero de clase, pero tenía que postergarlo porque tenía mucho trabajo que adelantar. Los abogados no tenemos horario y tenemos que sacarnos las castañas del fuego. Esto que estaba haciendo era un extra para intentar ayudar a Manu. Me daba pena, pero no podía perder más tiempo. La policía lo tenía claro en su investigación. Leyendo el atestado lo clasificaban como un supuesto robo con violencia y homicidio en grado de tentativa. Ahora lo importante es que Ernesto se recuperara y en cuanto saliera del coma averiguar si él vio a su agresor, aunque el golpe en la cabeza por detrás daba a entender que le pilló por sorpresa y no pudo ver nada, pero ya se vería.

            Al día siguiente llegué al despacho, saludé a Matilde y me dio las buenas nuevas del día. Matilde llegaba muy temprano, cuando todavía no habían puesto las calles, y era la última en irse. No sabría qué hacer sin ella. Era muy organizada, profesional, amable, en fin, una secretaria muy eficaz y trabajadora que parecía que no tenía vida propia. Eso sí, cuando me pedía días libres yo no tenía ningún inconveniente en dárselos porque se los merecía. Yo le decía que se tomara más tiempo libre, pero no quería, le apasionaba su trabajo. La verdad es que con una persona así estás tranquilo porque sabes que el día lo tienes organizado y puedes ocuparte más de tu trabajo. Matilde era viuda. Tenía dos hijas, una casada y otra que tenía todavía en casa, terminando la carrera. Enviudó muy joven, cuando todavía las niñas eran pequeñas. Su marido murió en un accidente de tráfico. El camión que chocó contra él invadió el carril contrario. El conductor dio positivo en el test de alcoholemia. El marido falleció en el acto, y después de un tiempo, Matilde no tuvo más remedio que ponerse a trabajar para sacar a sus hijas adelante. Yo era un abogado novato pero necesitaba una secretaria. Matilde se presentó y me gustó desde el principio, y llevamos juntos hace ya veinte años. La echaré de menos cuando se jubile, pero todavía le quedan unos años. Es como mi hermana mayor y sé que seguiremos en contacto.

            Por la tarde se presentó un chico en el despacho. Matilde me dijo que era compañero de Universidad de Ernesto y le hizo pasar a la sala de espera. Le hice entrar a mi despacho, se sentó y le pregunté:

            – Hola, así que eres amigo de Ernesto.

            Él me contestó:

            – Algo más, soy su pareja…

 

 

 

“Sospechoso”: TriStar Picture.

 

 

 

 

 

 

 

                   

                     

 

 

 

 

 

 

                   



1 comentario

  • Pilar

    Decididamente tengo que leer el siguiente. Lo que me ha llamado la atención es el trabajo detectivesco que teneís que realizar para hacer vuestro trabajo.

Deja una respuesta