2. UNA HISTORIA DE VIOLENCIA

A veces no sabemos cómo vamos a reaccionar cuando estamos sometidos a una violencia extrema, máxime cuando nuestros hijos están en peligro de muerte.

Ese día estaba de guardia y me avisaron para asistir en comisaría a una mujer que habían imputado por un delito de homicidio: supuestamente mató a su marido. La historia que me contó era un relato de terror inconmensurable. El matrimonio tenía dos hijos, un chico de dieciséis años, muy poquita cosa, y una niña de nueve, también muy pequeñita. Desde que se casaron, la mujer estaba sometida a palizas casi cada día, y cuando nacieron los niños la cosa no cambió, al contrario, los niños eran un arma para someter más a la madre. La amenazaba con hacerles daño si no se atenía a su santa voluntad, e incluso llegó a agredirles en alguna ocasión diciéndole que era culpa suya por no atender a sus demandas. Los niños estaban aterrorizados y veían día tras día cómo su madre recibía puñetazos, patadas e insultos que un niño no debía escuchar nunca. Los pequeños ayudaban a su madre en la medida en que podían, curándole las heridas y llevándola a la cama cuando quedaba inconsciente. La madre siempre les decía que no dijeran nada, que su padre podría matarles a todos si comentaban algo a alguien, y los niños se acostumbraron a mantenerse callados por “su bien”. El día de autos no podía más. Me contó que sus hijos estaban en peligro. Su marido les tenía agarrados por el cuello ahogándoles y cuando ya estaban morados, ella cogió un cuchillo de la cocina y se lo clavó en la espalda, lo que le produjo la muerte. Todo esto me contó, y más historias escalofriantes que son difíciles de asimilar.

– Sólo quiero lo mejor para mis hijos. Ahora están con mi madre y sé que ella les cuidará bien. No quiero que ella sepa de momento lo que le he manifestado, abogado, prométame que no le contará nada.

Le dije que no se preocupara, la relación entre abogado y cliente es como la de un cura y su confesante, impera el secreto profesional, y no puedo divulgar secretos de mis clientes. Yo veía claro que actuó en defensa propia, peligraba la vida de sus hijos y no pudo hacerlo de otra manera. Debía lucharlo por esa vía. Aún así, ingresó en prisión provisional, ya que el delito era muy grave y no pude impedirlo. La instrucción tardó relativamente poco, unos seis meses, hasta que hubo fecha de juicio. Se hicieron todas las averiguaciones habidas y por haber, hasta la exploración de los menores (interrogatorio) que corroboraron la versión de su madre.

Visto todo, al cabo del tiempo, el juez puso en libertad provisional a la mujer, ya que le hice ver a raíz de todas las pruebas practicadas, que actuó en legítima defensa. Acompañé a la abuela y sus hijos a buscarle a prisión. Fue un momento muy emotivo que me hizo estremecer, todos se abrazaron con lágrimas en los ojos y la madre llenó de besos a los niños, pero hubo algo que no me encajaba, no sé, algo en la expresión de la mujer que me daba mala espina.

Una vez se hubieron calmado, se acercó a mí y me abrazó dándome las gracias.

– No se preocupe, es mi trabajo. Y todavía nos queda lo más difícil, tenemos que probar que fue en defensa propia. Le llamo la semana que viene y quedamos para estudiar los próximos pasos a seguir. El juicio es dentro de un mes y hay que prepararlo.

Nos despedimos y a partir de ahí tuve un arduo trabajo estudiando el expediente, valorando todas las pruebas, escrutando todas las posibilidades etc. El informe psico-social de la familia era muy interesante para mí, ya que aseguraba tajantemente que los niños estaban muy afectados por todos los episodios de violencia que sufrieron y presenciaron, probando además el historial de palizas, amenazas y demás agresiones físicas y psicológicas que mi cliente padeció a manos de su marido. Además, dicho informe explicaba que mi cliente creyó sin ningún género de duda que peligraba su vida y la de sus hijos. El informe médico forense de los niños también era revelador: presentaban, entre otras lesiones, unas marcas en el cuello, prueba de haber sido agarrados por el mismo. Preparamos las declaraciones y lo atamos todo, pero yo tenía la sospecha de que algo no cuadraba, intuyendo lo que ocurrió realmente, aunque esperaría a desvelarlo.

Llegó el día del juicio todo fue como esperábamos. El Ministerio Fiscal solicitaba prisión a mi cliente, y yo la libre absolución por estar exenta de responsabilidad criminal según el artículo 20.4 del Código Penal, al actuar en defensa de sus hijos y no existir otra manera de evitarlo. Se practicaron todas las pruebas, todos declararon correctamente, y quedó el juicio oral visto para sentencia.

Al cabo de unos quince días recibí la sentencia, cuyo fallo  declaraba la absolución de mi cliente por los motivos ya expuestos. Llamé a la susodicha y cuando se lo dije no cabía en sí de alegría. La cité esa misma tarde para darle una copia de la sentencia y explicarle los detalles.

Llegó a la hora acordada, y cuando me vio, me abrazó y me dio mil gracias. La pasé a mi despacho, nos sentamos, la miré condescendientemente y le exigí afablemente:

– Ahora que todo ha pasado, le pido que me diga la verdad, aunque creo que la sé, pero quiero que me lo explique usted.

Ella suspiró, me miró de manera cómplice y relató:

– No quise decirle nada porque no quería que le influyera, y quise que usted pensara que yo fui la que mató a mi marido, pero ya veo que no he podido engañarle. Verá, he sufrido mucho con mi marido, y lo peor es que mis hijos también. Muchas veces he querido huir con ellos muy lejos, pero sabía que si lo hacía, terminaría encontrándonos y nos mataría, me amenazó con ello incontables veces. Me decía que asesinaría a mis hijos para hacerme sufrir, esa es la forma más cruel de violencia hacia una madre, ¿no cree?

Yo asentí, y ella continuó:

– El día anterior a lo ocurrido, hice la cena para todos. Mi marido llegó tarde, borracho perdido. Mis hijos estaban en la cama, y le puse el plato recalentado. Empezó a insultarme, con palabras difíciles de reproducir y comenzó a darme golpes que no sabía por dónde me venían -en esto hizo una pausa, ya que le afectaba el recordar todo aquello -. Le aparté de mí como pude y cayó de espaldas. Se desmayó, creo que de la borrachera que tenía y ahí le dejé. Cogí a mis hijos y nos dirigimos a casa de mi madre. Tuve que contarle lo sucedido y me convenció para que me fuera lejos de allí. Y así lo planeamos. Al día siguiente, pensando que él estaba en el trabajo, me acerqué con mis hijos a casa para hacer la maleta e irnos cuanto antes. Cuando lo estábamos preparando, él apareció y al ver lo que estábamos haciendo, enloqueció y comenzó a sacudirme con un cenicero, amenazando con matarme, gritando e insultándome. Mis hijos empezaron a chillar y el mayor intentó apartarlo de mí. Entonces mi marido le pegó un puñetazo que lo tiró al suelo, y siguió conmigo. Al poco tiempo cuando se preparaba para darme el golpe de gracia, se quedó quieto de repente, estirándose hacia atrás, con la mirada perdida, y cayó sobre mí, fulminado. Vi que mi hijo estaba pálido y la niña a su lado tapándose la boca con las manos. Cuando lo aparté de mí, observé que tenía un cuchillo clavado en la espalda. Fue obra de mi niño. Entonces lo preparamos todo: les ordené que dijeran que fui yo la autora del crimen, e inventamos la historia. Tuve que hacerles esas marcas en el cuello para que fuera creíble y ensayamos una y otra vez lo que teníamos que decir antes de llamar a la policía. A mi hijo no le podían culpar por la muerte de su padre, no podía ir a un reformatorio, se moriría. Usted lo entiende ¿verdad?.

Ella sabía que yo no podía y no quería contar la verdad. Esa familia ya había sufrido bastante, así que lo que hice fue levantarme, acercarme a ella y darle un abrazo. Le dije:

– Tranquila, se merece ser feliz junto a su familia. Cuídense y comiencen una vida nueva.

Sé que se fueron a una ciudad del norte y que les va muy bien. Les será difícil reconducir su vida porque el pasado pesa mucho, y más a unos niños que desde que nacieron solo vivieron violencia y desamor hacia ellos y hacia su madre, pero estoy convencido de que lo superarán. Mi cliente es una buena madre y sabrán guiar sus vidas hacia una etapa de paz y tranquilidad. En ciertos momentos la justicia no concuerda con la legalidad, y afortunadamente éste era el caso. Se ha hecho justicia al margen de la ley, y me alegro por ello.

“Una historia de violencia”: Película producida y distribuida por Nex Line Cinema.

 



1 comentario

  • Pilar

    Si me pongo en su lugar probablemente hubiera hecho lo mismo. Es cierto que hay a veces que la justicia y lo que deberia ser no van emparejados. Pero en este caso, el hijo no hizo bien, nadie puede quitar la vida a otro ser humano por muy horrible que sea, si esta madre le ha hecho ver a su hijo todo esto me parece lo correcto. Un relato muy impactante.

Deja una respuesta