27. UN CIUDADANO EJEMPLAR

              Antes de que falleciera mi sobrina, mi cuñado tenía las ideas muy claras sobre lo que era el comienzo de la vida, cuándo un niño empieza a ser niño. Decía que la vida comenzaba cuando el óvulo era fecundado. Él sabía que yo tenía otra opinión y siempre quería tirarme de la lengua para que nos enfrentáramos dialécticamente, pero yo siempre estaba abierto a todo tipo de opiniones y creencias, intentando respetarlas siempre en la medida de lo posible, hasta que me atacaban directamente y entonces saltaba, pero normalmente no entraba en discusiones que no iban a ninguna parte. Cada uno pensamos como pensamos, y no vamos a convencer a los demás, yo por lo menos, no lo pretendo. Allá cada cual con sus ideas y creencias, cada uno puede pensar lo que quiera mientras no se entrometa en las creencias o no creencias de los demás. A raíz de la muerte de mi sobrina, el marido de mi hermana cambió de opinión, pasó de ser una persona creyente a ir contra todo tipo de imposición religiosa, y no le culpo.

            Me llegó un caso un tanto peculiar. El día anterior, casualmente, vi la noticia en televisión de un ataque por parte de un grupo ultra católico a una clínica de fertilidad. Tiraron cócteles molotov, rompieron ventanas y hubo personal de la clínica herida. Hubo detenciones y, qué casualidad, al día siguiente yo estaba de guardia y me tocó atender a uno del supuesto grupo agresor. Nada más verle, intuí que ese hombre, bien vestido y con apariencia de no haber roto un plato, no tenía pinta de ser una persona violenta, pero en fin, las apariencias engañan, y en este caso me equivoqué. El policía instructor era una mujer, que, por qué no decirlo, hacía el trabajo mucho mejor que muchos de sus compañeros que me habían tocado en otras ocasiones. Como en todos lados, hay gente incompetente y gente muy válida. Me contó que Félix tenía antecedentes por cosas parecidas, por daños, lesiones, coacciones. Pertenecía a un grupo ultra católico, una organización proveniente de México instalada en España no hace muchos años, y que supuestamente estaba detrás de otros ataques a clínicas abortistas y de fertilidad.

            – ¿Cómo es que no tiene abogado privado?, porque esta gente suele ser pudiente. – Le pregunté a la agente.

            – Según nos ha dicho, ya le debe mucho dinero a su abogado, y hace poco que se quedó sin trabajo y no puede pagarlo de momento, así que nos pidió que viniera uno de oficio. Total, desde un principio ha dicho que él es el culpable.

            Comenzamos la declaración, que no fue tal porque se acogió a su derecho a no declarar, diciendo solamente que él era el único responsable de lo sucedido y terminamos pronto. Cuando nos quedamos a solas en aquel pequeño cuarto, sentados en dos solitarias sillas enfrentadas, me explicó que él era el único responsable. Ya había participado en otras ocasiones de una forma activa y vehemente, y le habían imputado y condenado por ello, y en esta ocasión asumía también la culpa.

            – Las otras personas que están detenidas, ¿también actuaron como usted de forma activa?- le pregunté.

            – No, yo asumo toda la responsabilidad. Es cierto que fuimos en un principio de forma pacífica, pero yo porté escondidos tres cócteles molotov y varias piedras. No quiero que imputen a los demás, soy el único culpable. Quería que le diera de lleno a los que salían de la clínica, así que esperé el momento. ¿No habrá cámaras que lo hayan grabado?

            – Creo que sí, pero hasta mañana no lo sabré, cuando vea el expediente en el juzgado. – Contesté. – ¿Por qué lo pregunta? Si hay cámaras y usted dice que es culpable, éstas lo corroborarán.

            Se quedó pensativo, y continuó:

            – Supongo. Lo malo es que nos pueden acusar a todos por formar parte del mismo grupo, ¿verdad?

            Félix sabía de qué hablaba. Podían tomar a cada uno como parte del grupo. Les podían imputar un delito, entre otros, de formar parte de una organización criminal, con resultado de lesiones, daños, coacciones o desórdenes públicos, y aquí no mirarían quién tiró el cóctel y quién no. Todos irían para adelante.

            Yo asentí, y continué:

            – Bien, pues mañana hablo con usted una vez que examine el expediente.

            Me despedí de él hasta el día siguiente. Pernoctaría esa noche en calabozos y pasaría a disposición judicial por la mañana. Lo tenía un poco crudo. Este hombre sería carne de cañón tarde o temprano por pertenecer a este grupo catalogado como integrista, y con los antecedentes que tenía. Su versión coincidía con todo lo ocurrido. Casi todas las manifestaciones y concentraciones de estas organizaciones ultras terminan a palos, no conozco ninguna que haya sido pacífica, pero en fin, mi deber era defender en la medida de lo posible a Félix. Intentaría llegar al mejor acuerdo con el fiscal para que le condenaran por la mínima pena posible, pero seguramente entraría en prisión.

            Había algo que no me cuadraba. ¿Por qué Félix se auto inculpaba de esa manera? Normalmente todos dicen que son inocentes aunque no lo sean, y más, siendo gente con antecedentes y que se las saben todas, y arriesgarse de esa manera a entrar en la cárcel, me parecía un tanto peculiar. En fin, esperaba que al día siguiente, viendo el expediente, asomara un poco la luz.

            Me personé esa mañana en el juzgado y me facilitaron una copia del expediente. Para mi sorpresa, las cámaras no grabaron quién lanzó los cócteles molotov. Sólo se veía que volaban e impactaban, uno contra una de las ventanas de la clínica y otro contra el grupo de sanitarios que salían en ese momento por la puerta. Llegó la policía enseguida y detuvieron a la mayoría de los presentes, entre ellos mi cliente. Le encontraron otro cóctel molotov sin usar en la mochila, así como utensilios arrojadizos de distinta índole, por lo que dedujeron que fue él el causante de todo, ya que los demás detenidos no portaban más que las pancartas. Imagino que reconoció los hechos porque le pillaron con esos objetos in situ y no tenía otra salida, a sabiendas de la reducción de la pena que conllevaba el reconocer los hechos. No había testigos que corroboraran dichos actos delictivos y las imágenes grabadas por las cámaras de poco servían. Había diferentes partes de lesiones de los diferentes sanitarios que fueron atacados. La más grave era una doctora que tenía lesiones por cortes con cristales y pequeñas quemaduras en el brazo, causadas por el impacto de unos de los cócteles molotov. Nada excesivamente grave. Ninguno de los demás detenidos declaró en comisaría y todos dijeron que eran inocentes, excepto Félix.

            Bajé a los calabozos del juzgado donde se encontraba mi cliente con los demás detenidos, y el policía que les custodiaba nos hizo pasar a una oscura y maloliente habitación sin mobiliario alguno, obligándonos a mantener nuestra entrevista de pie. Le expliqué lo que el expediente argumentaba y volvió a decirme que él fue el único culpable.

            – Pero, ¿por qué quiere usted asumir la culpa? Me extraña que alguno de los demás detenidos no tuviera participación alguna en los hechos. No hay testigos, las cámaras no registraron nada concluyente, en fin, que tiene bastantes posibilidades de salir absuelto, no lo entiendo. – Le manifesté a Félix.

            – No hay nada que explicar, letrado. Me pillaron con la mochila llena de piedras y el cóctel molotov que todavía no usé, y digo la verdad cuando explico que los demás no actuaron, soy el único culpable. No quiero que los demás paguen por algo que no hicieron, de algo de lo que sólo yo soy el responsable. Además, si reconozco los hechos, me conmutarán en parte la pena, ¿verdad?

            – Sí, – respondí – pero tiene bastantes probabilidades de salir absuelto. No se lo puedo garantizar pero yo lo intentaría.

            – No, letrado, no puedo arriesgarme a estar de más en la cárcel. Sé que voy a entrar, por mis antecedentes no me libro, pero quiero estar lo menos posible, así que seguiré en mis trece.

            Lo medio entendí y respeté su decisión. Al fin y al cabo yo me debo a la voluntad del cliente, y si quería declararse culpable, yo no era quién para impedírselo. Por otro lado, esta gente tan obtusa y extremista merecen de vez en cuando un escarmiento. Félix no era un santo, y sus ideas radicales le metieron en líos, y le seguirían metiendo, porque esta gente no cambia. Pero en este caso intuía que algo no me estaba contando, y me lo corroboraron las declaraciones que posteriormente hicieron el resto de los detenidos ante el juez. Todos manifestaron que fue Félix el único autor de los hechos delictivos, que no sabían que iba a atacar de esa forma a la clínica y a esas personas, ya que en un principio, aunque la concentración era ilegal, fueron de forma pacífica. Yo deduje que en calabozos se fraguó lo que iban a decir en sus declaraciones, sospechaba que Félix les pidió que le inculparan a él. Todavía no entendí el motivo, pero todo apuntaba a que mi cliente sería el cabeza de turco. Mejor que condenen a uno solo que a todos.

            Declararon también la doctora herida y los otros sanitarios, manifestando que no supieron quién tiró el cóctel molotov, que sólo lo vieron volar un segundo antes de impactarles.

            Al haber reconocido los hechos, a Félix le redujeron la pena en un tercio, y, aunque no superaba los dos años de prisión, al tener antecedentes penales y otra pena de prisión suspendida, entró en la cárcel, por el nuevo delito y el antiguo: se le sumaron las penas. Se tiraría una temporadita a la sombra, pero fue su voluntad.

            Unas semanas después de que condenaran a mi cliente, Matilde me llamó al móvil mientras estaba con otro cliente tomando café. Me dijo que estaba esperándome una señora que tenía que ver con el caso de Félix, que quería hablar conmigo. Me sorprendió la visita, me despedí de la persona con la que estaba en la cafetería y subí a la oficina. Era una mujer joven, rubia, bien vestida y con aureola de alta alcurnia. La saludé y le hice pasar a mi despacho. La invité a sentarse y comenzó:

            – Verá, soy la hermana de Félix. Me ha dicho que le cuente lo ocurrido realmente, pero con la condición de que no salga de aquí.

            – Se lo aseguro, me debo al código deontológico con mi cliente – le contesté.

            – Bien. Mi hermano no es un santo, pero en el fondo tiene buen corazón. Está metiéndose siempre en líos desde que está metido en esa organización, y nunca le ha traído nada bueno. Pero dice que ahora son su familia. Yo no comparto sus ideas, pero nadie es perfecto, en fin. Mi marido, Fernando, y yo hemos estado intentando durante años tener un bebé, sin éxito. Yo estaba desesperada y muy deprimida por ello. Un día, unos amigos nos recomendaron ir a una clínica de fertilidad. Ellos tampoco podían tener hijos, y gracias a esta clínica, tuvieron a su bebé. Así que nos lo propusimos y pedimos una cita. Nos hicieron pruebas y nos dijeron que el problema lo tenía yo. Mi útero estaba muy envejecido y era muy difícil que me quedara embarazada por el método tradicional, pero que siguiendo un tratamiento a base de hormonas e implantándome un óvulo mío fecundado por un espermatozoide de mi marido, tendríamos un alto porcentaje de éxito. Bueno, no sólo un óvulo, te implantan varios para tener más posibilidades.

            Sabía que quería ponerme en antecedentes. Yo no le quería poner nerviosa, así que le dejé continuar.

            – Todo esto lo hicimos a escondidas de mi hermano. Yo sabía que no estaba de acuerdo con lo que hacíamos, tenía unas ideas muy retrógradas al respecto, pero yo quería tener un niño por encima de todo. No cuajó ninguna implantación, y tras varios intentos, previo pago de un dineral, ningún óvulo llegó a buen término. Gastamos miles de euros en ello, y mi marido y yo cada vez estábamos más desesperados. La doctora nos decía que era normal, que teníamos que seguir intentándolo, y seguimos, pero sin éxito. Después de otros dos años de intentos, decidimos ir a otro especialista para que nos diera una segunda opinión. Lo que nos dijo nos dejó desolados: era prácticamente imposible que pudiera quedarme embarazada, y que no siguiera con el tratamiento de fertilidad. No nos lo podíamos creer, así que fuimos a otro especialista y nos dijo lo mismo, e incluso nos comentó que la clínica, en concreto la doctora que nos atendía, podía haber cometido una negligencia. Nos sentimos engañados por aquella mujer que nos aseguró que sí podíamos quedarnos embarazados. Se lo contamos todo a mi hermano, y reaccionó mal, muy mal. Creía que me comía e incluso hizo el amago de darme un tortazo. Menos mal que intervino Fernando y no llegó la sangre al río. Estuvo un tiempo sin hablarnos, pero al final nos perdonamos y todo quedó en nada.

            Yo sospechaba que Félix actuó por venganza contra la clínica, aunque no me lo dijo. Sabía que había una razón por la que procedió así,  pero la mujer siguió contándome:

            – Entonces, tras unos días, Félix le dijo a mi marido que si quería ir a una manifestación pacífica frente a esa clínica. Lo hacían habitualmente, y mi marido dijo que sí, que iría, sin mi consentimiento, yo no quería líos, pero no pude retenerlo. “No te preocupes, no va a haber violencia, será muy tranquilo”, me aseguró mi hermano, y se fueron. De lo que pasó allí me enteré después. Resulta que Fernando me contó que llevó a esa concentración, a escondidas de mi hermano, una mochila llena de piedras y tres cócteles molotov que había fabricado él mismo, que había estudiado cómo se hacían por internet. Quería venganza por lo que nos habían hecho. Cuando salió la doctora, encendió uno y lo lanzó contra ella, pero calculó mal y estalló contra una ventana, así que le tiró otro, dándole ésta de lleno a la mujer. Mi hermano intentó detenerle, pero le cogió por sorpresa y no pudo evitarlo. Enseguida llegó la policía. Félix le dijo entonces que le diera la mochila, y que se fuera corriendo, que él lo arreglaría. Todo lo demás ya lo sabe. Mi hermano quiso cargar con la culpa, haría cualquier cosa por mí, incluso ir a la cárcel con tal de que Fernando no fuera inculpado. No puede verme sufrir, siempre me ha protegido y siempre lo hará. Quiero que sepa que en este caso es inocente, pero se sacrificó por mi marido para que yo no sufriera, y que vea que no es mala persona, sólo que está abducido por esa maldita secta, pero tiene buen fondo.

            – Bueno, pues gracias por contármelo. Sospechaba que su hermano no me fue sincero, pero veo que fue por una buena causa. Tranquila, de aquí no saldrá lo que me ha relatado. Al fin y al cabo, la doctora herida ya está totalmente recuperada, no fueron unas lesiones graves.

            La mujer se marchó agradecida y quedamos para estudiar el caso de su problema con la clínica. Sacamos una buena indemnización a dicha clínica, y sé que tiraron por la vía de la adopción. Félix, con el tiempo salió de la cárcel, pero siguió metido en la dichosa organización, así que tarde o temprano terminaría otra vez igual.

            Quiero hacer una reflexión. Cada uno puede creer lo que le venga en gana. Pero el límite está en la libertad del otro. El art. 522 del Código Penal regula este delito:

            Incurrirán en la pena de multa de cuatro a diez meses:

            1º Los que por medio de violencia, intimidación, fuerza o cualquier otro apremio ilegítimo impidan a un miembro o miembros de una confesión religiosa practicar los actos propios de las creencias que profesen, o asistir a los mismos.

            2º Los que por iguales medios fuercen a otro u otros a practicar o concurrir a actos de culto o ritos, o a realizar actos reveladores de profesar o no profesar una religión, o a mudar la que profesen.

            Me parece muy bien que haya libertad religiosa, y así lo garantiza el art. 16 de la Constitución española:

            Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.

            Está claro que nadie puede obligar a otro a profesar o no profesar una religión, esto parece obvio, pero, ¿qué ocurre con los niños? Ellos no tienen la libertad de elegir. Si a un niño desde pequeño le estás leyendo la biblia, o el Corán, o la Torá, o por el contrario, le inculcas odio a alguna determinada religión, esa persona no es libre. ¿Y si desde niño le infundes que si no hace una determinada acción, rito o culto, va a ser castigado por Dios, o que es el demonio el que actúa por ti? A mí de pequeño me decían eso, que si no me portaba como querían que me portara, o si no iba a misa, o si no hacía la comunión, el niño Jesús me iba a castigar, y yo me lo creía. Y aún ahora, gente que conozco me consta que utilizan esos procedimientos para que un niño crea, a través del miedo. ¿No son éstos, métodos de coacción e intimidación hacia el niño para obligarle a creer en algo que no está demostrado que exista? ¿Por qué no lo hacemos con los adultos y sí con nuestros hijos, nietos, sobrinos? No lo entiendo.

            La base de todo es la educación. Debemos enseñar a nuestros hijos a pensar por sí mismos, para que tengan plena libertad de elección. Sé que, dependiendo de nuestras creencias, es complicado no inculcarlas a nuestros hijos, pero tenemos el deber y la responsabilidad de hacer el intento de educarles en libertad, sin imposiciones. Os dejo una frase de Neil DeGrasse Tyson, científico estadounidense del que soy fan, entre otros, para que os haga pensar:

            “Los niños nunca son el problema. Ellos nacen científicos. El problema son siempre los adultos. Ellos eliminan la curiosidad de los niños. Ellos superan en número a los niños. Ellos votan. Ellos manejan los recursos. Es por ello que mi foco son siempre los adultos.”

 

 

 

 

“Un ciudadano ejemplar”: Película producida por Overture Films y The Film Department.

 

 



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