45. Chicas malas.

30 de junio de 1964.

 

            Me llamo Josefina, tengo once años y estoy muy contenta porque mañana me voy de «colonias» a Guadarrama. Es el primer año que voy, y no sé si voy a poder dormir de los nervios que tengo. Mis padres me han dicho que es una oportunidad para conocer a otras niñas y hacer amigas. Espero pasármelo muy bien. Voy con mi amiga Rosita, así que las vacaciones serán estupendas. Mi mamá me ha preparado ya la maleta con toda la ropa, el cepillo de dientes, jabón y otras cosas que me ha echado por si acaso. Bueno, voy a intentar dormirme porque mañana me tengo que levantar muy temprano para coger el autobús que nos llevará allí.

 

7 de julio.

 

            Me han cambiado de cuidadora y es más buena. Me ha devuelto el diario pero me ha dicho que lo esconda bien debajo de la cama, que se la juega. Nada más llegar el primer día, nos desnudaron en una habitación, nos cortaron el pelo con una máquina y nos echaron unos polvos en la cabeza que teníamos que tener toda la noche, con una toalla puesta. Picaba mucho, pero nos decían que lo aguantáramos porque era para los piojos. Se llevaron nuestras maletas y nos dieron unos uniformes feísimos, y unas bragas que se me caen todo el tiempo, que se atan con unas cuerdas. Nos obligaron a comer una pasta asquerosa, que una niña del fondo de la mesa vomitó. No llegué a verlo pero me dijeron que le hicieron comerse lo que había vomitado del suelo. Por la noche nos llevaron a una gran habitación amarilla, donde había dos largas filas de camas, y nos obligaron a dormir todavía de día. Al día siguiente, nos desnudaron a todas y nos ducharon con agua muy fría, para quitarnos esos polvos que nos echaron. Rosita comenzó a llorar y vino una cuidadora y la pegó una bofetada que la tiró al suelo. No podíamos hablar ni llorar siquiera. Luego nos vestimos y nos llevaron a la enfermería. Nos pincharon, mamá, y me dolió mucho, pero no podía llorar, no quería que me pegaran. También nos obligaron a tomar unas pastillas, pero no sabíamos para qué.

            ¡Es horrible, mamá! Todos los días nos levantan al amanecer y nos obligan a hacer la cama, y colocar la gaveta que hay a sus pies, luego la revisan y si está mal hecha, nos pegan. Espero que no encuentren mi diario, si no, no sé lo que me harán.

 

10 de julio

 

            Nos han vuelto a pinchar, y no sabemos por qué. No nos dicen nada, y las pastillas las tomamos todos los días. Hemos ido esta mañana a misa, todos los días vamos a misa, a las ocho de la mañana, sin desayunar. Eloísa, otra niña, todos los días se marea. Es muy delgadita, es la que vomitó el otro día. La dicen que tiene que estar en la capilla sin moverse y sin quejarse, pero no puede evitarlo. Muchas veces se desmaya, y la sacan fuera, y le dicen que es hija de Satanás, y que es una roja asquerosa, y, pobrecilla, la pegan, mamá, y la castigan golpeándola con una cuerda de piel que tienen para eso. Y así todos los días, no creo que aguante mucho, se la van a tener que llevar sus padres porque cada vez está más delgada.

            Luego nos dan de desayunar un tazón de leche en polvo que sabe a quemado, y unos trozos de pan durísimos, que no se ablandan ni mojándolos. Solo nos dan dos vasos de agua en todo el día, paso una sed tremenda. Nos dicen que es bueno para nuestra alma, pero ellas bien que beben y comen de todo. A nosotras nos dan las sobras. A los chicos, que están en el otro edificio, nos han dicho que están mejor, será por eso, porque son chicos.

            A las doce tenemos que ir otra vez a la capilla a rezar el Angelus, menos mal que dura poco porque Eloísa no está para muchos trotes. Lo mismo la llevan a la «casita» un día de estos a que se recupere. No sé, no la veo bien.

 

12 de julio

 

            En nuestra habitación hay un arco iris pintado en la pared muy bonito, pero el color rojo nos dicen que es blanco. No lo entiendo, no podemos decir que es rojo, ¿es que no se dan cuenta, o no saben los colores?

            A las doce de la noche nos levantan para ir al baño, pero nos dan muy poco tiempo, y la mayoría no tiene ganas, pero nos levantan igualmente. Esta mañana Cristina se ha levantado meada, y la cuidadora, que nos la han cambiado otra vez, la ha desnudado y la ha puesto una vela encendida en el trasero. ¡Cómo lloraba! Y la decía que como llorara la quemaría las manos con la cera, y como no paraba lo hizo, mamá, lo hizo. Terminó con una quemadura muy grande en el culo y las manos abrasadas. Tuvieron que llevarla a la enfermería a curarse, pero esto es el pan de cada día. ¡Ojalá se murieran todas! ¡Las odio, mamá!, y tú no vienes a verme.

            A Eloísa no la vemos, suponemos que se la han llevado a la «casita», espero que allí esté mejor. Algunas tardes, después de rezar el rosario, se quedaba en la sacristía con el capellán. Decían que él la ayudaría a comportarse mejor, parecía bueno, pero a Eloísa le cambiaba la cara cada vez que tenía que quedarse a solas con él, no sé por qué, nunca nos lo dijo. Un día, cuando nos ducharon, vi que tenía sangre seca entre las piernas, y se dio prisa para quitársela, para que no la viésemos, pero yo me di cuenta. No le pregunté, supuse que se hizo daño con algo. Ahora que Eloísa ya no está, es otra niña la que se queda con el capellán después de rezar, pero es de la sala azul, y yo estoy en la sala amarilla, así que sigo sin saber para qué debe quedarse. A lo mejor un día me toca a mí quedarme y me entero.

 

17 de julio

 

            Casi me descubre la cuidadora el diario. Hasta me ha levantado el colchón. Menos mal que lo tengo detrás de la pata de la cama y no lo ha visto, si no, me pega una paliza que me mata.

            La comida se movía, mamá. Las lentejas estaban muy secas, y algunas se movían, y encima, solo nos han dado medio vaso de agua. Pero teníamos que comerlas, no había otra cosa. Todos los días vomita alguna niña, y todos los días hay palizas. Hoy la han obligado a otra a comerse lo que ha devuelto del suelo, ¡con gusanos, mamá, con gusanos!

            Las siestas son horribles. Nos obligan a acostarnos tres horas, boca arriba y con los brazos por fuera de las sábanas. Dicen que para que evitar la tentación de tocarnos, no sé a qué se refieren, ¿y si nos pica la pierna? A alguna la han pegado por eso. Nos dicen que somos unas chicas muy malas y que el demonio nos está devorando por dentro, y que allí nos enderezarán como sea. Nos portamos bien, mamá, no entiendo por qué nos dicen eso. Nos insultan y nos pegan todos los días, hagamos lo que hagamos.

            Hay otra niña que es muy guapa, con unos ojos muy grandes y unas pestañas muy largas, Begoña se llama. Una de las cuidadoras la tiene envidia, y siempre la pega diciéndole que la belleza es obra del maligno, y que incita al pecado. Más de una vez la he visto arrancarle las pestañas con unas pinzas. Y lloraba, siempre lloramos, y más nos pegan, así que estamos aprendiendo a hacerlo en silencio.

 

30 de julio

 

            Hace tiempo que no escribo en el diario. Nos tienen muy controladas, y no tengo muchas ganas tampoco de escribir. Hoy lo hago porque quiero contar una cosa que ha pasado. Al levantarnos, hemos ido a misa como todos los días, después hemos desayunado lo de todos los días, y hemos salido al patio, nos hemos puesto en fila y hemos cantado el cara al sol con la mano levantada, como todos los días. Pero a lo que voy: hay unas niñas un poco más pequeñas que van a hacer la Primera Comunión, y las están preparando para ello. Por las tardes dan catequesis con una monja. Ayer, después del Angelus, una de ellas se acercó al capellán y le preguntó que qué era la hostia que van a tomar en la comunión, y de repente, el cura le suelta una bofetada a la niña y le dice: «esto es una hostia, lo otro es la Sagrada Forma». La estampó contra la pared y desde esta mañana le sale un líquido del oído y no oye. Las cuidadoras le dijeron que lo tenía bien merecido, por estúpida, y no la llevaron a la enfermería ni nada.

            Por la noche le dolía mucho el oído, y lloraba y lloraba, no podía evitarlo. La cuidadora que se queda por la noche en un rincón vigilándonos la cogió del pelo y se la llevó al lavabo que tenemos en la misma habitación, lo llenó de agua y le metió la cabeza en el agua. Y decía: «verás cómo se te quita así el dolor, inútil, llorona». Y la metía una y otra vez. Nosotras lo veíamos pero no podíamos hacer nada. Luego la llevó otra vez a la cama y la ató a la cabecera, y allí la dejó, destapada, mojada y con más dolor de oído, pero tuvo que aguantar. Hoy me han dicho que se la tuvieron que llevar temprano a la «casita», por que amaneció tiritando, con mucha fiebre. Supongo que allí la cuidarán.

 

4 de agosto

 

            Hoy estoy un poco más contenta. Nos han dicho que venís a vernos, pero nos han advertido de que os digamos que estamos muy bien aquí, pero yo no las voy a hacer caso. Mamá, quiero contarte todo lo que pasa, y quiero volver con vosotros a casa. No puedo aguantar más.

            Ayer, una niña intentó escapar saltando la valla, pero la han pillado, y la han castigado pegándola con la cinta de piel, delante de todas. Le han desollado la espalda, y le han tenido que llevar a la enfermería a curarse. Nos dijeron las cuidadoras que como nos escapemos, los lobos nos comerán, que tienen predilección por la carne roja, y ellas no van a hacer nada al respecto, que mejor, que alguna menos a la que cuidar. También nos dijeron que éramos unas desagradecidas, y que Dios nos tiene un castigo en el infierno.

            ¡Estoy deseando que vengáis a por mí!

 

5 de agosto

 

            Me he pasado todo el día llorando. No habéis venido a por mí, ni siquiera os habéis preocupado. Hoy nos han dado nuestra ropa para recibiros, nos han puesto guapas y han sido más buenas con nosotras. Claro, veníais los padres, pero vosotros no. Me dijeron que no podíais acudir porque teníais cosas más importantes que hacer que venir a verme. Nos dijeron que los rojos son así, que no se preocupan por sus hijos, que son peor que los animales. Y creo que tienen razón, no habéis venido a verme.

 

20 de agosto

 

            Os perdono, la cuidadora buena me ha dicho que a vosotros no os han avisado del día de visita, que a los rojos no les avisan, solo a los enchufados. Claro, por eso tampoco nos dan la comunión ni podemos confesarnos, ni me importa. Solo quiero salir de aquí. Quedan diez días para que acabe esta tortura.

            No sé qué aspecto tendré, supongo que el aspecto de todas. No hay ni un espejo en todo el edificio. Todas estamos muy delgadas y con la piel con ronchones, creemos que por las pastillas y las inyecciones que nos ponen, o yo qué sé.

            El otro día el capellán me dijo que me quedara después de la misa, que me acercara a la sacristía. Me enteré de lo que hace con las niñas que se quedan con él. Me negué, mamá, no quería que me hiciera lo mismo. Me puse a gritar y a patalear porque las cuidadoras me cogieron de los brazos y las piernas para meterme con él. Comenzaron a darme patadas y puñetazos, me desmayé y desperté en la enfermería. Pero no entré, conseguí que me dejaran en paz al final, pero me llevé la paliza. La enfermera también es buena. Me curó los golpes lo mejor que pudo, pero todavía me duelen. Me decía que es un pecado lo que hacen con nosotras, que el próximo año me negara a volver. Ella no podía hacer nada, y se puso a llorar conmigo. No entendí muy bien por qué, a lo mejor a ella también la pegan, no sé.

 

25 de agosto

 

            Hoy en la comida, asquerosa como siempre, Rosita se ha negado a comer. La dolía mucho la tripa y se ha estado aguantando el vómito todo el día. Sabía que si comía iba a echar todo. Se lo dijo a la cuidadora, pero ésta, la cogió por el pelo y la metió la cara en el plato. La obligó a comerse esa pasta blanca hasta que se terminó todo. Rosita se puso blanca. Intentó aguantar, pero no pudo. Lo vomitó todo, encima de la cuidadora. La puso perdida. La gritó «¡asquerosa! ¡te voy a enseñar a comportarte!». La cogió por los pelos y la arrastró por todo el comedor. La tiró al suelo y comenzó a darle patadas en la cara y en el estómago. ¡Cómo sangraba por la nariz! La dejó hecha un poema, y porque la separaron las otras cuidadoras, si no, la mata. Tuvieron que llevarla a la enfermería, pero no la vimos más. Nos dijeron que se la tuvieron que llevar a un hospital de Madrid, y ya no volvió, se quedó con sus padres. Supongo que la veré cuando regrese a casa.

 

30 de agosto

 

            Ya no sé ni lo que quiero, me da todo igual. Supongo que mañana volveré a casa, eso me han dicho, pero nos dicen tantas mentiras que ya no me creo nada. No tengo fuerzas para nada. Ayer vino un fotógrafo para hacernos unas fotos. Nos pusieron a todas en fila con algunas cuidadoras. Nos dijeron que sonriéramos, que esas fotos las iban a ver nuestros padres. Ninguna teníamos ganas, pero nos obligaban a hacerlo. La verdad es que hoy se han portado muy bien con nosotras. Nos han dado una comida especial para despedirnos: hemos comido macarrones con tomate y chorizo, y de postre, chocolate. Por la noche hemos cenado pollo y natillas. Nadie ha vomitado esta vez. Hoy nos están repitiendo todo el tiempo que nos quedemos con este día, que os contemos lo bien que lo hemos pasado hoy. Y no paran de decirnos que el año que viene repetiremos, que por nuestro bien, digamos que ha sido todo estupendo. Yo no quiero volver, prefiero morirme. En fin, espero veros mañana.    

           

            —He oído hablar de estos preventorios de la dictadura —contesté a Sebas una vez leí este diario— pero esto es escalofriante. ¿Y dices que esto lo encontraron tus primos en casa de tu tía?

—Sí, cuando murió recogieron todas sus pertenencias de la casa y encontraron esta barbaridad. Creen que lo escribió cuando estaba en ese sitio, pero nunca les contó lo que pasó. Dicen que sí, que les comentó que estuvo en unas colonias en Guadarrama cuando era pequeña. Pero si esto es cierto, era como un campo de concentración.

Sebastián era uno de mis mejores amigos de la infancia y hacía tiempo que no lo veía tan afligido. El pensar lo que pasó su tía política en ese sitio era algo que no podía alejar de su cabeza.

—¿Se podría hacer algo judicialmente, Juanan?

—Aquí no, la mayoría de los delitos de aquellos tiempos, por no decir todos, han prescrito, por no hablar de las consecuencias políticas que podría acarrear si un juzgado español se hiciera cargo de esto. Parece ser que una de las condiciones en la época de la Transición era olvidar todo el pasado.

Sebas terminó su cerveza y pidió otras dos sin preguntar, señal de que estaba «tocado» por la noticia. Hace unos días me dejó este diario para que lo revisara y estudiar si podría tener consecuencias jurídicas. Lo eché un vistazo e hice mis averiguaciones. Quedamos en el bar de nuestra adolescencia, donde tomábamos nuestras cervezas cada vez que nos reuníamos.

—Hay una posibilidad —dije entonces—. Existe una asociación de mujeres que pasaron por este preventorio. Según cuentan, sufrieron las atrocidades que cuenta tu tía en el diario. Denunciaron ante un juzgado argentino por delitos de lesa humanidad. Son delitos especialmente graves, como el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la deportación, la privación grave de libertad o tortura, o, incluso, los delitos sexuales, que se cometen como parte de un ataque contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque. Está tipificado por el derecho internacional, y lo bueno, es que no prescriben, y puede ser denunciado ante un juzgado de cualquier país que reconozca estos derechos fundamentales.

—Entonces, ¿qué podemos hacer?

—Lo primero es peritar el diario. Un perito grafológico podrá determinar que está escrito de puño y letra de tu tía, e incluso el tiempo que ha pasado desde que se escribió. Estos informes son muy buenos, y pueden aportarse al procedimiento. Te doy el número de teléfono de la asociación y podéis adheriros al procedimiento, tus primos, en este caso. Hasta ahora las pruebas que hay son los testimonios de estas supuestas víctimas y de alguna de las cuidadores, pero este diario puede ser una prueba determinante, ya que describe día a día lo que ocurrió en ese mismo momento. Es como volver al pasado.

—Muchas gracias, Juanan. Se lo diré a mis primos. Por cierto, hablando del pasado, el otro día me encontré a Gabriel. Le comenté todo esto y fue él quien me dijo que acudiera a ti. Le vi raro, más de lo habitual. Me comentó que hay cosas del pasado que no deberían cambiarse, pero con lágrimas en los ojos, Juanan. ¿Sabes si le pasa algo?

En ese momento nos trajeron las cervezas pedidas. Miré cómo bajaba la espuma poco a poco y di un gran trago.

—No le hagas mucho caso —dije condescendiente—. A mí en particular me han pasado cosas muy extrañas últimamente, y creo que Gabriel tiene algo que ver. No sé explicarte pero dale tiempo.

Seguimos charlando de nuestras cosas y fue una velada agradable. Unas cervezas con un amigo es uno de los mejores momentos de la vida.

Chicas malas: película distribuida por Paramount Pictures.

 

 



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