8. CAMINO A LA PERDICIÓN (I)

          Conozco a Velasco desde hace más de treinta años. No me acuerdo muy bien cómo comenzó nuestra relación, pero son de esas amistades que se encuentran en un momento dado y se dan por inercia, a pesar de la diferencia de edad. Me salvó la vida cuando yo era adolescente. Él estaba destinado en la comisaría de mi ciudad e investigaba un caso en el que mis amigos y yo estábamos involucrados; es una larga historia que ahora no voy ni quiero contar, pero yo le estoy y le estaré agradecido siempre, porque cambió mi vida.

       Ha estado destinado en varios grupos policiales. Estuvo varios años en el GRUME (Grupo de Menores de la Policía Nacional). Se podía haber jubilado hace tiempo, pero la policía es su vida y quiso seguir trabajando. Es un buen investigador y muy apreciado en su trabajo.

          Cuando estaba en el GRUME le llegó un caso de una menor de dieciséis años que apareció muerta en un instituto del centro. Los investigadores se lo remitieron a él porque podría ser un tema de supuesto acoso escolar, habiendo menores involucrados. Posiblemente fuera un accidente, pero quisieron que lo revisara él por si hubiera algún cabo suelto.

            El expediente parecía bastante claro. Se trataba de una joven de dieciséis años a la que encontraron sin vida en el suelo del patio perteneciente al centro educativo. Murió a causa del golpe en la cabeza que se produjo al caer de un tercer piso, certificando su fallecimiento el médico del S.A.M.U.R. que acudió allí. La policía científica que se personó estableció que la muerte se produjo por fractura craneal (corroborándolo el informe médico forense al hacerle la autopsia), producida por el impacto contra el suelo al asomarse la joven a la ventana que estaba en condiciones defectuosas, perteneciente a un aula que se encontraba en obras, estando prohibido el acceso a dicho aula por esta circunstancia. No se encontraron más pruebas, no se pudo probar que hubiera más personas en su interior, y estaba acreditado, según algunos testigos, que en otras ocasiones, Edurne, que era como se llamaba esta chica, accedía sola al aula en cuestión buscando la soledad para poder leer. Entre los efectos personales de la fallecida, se encontraron una mochila con libros y material escolar, un pequeño bolso con un pintalabios, espejito, llaves, documentación y demás efectos personales, y en los bolsillos del pantalón, unas monedas y unos chicles. Llamó la atención de mi amigo dos cosas: primero, que la mochila no la tenía puesta, sino que estaba más o menos a un metro de distancia de ella, en el suelo, y segundo, que no encontraron teléfono móvil, ¿qué chica de dieciséis años no lleva el móvil encima? Nadie vio cómo se precipitó desde la ventana. La encontraron en el suelo unas niñas a la salida del recreo.

            Lo primero que hizo Velasco fue hablar con los compañeros que acudieron a la llamada de la directora del instituto. Éstos corroboraron lo que manifestaron en el atestado policial. Subieron al aula en cuestión y observaron que era una ventana que llegaba hasta el suelo, y estaba suelta, sujeta solo por un eje en medio de la misma, simplemente encajada entre el techo y el suelo. Al sentarse y apoyarse sobre la misma, cedió y se abrió accidentalmente, provocando la nefasta caída, todo según daba atender la investigación hasta el momento.

            – Sí, últimamente la veíamos muy rara. Llegaba a casa y se encerraba en su habitación, sin querer hablar con nosotros o con sus hermanos. No quería saber nada de nadie. Comía lo justo y la notábamos muy triste. No quería ir a clase. Iba porque la obligábamos – comentaron sus padres cuando Velasco se entrevistó con ellos.

            – Claro que tenía móvil, como todos los adolescentes de su edad. Intentamos hablar con ella en varias ocasiones, pero se cerraba en banda. Un día nos disponíamos a hablar con la directora del centro, y cuando se enteró se puso hecha una furia y nos lo impidió. Intuíamos que algo le pasaba, pero no sacábamos nada en claro. Nos sentimos fatal, nos hemos quedado con la impresión de poder haber hecho algo para ayudarla, y con la sensación de impotencia. Mi mujer llora día y noche a causa de ello, no sabemos qué hacer.

            Velasco les dio las gracias, y les prometió que haría lo posible por aclarar el asunto.

            Cuando llegó al centro educativo, se entrevistó con la directora y profesores de Edurne. Todos coincidieron en que no tenían constancia de que alguien le estuviera acosando. También concurrieron en que la niña era muy introvertida y tenía poca relación con los demás compañeros. La directora le guió hasta el aula de marras.

            – Esta clase lleva así más de un mes, ya sabe, del ministerio no sale ni un duro para arreglarla, y así estamos – comentó la mujer. – Hay un cartel prohibiendo el acceso, pero los chicos se lo saltan y hacen lo que quieren. Lo que sí hemos hecho es sujetar la ventana para que no ocurran más accidentes.

            Velasco observó que dicha ventana estaba en una esquina del habitáculo, y la chica, supuestamente, se sentó de espaldas a ella con el fin de obtener más luz para leer. Pero ella sabría que la ventana estaba suelta, ya que había accedido más veces, era extraño.

            – Sí, sabíamos que en las horas muertas o en el recreo Edurne subía a este aula para leer. Era muy buena estudiante y le gustaba mucho la lectura, pero era muy retraída. Que sepamos, sólo se llevaba más o menos bien con un chico de su clase. No sé si él podría ayudarle en algo más – le explicó la directora.

            Velasco se entrevistó con el chaval. Le comunicó que no estaba obligado a hacerle una declaración, pero que le ayudaría bastante si lo hiciera. El chico accedió. Fueron al despacho de la directora, y con ella delante comenzó:

           – Sí, se podría decir que éramos amigos. Teníamos gustos parecidos y la verdad es que nos caímos bien desde el principio. Íbamos mucho a esa clase a hablar, a leer, en fin, nuestras cosas.

            – ¿Sabíais que la ventana estaba suelta?

            – Sí, claro. Subíamos casi todos los días, por eso me extraña que se apoyara en ella. A lo mejor no se dio cuenta, no sé.

            – Bien, teléfono móvil tenía, ¿verdad?

            El chico asintió.

            – Y ¿no sabes dónde puede estar?

       – No – dijo el chico retraído. Velasco intuía que algo más sabía aquel chico aniñado. Le miró fijamente con cara interrogante y le dijo:

            – Mira, como te he dicho antes, no estás obligado a contestar a mis preguntas, pero a tu amiga le hubiera gustado que contaras todo lo que sabes. Ya no está, así que ya no importa que la protejas. Si ha pasado algo que tenga que saber es mejor que lo digas, no saldrá de aquí, ¿verdad? – dijo dirigiendo la mirada a la directora. Ésta asintió.

            Él soltó un suspiro de “qué remedio” y continuó:

           – De verdad que no sé donde puede estar el móvil. Imagino que se hartó y se deshizo de él. Hace unos días me confesó que había un grupo de chicas que la estaban insultando a través del wasap. La decían gorda, fea, nadie te quiere por foca, y otras cosas. Poco a poco los mensajes iba subiendo de tono y le empezaron a decir que si la ven delante la pegarían, que no se acercara a ellas, que no merecía vivir y muchas barbaridades más. Y cada vez estaba más triste y asustada. Cada vez que salíamos de clase, miraba para todos lados por si las veía y así poder evitarlas. Sé que alguna vez, fuera del instituto la llegaron a pegar.

            – ¿Alguien más sabía todo esto?

            – No, sólo yo. Me dijo que no se lo contara a nadie porque las otras la amenazaron que si lo decía le pegarían una paliza, ni a sus padres, sé que nadie sabía nada, ni profesores, ni compañeros. Ella procuraba que todo pareciera normal, pero supongo que alguien lo notaría, porque yo cada vez la veía más triste.

            La directora se colocó incómoda en su asiento, a sabiendas que era su obligación el conocer el estado de ánimo de sus alumnos, o al menos conocer las señales que éstos muestran en un caso como el que nos ocupa. Si Edurne era víctima de acoso escolar, ni ella ni los profesores se habían dado cuenta, quizá porque iban a cubrir expediente y ya está, todo estaba por ver, y en su caso, se depurarían responsabilidades. El chico le dio datos sobre las chicas, y las citaría formalmente en comisaría. La directora le facilitó las direcciones de ellas para su notificación.

            Velasco cada vez tenía más claro que no fue un accidente. En muchos de estos casos llegan a estar tan agobiados por los insultos o amenazas que reciben a través de las redes sociales, que apagan permanentemente el móvil o se deshacen de él para que todo acabe, pero no termina, los acosadores se buscan las mañas para seguir presionando a su víctima hasta que le obligan a cometer actos impensables como el suicidio, que era lo que barajaba mi amigo.

            Cuando salió del pequeño despacho, se despidió de la directora y del chico y se fijó en que una joven estaba de pie frente a él al final del pasillo. Ya la había visto en más de una ocasión desde que llegó al instituto. Intentó acercarse lo más rápido posible hacia ella, pero ya no era un crío y el tabaco pesa, le costaba andar deprisa. Cuando llegó a la esquina, la niña desapareció como una exhalación. Velasco salió del edificio y se disponía a marcharse cuando le abordó la niña que vio en el pasillo:

            – Perdone, ¿es usted policía? – Le preguntó avergonzada, con la cabeza gacha. Velasco le dijo que sí. No podía agobiarla porque intuía que sabía algo, y podía fastidiarla si empezaba a hacerle preguntas. Dejó que ella empezara a hablar.

            – Es que sé dónde está el móvil de Edurne…

“Camino a la perdición”: DreamWorks y 20th Century-Fox.

 



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