55. Kramer contra kramer

   A pesar de mi «defecto», siempre me he visto en la obligación de ser el defensor de mis hermanos pequeños, aunque no siempre he conseguido realizar mis deberes fraternales impuestos de manera voluntaria. En innumerables ocasiones he sido yo la víctima de mi propia minusvalía, siendo ellos los que han llevado la carga de ejercer como garantes de mi bienestar y, en la mayoría de las veces, de mi integridad física. Sobre todo Joaquín. Cuando cumplió los doce años, ya me sacaba un palmo de altura a pesar de los casi tres años de diferencia. Yo me agobiaba por la situación. No quería que mi hermanito me defendiera de mis enemigos, para mofa y befa de estos. Llegué a enfadarme en repetidas ocasiones por sus desentendidas acciones, sin comprender él muy bien el por qué de mi oposición. La mente de un niño que cree hacer el bien —y lo hace— no concibe que su hermano mayor reproche sus actos aún cuando le benefician. No entiende que su hermano tullido prefiera ser apaleado a que le defienda su hermano pequeño. Ya lo entendería más adelante, pero por el momento él seguía contrariándome a pesar de mi negativa. Kramer se unió a Joaquín para mi desesperación. Era un vecino, amigo de mi hermano, de su misma edad que le sacaba a su vez una cabeza. Cierto es que yo no me caracterizaba por mi altura, pero era más de lo que podía soportar, que dos micos en edad pero dos gorilas en tamaño intercedieran en mis contiendas me hundía más y más en la miseria. Nunca supe agradecer a mi hermano lo que hizo por mí, y me arrepiento, no creáis. Mi madre siempre me decía que debíamos querernos, ayudarnos, y siento que yo no correspondí el amor que ellos me dieron desinteresadamente. Posteriormente, mi caída en las drogas hizo que me alejara más de ellos. Después de lo que nos ocurrió me hundí, no pude soportar aquellas visiones terroríficas que viví junto con mis amigos. Sé que ellos cayeron en la desesperación como yo, pero supieron salir mejor de ese infierno. Supongo que cada uno soportamos la cruz a nuestra manera. Ellos me ayudaron, todos: mis hermanos, mis amigos, mi familia, y, sobre todo, Velasco, que me acogió y me sacó de ese pozo del que no supe salir solo. Era un crío de dieciséis años, ¿qué queréis?. Cada vez que hacen acto de presencia aquellos recuerdos me dan ganas de meterme una rayita como antaño. Me elevaba del infierno al cielo, pero era una ensoñación pasajera que me hacía desear más la siguiente dosis. En fin, ya os contaré en otra ocasión lo acontecido entonces, solo sé que ahora soy más fuerte, más entero, más yo mismo. Quizá, no sé. A veces pienso que todavía soy aquel crío indefenso y mojigato que necesita ayuda sin pedirla. Menos mal que tengo mi rapé, retazos de los ochenta que no puedo, mejor dicho, no quiero dejar. Quizá me ayude a olvidar, pero mi mente esconde recuerdos que afloran en el momento más insospechado para amargura de Dalia, que soporta mis fantasmas del pasado con paciencia. Pero, ¿hasta cuándo?.

   Kramer me llamó por teléfono para concertar una cita. Le llamábamos Kramer por la película: sus padres se separaron cuando él era pequeño. Fue una tragedia, con problemas de violencia familiar incluidos. En aquella época no era lo habitual y estaba mal visto. Su madre se quedó con dos niños pequeños, con una mano delante y otra detrás, y ahora la historia se repetía. Bueno, no exactamente. Os cuento. Hace unos meses le llevé el procedimiento de medidas paternofiliales, un procedimiento farragoso y traumático que provenía de un procedimiento de violencia de género. Laura, su ex pareja, le interpuso una denuncia por lesiones, pero Kramer salió absuelto por falta de pruebas. Teníamos claro que era una denuncia falsa para acelerar el procedimiento de medidas paternofiliales y quedarse con la vivienda, que era privativa de mi amigo. Al concederle a ella la guardia y custodia de los niños, el piso donde residía la familia se nombró vivienda familiar. Es decir, Kramer a la puta calle y pagando la hipoteca, y ella en la casa con los niños. Y podíamos darnos con un canto en los dientes en vista de la mala follá de Laura. El juez decretó que el padre debía abonar una pensión de alimentos acorde con sus ingresos y un régimen de visitas que consistía en que Kramer podía estar con sus hijos fines de semana alternos, con las vacaciones correspondientes, etc.

   Era el batería de Pinhead y el mejor amigo de mi hermano. Cuando ese gigantón rubio de pelo largo y lleno de tatuajes apareció por la puerta del despacho, nos fundimos en un fuerte abrazo. Me traía el Eat a Peach  de los Allman Brothers, un vinilo de colección complicado de conseguir. Sabía que me gustaba ese grupo de rock y fue todo un detallazo.

   —¿De dónde lo has sacado?— le pregunté con sorpresa.

   —Tengo mis contactos— contestó con una gran sonrisa. Pero le notaba triste, así que le hice pasar a mi despacho y comenzó a contarme.

   —Estoy muy mal, Juanan. Hace más de dos meses que no veo a mis hijos, y no sé qué hacer. Cada día es una excusa: unas veces están enfermos, otras tienen muchos deberes, y otras no me quieren ver, todo según Laura. Me siento impotente, y no quiero tener más malos rollos de los que tengo.

   Hizo una pausa que no interrumpí. Kramer necesitaba coger aire, y continuó.

   —Ellos tienen un teléfono móvil que les regalé para que pudieran hablar conmigo cuando quisieran, sin intercesiones de su madre. Al principio me llamaban todos los días, pero paulatinamente fueron distanciando las llamadas en el tiempo. Yo no quería agobiarles, pero les llamaba de vez en cuando. Al principio me lo cogían, pero yo les notaba cada vez más distantes, hasta que un día lo cogió Laura y me dijo que no querían hablar más conmigo. Y me colgó. Volví a llamar pero el teléfono estaba apagado. Supongo que lo tiraría a la basura, me amenazó muchas veces con hacerlo.

   Kramer agachó la cabeza y su melena le vino a la cara, tapándole las lágrimas que manaban de sus ojos azules.

   —He venido para que me asesores sobre lo que podemos hacer. Laura no está por la labor de dejarme a los niños, y siento que los está poniendo en mi contra— me dijo quitándose los pelos de la cara y las lágrimas con un pañuelo que le acerqué.

   —Nos conocemos de toda la vida, Kramer, y sé que eres un gran padre— le dije—. Quiero serte sincero. El procedimiento puede ser bastante largo y te aseguro que si ella quiere lo puede alargar en el tiempo, tiempo precioso en el que seguramente no veas a tus hijos, pero no tienes más remedio que iniciarlo.

   Kramer resopló con resignación, suponiendo de antemano lo que le estaba comentando. Le expliqué que debía denunciar los hechos cada vez que Laura no le dejara a los niños. Por otro lado, habría que iniciar un procedimiento de modificación de medidas paternofiliales aportando dichas denuncias y tratando de probar que los niños estaban sufriendo alienación parental, es decir, probar que la madre estaba comiéndoles la cabeza contra su padre. Pero para eso, habría que solicitar un informe al equipo psicosocial adscrito al juzgado, pasando toda la familia por los psicólogos del mismo, suponiendo que sea favorable para nosotros y que el juez entienda que efectivamente los niños sufren esa alienación. Ya digo, proceso largo que no sería beneficioso ni para Kramer ni para los niños.

   —Tienes que contarme todo, Kramer, aunque te parezca una nimiedad, algo que podamos utilizar para nuestro beneficio.

   —No sé, Juanan. ¿A qué te refieres?

   —No sé. Por ejemplo, si sospechas que Laura bebe o toma drogas; o si ha maltratado de alguna manera a tus hijos; o si está saliendo con alguien, si tus hijos te han hablado de que mamá lleva a casa algún amigo. Algo así.

   Kramer sonrió ante mi pregunta.

   —No creo que le dé por las drogas duras a estas alturas, y odia el alcohol. Lo que sí sé de cierto es que sale con alguien, un compañero de gimnasio. Lo sé porque una amiga común me lo confesó hace poco. También me comentó que ya salía con él antes de separarnos, que es policía y suponía que la aleccionó para que me pusiera la denuncia por malos tratos, pero no me lo podía asegurar; mi amiga lo intuía por una conversación que mantuvo con ella. Me lo contó porque se sentía en la obligación de que supiera la verdad al ver cómo me estaba afectando. Es más, incluso cree que él pasa largas temporadas en mi casa, conviviendo todos juntos. Supongo que Laura pretende que sea el nuevo padre de mis hijos, y eso es algo que no podría soportar.

   Me quedé unos segundos en silencio, pensando en algún resquicio legal que pudiéramos utilizar para dar una lección a Laura. Había alguna posibilidad de que todo saliera bien si se confirmaban mis sospechas. Le expliqué a Kramer que debíamos gastarnos dinero en un buen detective para que investigara a Laura y su nueva pareja durante un tiempo. Iba a salir caro, pero merecería la pena. Por otro lado, como ya le había comentado, debía interponer denuncia en comisaría o en el juzgado cada vez que se incumpliera el régimen de visitas por parte de su ex. Estaba seguro de que ella pondría cualquier excusa para justificar ese incumplimiento, pero no podíamos dejarlo pasar por alto. Sabía que mi cliente no escatimaría en gastos, la banda tenía muchas actuaciones y Kramer era bastante solvente, como mi hermano. Los cabrones se lo montaron bien.

   —Conozco a una detective muy buena, compañera de Velasco, que puede hacer un gran trabajo, pero no será barato. Aunque, por ser nosotros, podría hacernos un buen precio.

   —No te preocupes, Juanan. El dinero no es problema. Solo quiero que todo se solucione y poder ver a mis hijos. Llámala y empezamos cuanto antes.

   —Sí, no te preocupes. La llamo ahora mismo y nos ponemos manos a la obra. Quiero que estés delante para aportar todos los datos de tu ex pareja. No te asustes, Marga es un tanto… peculiar, ya verás.

   Llamé a Marga y me lo cogió al instante. Su bronca pero deliciosa voz contestó con un «hola cariño», como siempre. La saludé y le pedí poner el manos libres para poder hablar los tres. Le explicamos la situación, dándole los datos necesarios para comenzar su trabajo.

   —Muy bien, chocho. Mañana mismo me pongo a ello. Os haré un precio especial por guapos. Sabes que los amigos de Velasco son mis amigos.

   —Lo mismo digo, Marga. Un beso muy fuerte.

   Kramer me miró extrañado, como diciendo «qué tía más rara».

   —Ya te digo que es compañera de Velasco, pero no de la policía. Sabes que nuestro amigo tiene una doble vida, ¿verdad?— Kramer asintió comprendiendo— No nos defraudará. Trabaja con su pareja y están especializados en estos temas.

   Era lunes. Beltrán pasaba cerca de nueve horas apostado en el coche y con la cámara de fotos preparada para cualquier momento en que salieran del portal alguno de los investigados. Había observado por la mañana temprano que Laura y su pareja salían juntos del edificio, dándose un beso de despedida y yendo cada uno por su lado. Fotos. Siguió a Laura hasta su lugar de trabajo. Entraba a las nueve en la compañía de seguros y sabía, por los datos que tenía, que saldría a las dos en punto. Tenía turno reducido. Fotos. Beltrán volvió al domicilio a esperar a la pareja, aparcando el coche a una distancia prudencial. Desayunó en un bar cercano y llamó a Marga.

   —Hola, Marga. He observado que salen sobre las 08.30 y cada uno se va por su lado a su trabajo, por lo menos Laura. Él no sé, al ser policía se dirigirá a su comisaría, supongo. Claro, claro. Pues mira, tomando un café en un bar de enfrente. Sí, seguiré en mis trece. ¿Tú que tal el juicio?. Ah, te has ratificado y ya está. Claro, ese tema estaba cristalino. Bueno, pues mañana nos ponemos con los niños. Sí, sí, yo me encargo, no te preocupes. Luego te veo. Chao, chao.

   A las dos y media regresó Laura a su domicilio, con aire cansado. «Pobrecita, cuanto trabajo, qué pena me das, cabrona», pensó Beltrán mientras realizaba las fotos de su llegada, sola. «Estamos a punto de joderte esa buena vida que llevas». No podía remediarlo. Cuando había niños por medio, era superior a él. Pensaba que Marga y él nunca podrían tenerlos, y le daba coraje el pensar que había gente que tenía hijos sin merecerlos. Por eso estaba deseando que Kramer pudiera quedarse con ellos, estarían mejor.

   Sobre las cinco de la tarde regresó el novio. Fotos. No salieron más. Terminó la jornada y se marchó a casa, que era también su oficina. Reveló las fotos y esperó a Marga.

   Al día siguiente era Marga la que estaba apostada en el domicilio familiar. Observó exactamente lo mismo que Beltrán el día anterior. Le llamó desde el mismo bar en el que su pareja había estado.

   —Beltri, aquí lo mismo, así que blanco y en botella. Tú qué tal con los niños. Ah, está clarísimo lo que están haciendo. Debemos seguir observando a estos críos. Toda esta semana haremos lo mismo. Yo en la vivienda y tú siguiendo a los niños. ¿Qué?, no me digas, musculoca, a ver qué haces en mi ausencia. Sí, yo también te quiero, mari.

   —Traca.

   —Loca.

   —Drama Queen.

   —Yo también te quiero, Beltri. Esta noche te hago hombre, maricón. Bueno, te dejo, que sale la parejita. Un beso marica mala.

   Eran una pareja singular. Se conocieron en un bar de ambiente. Marga todavía no se había operado, pero eso a Beltrán no le importó. Fueron de las primeras parejas gay que contrajeron matrimonio en España. Bueno, Marga no era gay, pero para la ley entonces era igual ser hombre que transexual. A Beltrán le gustó como hombre y se enamoró de ella como mujer.

   Esta vez salieron juntos en coche. Era fácil observarles porque la puerta del garaje estaba justo al lado de la salida del portal, por lo que no le costó a Marga vislumbrar a la parejita a través de los cristales del Audi. Fotos. Les siguió con su coche hasta Mejorada del Campo. «Qué raro, qué lejos», pensó Marga. Aparcaron en una plazueleta vacía de coches, frente a una agencia de viajes. Fotos. «Qué estarán tramando; un viaje, fijo, y apuesto lo que quieras que van sin los niños». Salieron a los quince minutos, muy acaramelados, muy contentos, sosteniendo Javi, el policía, una carpeta con el logotipo de la agencia. Esperó a que se marcharan. Salió del coche y se dirigió a dicha agencia. Obtuvo lo que quería, era muy persuasiva.

   Beltrán se fundió como un padre más a la salida del cole. Quería ver de cerca a los niños. El abuelo fue a recogerles como todo los días. Salieron los dos juntos, asidos de la mano, gachos y sin ninguna gana de salir. Eso dedujo el detective. También observó que al más pequeño se le aceleraba la respiración a medida que se acercaba a su yayo, y eso le mosqueó. Recordaba a su querida abuela cuando era pequeño. También pasaba largas temporadas con ella en el pueblo, los veranos, y era un infierno. En un pueblo pequeño era una vergüenza que un niño apuntara al mariconismo, y la señora Petra no podía permitirlo. Trataba de curarle, aprendió a no amanerarse a fuerza de ostias y desprecios. El pasado regresó al ver esos niños aterrorizados ante la presencia de su abuelo, conocía de sobra esa expresión en la cara de los pequeños. Sabía a ciencia cierta lo que ocurría. Haría fotos más de cerca. El buen tiempo llegaba y el uniforme escolar cambiaba. Había tiempo pero no podía dormirse en los laureles. Los niños estaban sufriendo.

   La verdad es que en cuanto presenté ante el juzgado la demanda de modificación de medidas, adjuntando el informe de los detectives, el juzgado se puso las pilas, y enseguida citaron a Kramer, Laura y los niños para acudir al equipo psicosocial.

   Kramer ya tenía la custodia provisional de los críos. ¿Por qué?. Se abrieron tres frentes a nuestro favor:

   Primero, el informe de investigación elaborado por Marga y Beltrán se presentó ante la policía que investigó malos tratos a los pequeños por parte de los abuelos. Beltrán observó que los niños, sobre todo el pequeño, al cambiar al uniforme de verano, presentaba moratones en brazos y piernas, lo que le hizo sospechar que alguno o ambos abuelos practicaban en ellos el sadismo típico de tiempos franquistas, cuando la homosexualidad se curaba a palos. La investigación policial dio sus frutos y los abuelos fueron condenados por lesiones y malos tratos a sus nietos, el abuelo por realizarlo y la abuela por callarse. Laura, su madre, también fue condenada por abandono de menores.

   Segundo, y por si las moscas, presenté ante el juzgado de 1ª instancia antes de presentar la demanda, una medida cautelar tipificada en el art. 158 del Código Civil en la que pedía que mi cliente tuviera la guardia y custodia cautelar de los niños mientras que durara el procedimiento. Es un artículo que los jueces tienen muy en cuenta a fin de apartar a los menores de un peligro o evitarles perjuicios en su entorno familiar, cosa que ocurría y que el juez concedió una vez hubo estudiado la situación de los niños.

   Tercero, el procedimiento finalizó cuando tuvimos la sentencia a nuestro favor concediendo la guardia y custodia definitiva de los niños a Kramer. Lo que alegué, junto con todo lo anterior, es que Laura estaba viviendo con su nuevo novio en el domicilio familiar y la sentencia establecía que se extingue el uso de la vivienda familiar por convivencia del progenitor custodio con su nueva pareja y conceder la guardia y custodia a Kramer, recuperando su vivienda y estableciéndose allí con los niños.

   El informe de los detectives no tenía desperdicio. Tras varias semanas de observación y fotos, muchas fotos, descubrieron que los niños prácticamente vivían con los abuelos, así no molestarían a los tortolitos que parecían estar viviendo su luna de miel particular. Marga descubrió que iban a realizar un largo viaje de novios, así lo contrataron en la agencia, sin los niños, por supuesto. Y pagado a tocateja, para no dejar rastro en las cuentas. Parecía que los pequeños estaban en un segundo plano, y Kramer no podía enterarse ni quedarse con ellos mientras durara el viaje. Laura quería castigar a Kramer utilizando a sus hijos como arma arrojadiza, todavía no sabemos el motivo, supongo que la pura maldad existe.

   Laura interpuso recurso de apelación, sin éxito. Únicamente podría ver a los niños sábados alternos durante un par de horas en un punto de encuentro, debido a su condena por abandono de menores. Después ya se vería. Supimos que su novio perdió el interés por ella. Pero cambió, parece que la sirvió de escarmiento e intentó acercarse más a sus hijos, cosa que Kramer celebró, no deseaba que perdieran a su madre, pero él continuaría con la guardia y custodia. En fin, poco a poco.

   —No tienes que agradecernos nada, chocho. Nos contrataste e hicimos nuestro trabajo, muy bien, por cierto. Te habrás quedado loca con nuestro informe. Más completo no podía ser. Hasta el juez (que se le notaba una barbaridad que entendía, que yo tengo un gaydar para estas cosas y se quedó con mi cara) nos felicitó por el trabajo tan bien elaborado que presentamos, así que no te digo más.

   Marga habla por los codos. Es imparable. No deja meter baza. Beltrán dice que el aburrimiento no existe en su casa, pero que le gustaría experimentarlo en algún momento.

   —¡Qué tonto eres, Beltri! Cualquiera que te oiga…

   Apuramos nuestras cervezas y pedimos otra ronda. Esperábamos a Velasco mientras dábamos buena cuenta de nuestros pinchos de tortilla especiales de la casa, yo solo ante el peligro en compañía de esa pareja tan maravillosa, que muchas parejas heteros para sí quisieran el llevarse tan bien como ellos.

   —Bueno, todo hay que decirlo. Gracias a vuestro trabajo Kramer puede disfrutar como nunca de sus hijos. Hacía tiempo que no le veía tan feliz. Me hubiera dado rabia no conseguirlo. Es demencial que un padre no pueda ver a sus hijos, máxime cuando les necesita y quiere ocuparse de ellos. Soy de la opinión de que habría que endurecer las penas para los delitos relacionados con los menores, porque no solo el padre es víctima, los hijos también sufren las consecuencias de no tener a la figura paterna, pero eso muchas y muchos no lo ven, utilizan a los niños para atormentar al otro, es una vergüenza. En fin, con esto lidiamos todos los días.

   En ese momento llegó Velasco con una sorpresa: Mario y Gorka venían asidos de la mano de su padre. El pequeño traía lo que parecía un pergamino enrollado con un lazo. Tras los saludos pertinentes Kramer azuzó al pequeño a que les entregara el obsequio a los detectives. Marga lo aceptó con dulzura, había cogido cariño a los enanos. Sabía que no podrían tener hijos y eso ensombrecía el semblante de la pareja.

   —¡Uuuuy, qué bonito, chiquitines! Mira Beltri, lo que nos han regalado.

   Beltri se asomó al dibujo colorido realizado sobre cartulina amarilla que escenificaba unos retratos hiperrealistas de los detectives. Marga y Beltrán con manos de tres dedos, bajo un arco iris de once colores y con un corazón entre ambos. En la parte inferior un Os qeremos con letra infantil, y rodeados de estrellas brillantes. Marga les comió a besos, dejándoles el carmín marcado en sus pequeñas caritas.

   —Hemos tardado un poco porque querían terminar el cuadro, querían dejarlo perfecto— comentó Kramer con una gran sonrisa y una cerveza en la mano.

   Se le notaba feliz, más feliz que nunca.

   Kramer contra Kramer: película producida por Columbia Pictures

 



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